martes, 2 de enero de 2018

AL CAER LA LUZ



La forma en que se expresa que un mal final puede ser un buen principio, sin que por soltar la frase hecha revelemos cómo termina la novela, es de lo más curiosa:
“Te pasas la infancia queriendo ser adulto y el resto de tu vida idealizando tu infancia. Los lunes.”
Ese “Los lunes.” que aparece tal y como lo redactamos, es lo que define la novela: el final del descanso, el principio de la semana. El único día laborable que no es un día cualquiera, pero que da paso a cualquier día. En este Al caer la luz, da la sensación de estar siempre al principio de los lunes. De hecho, sorprende la cantidad de veces en que los protagonistas, el matrimonio Calloway, recién estrenada la treintena, aparecen despertándose a lo largo de la novela. Los treinta, por otra parte, son también el principio de un día cualquiera, el pistoletazo de salida de lo que supone ser adulto, tomar la decisión que marcará los días que te faltan por vivir. Sin embargo, cada día será un lunes de aquel año en que tenías treinta y uno a partir del primer lunes en que los cumpliste. Así es cómo se definen los dos protagonistas de la novela, con sencillez urbana: Russell se deja llevar por la ambición profesional, cree estar capacitado, estar de vuelta sin plantearse si ha ido a algún lugar; Corrine piensa que ya es hora de dar prioridad a su deseo de ser madre, por encima de su trabajo, y sigue marcada por las cicatrices de una anorexia juvenil. Lo que se nos muestra de ellos tiene más que ver con la actitud social que con los sentimientos. Es más una postura frente al mundo, una postura cotidiana, que una inmersión en el cerebro y las emociones que les consumen, agotan, duelen.
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