jueves, 25 de enero de 2018

FRUTOS EXTRAÑOS

Frutos extraños
Leila Guerriero
Alfaguara
Madrid, 2012
400 páginas



El canto es, casi con seguridad, la mejor forma de conseguir que los seres con quienes nos relacionamos en negro sobre blanco, se colmen de sangre y de músculo. Trabajar la prosa para que la crónica resulte fluida, que cada párrafo parezca natural, construido de un solo trazo, es uno de los fundamentos del trabajo de Leila Guerriero (Junín, 1967). Los otros mesías con quienes mantiene una relación de amor son el cine y la novela, es decir, la narrativa en ficción. Aunque prestando atención a unas normas que ella misma inventa, para asegurar el éxito creativo de cada crónica, como las perspectivas poco esperadas con que abre capítulo o las elipsis demoledoras, en realidad la mayor parte de su labor la confía a la intuición. Pues será la intuición la que le guíe hasta los cimientos de los perfiles que trazará con un lenguaje tan rico como fluido, lo cual permite mirar más allá del estilo para que el lector vea o, para ser más exactos, viva con las personas retratadas. Ese es el éxito de un buen canto. Guerriero sabrá esconderse, no cobrará protagonismo en los relatos, de forma que pasemos a ser testigos junto a ella. Algo que es uno de los mejores elogios en un tiempo de periodistas que presumen de brillar en el firmamento. Y también será la intuición la que le dicte que no cabe tomar partido, la que le oriente a crear un clima, un ritmo, acorde al de la persona que duda, que está descubriendo. Y la que le sugiera que el olvido es peor, mucho peor, que la muerte. De ahí que uno lea estas piezas con la certeza de saber que son necesarias.
Seres humildes por vocación o a la fuerza, que son al mismo tiempo despóticos y vehementes. Personas ocultas, que serían oscuros si no se les rizara un resto de dignidad entre los pulmones. Unos individuos sobre los que hablar, para resolver esa ecuación que se impone en el hombre que observa mucho, la que le empuja a encontrar la explicación de lo inexplicable. Y que tal vez obtengamos relacionándonos con ellos en un alarde periodístico que es pura literatura. Todos ellos con sus veleidades a cuestas, como si fueran la pesada mochila de un caminante que paradójicamente eligió el sobrepeso para intentar flotar por el planeta azul. Perdedores que provocan la suficiente empatía como para arrimarse a ellos, o tiranos en los que debe quedar un resto de humanidad, porque para Guerriero nadie porta la máscara del enemigo. “Y cuento historias de tipos buenos, o no tan malos, con algunos costados miserables”, confiesa.
Y esos tipos son un gigante desahuciado, preso de sí; una presidiaria infanticida en cuyo interior la ingenuidad agota los escrúpulos; un crítico de cine socarrón; unos antropólogos forenses generosos dentro del horror; un intelectual exiliado y maldito; un colectivo de vendedoras de sueños rosas; un inmigrante que atiende su supermercado viviendo entre dos aguas; un empresario triunfador cuya inhumanidad delata la derrota; un imitador de Freddy Mercury cuya locura podría ser una forma de salud; una banda de música experimental liderada por un síndrome de Down; Facundo Cabral, el cantautor pendenciero y efusivo; una familia presa de aterradores conflictos emocionales por culpa de la muerte y el rapto; un mago manco que no puede ver un cuadro torcido; un hombre encargado de reconstruir un telón de ópera, símbolo de cierta decadencia; o una histérica asesina transformada en una histérica tirana. Mención al margen merece el capítulo dedicado a describir la Patagonia, en el que Guerriero demuestra sus habilidades a la hora de colar imágenes dentro del texto. Aunque en el resto del libro también abundan frases brillantes: “Cuando el sol evapore las cimas de los árboles, cuando el parque sumerja sus copas en las trompas tumefactas de la tarde”. “Se pone pálido, aprieta la boca en un coágulo rosa, preso en su idioma, yo en el mío”. “La oscuridad, una materia azul que se respira, se adhiere a la cara como un cartílago de piedra”. Son algunos ejemplos de los recursos de Guerriero, una periodista camino de convertirse en la mejor cronista de esto que llamamos mundo.


Fuente: Quimera

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