miércoles, 17 de enero de 2018

EL TESORO DE HERR ISAKOWITZ

El tesoro de Herr Isakowitz
Danny Wattin
Traducción de René Vázquez Díaz
Lumen
Barcelona, 2016
250 páginas

La demostración más empírica de que existe una realidad es que cada uno de nuestros actos tiene unas consecuencias. Por lo demás, la realidad puede ponerse en cuestión de mil maneras, desde la caverna de Platón hasta el realismo mágico de Juan Rulfo. Si es que Comala es una creación que pueda integrarse en el realismo mágico. Pero esto es lo que atañe a cada individuo y su entorno inmediato. Porque nadie puede negar los hechos más atroces de la historia, como las extinciones de etnias en América durante los siglos de colonización, la masacre del Congo Belga o los pogromos. Y de los pogromos y sus consecuencias trata esta novela que aporta sus dudas de que exista una realidad absoluta a base de mantener activo el sentido del humor.
El tesoro de Herr Isakowitz se mueve en dos planos paralelos. Por una parte, esa resistencia numantina frente al horror que es la sonrisa, y por otra la historia del pueblo judío en el siglo XX, marcada, a sangre y fuego, por la Segunda Guerra Mundial y los intentos de naturalizar Israel como nación o, para ser más exactos, como estado. La primera de las líneas del tiempo nos conduce por una novela itinerante en la que Danny Wattin (1973) se tranquiliza para manejar a tres personajes que reflejan tres generaciones de judíos suecos de origen polaco. El más anciano es un superviviente de la guerra obsesionado por el antisemitismo de los polacos, pues hacia Polonia se dirigen para encontrar el supuesto tesoro de un antepasado, una herencia que debería sacarles de los apuros. El más joven es un niño que apenas asiste a los diálogos absurdos entre el padre y el abuelo mientras mastica chicle. Wattin, que da la impresión por momentos de resistirse a crear una novela humorística, tiene siempre presente el reflejo de los diferentes miedos de cada generación y de cada edad. Esta novela no solo itinera en el espacio, también en el proceso de maduración y envejecimiento. Cada edad tiene sus propios cadáveres enterrados en el jardín.

Sin embargo los tres protagonistas se reconocen como seguidores de una religión a la que respetan con bastante laxitud en sus hábitos. Para ellos los rituales religiosos son automatismos, por lo que prefieren inventar los propios. Así pues, cuando asistimos a la segunda línea narrativa, la que nos relata la historia del pueblo judío en el siglo XX, Wattin plantea cuáles son los principios que nos dan identidad, cuál es el peso de las raíces y qué éxodo pesa más en la balanza personal: si el de pertenecer a un pueblo que los ha sufrido, o ese individual que retrata el principal tema de esta novela, que es la dificultad de hacerse entender y por tanto de encontrar nuestro sitio.

Fuente: Culturamas

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