Habitación
sin vistas
Dror
Mishani
Traducción
de Sonia de Pedro
Anagrama
Barcelona,
2025
184
páginas
Si
Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, hay momentos en que deberíamos
pensar que ese tipo no merece mucho la pena. Estamos asistiendo a un episodio
de violencia brutal en la región donde se enclava Palestina e Israel, sin dejar
de exclamar ¡qué barbaridad!, pero sin que se nos caiga el palillo de la boca. Somos
más conscientes de la brutalidad que de la razón humana, esa de la que Dios
debió dotarnos si nos construyó a su imagen y semejanza. Claro está que el Dios
del Antiguo Testamento también tuvo sus momentos impulsivos, de una agresividad
desesperante. ¿Qué diablos es lo que somos? Lo que debe de distinguirnos de
Dios es la parcialidad: si él observa al planeta en su conjunto, nosotros
apenas podemos atender a lo que alcanza nuestra aura, que es poco más allá del
límite que marca nuestra piel. El solipsismo es una forma extrema de subjetivismo
según la cual sólo existe aquello de lo que es consciente el propio yo, es
decir, lo que percibimos cerca. La suma de los solipsismos sería la definición de
la humanidad entera. Algo de este espíritu recorre el diario que Dror Mishani (Holón,
1975) ha escrito desde el 7 de octubre de 2023. Este escritor israelí es, ante
todo, un padre de familia. De esto es de lo que más nos va a hablar, de su
gente, de la preocupación por los seres queridos.
A
lo largo de los días sus impresiones evolucionan, comenzando, como no puede ser
de otra manera, con cierta sugestión social, justificada, por el terrorismo: «Marta
no es judía, no ha crecido ni se ha educado en Israel, por lo que no conoce el
horror en que se fundamenta el alma israelí», dice sobre su mujer. Lo que no
cambia, en ningún momento, es su espíritu pacífico, antiviolento, su convicción
de que cualquier solución pasa por eliminar la violencia hasta de lo más
recurrente de nuestro lenguaje y, por supuesto, de todos nuestros actos. La
única forma de entendernos es erradicando la agresividad. El problema es de
contaminación. Por eso él no abandona sus principios literarios: «Yo prefiero
tener una visión que se detenga en los pequeños detalles de la escena, en las
pequeñas historias de la gente normal y corriente». Y entre esa gente se
encuentra su hija, que piensa que hasta los niños palestinos quieren matar a
los judíos, o su hijo adolescente, centrado en su mundo interior, ese que le
protege a la vez que le aísla.
Pero
Mishani no se quedará ahí y saldrá a la calle, y un poco más allá, impulsado
por la curiosidad, que es otra herramienta literaria a la vez que una cura para
los posibles efectos negativos del solipsismo. Si durante páginas se ha
centrado en los efectos del horror sobre su familia y vecinos, sobre sus
condiciones de vida, poco a poco va apuntando a la existencia de otra gente que
también sufre. Hacia la mitad del libro podemos asistir con él a un episodio en
unas huertas próximas a la frontera con Gaza, en el que el contraste sintiente
es evidente: «Al otro se encuentra Gaza. El eco de las explosiones de las
bombas que lanzan los aviones del ejército israelí se oye todo el tiempo.
También el sonido de los helicópteros y los drones de combate», es lo que
comenta acerca de lo que les sucede a los palestinos; mientras tanto, de este
lado: «En esos campos se cultiva una quinta parte de las lechugas que se
consumen en Israel, y ya se está notando su escasez en los mercados».
«—No,
no considero que los de Hamás sean peores que los nazis —respondo con calma
(dirigiéndose a su madre), aún si alterarme—. Además, a mí lo que me da miedo
son las consecuencias de esta guerra para nosotros y la desgracia que vamos a
provocar ahora en Gaza y que de forma indirecta también va a afectar a Israel.
Nada justifica la matanza que llevó a cabo Hamás, pero no creo que lo que
hicimos antes y continuamos haciendo ahora nos ayude a evitar la próxima masacre.
La crueldad de Hamás el sábado negro no justifica de modo retroactivo años y
años de dominio sobre la vida de los palestinos.»
Van
a ir asomando, así, poco a poco, sus preocupaciones, su reivindicación del
respeto, que es como intenta relacionarse incluso en tiempos violentos. Intenta
conciliar, porque su única certeza es que no estamos solos y por lo tanto es
imperativo facilitar la convivencia, aunque no puede evitar su condición
cultural heredada, tan naturalmente aceptada como si se tratara de un rasgo
biológico. Y, mientras tanto, se refugia en el Libro de Ezequiel o en La
Ilíada. Para nosotros, este diario es una ventana a una región de la humanidad
que de otra manera no conoceríamos, que está oculta por las bombas y las
declaraciones de quienes pretenden dirigirnos. Si cabe la posibilidad de que
Dios hiciera un buen trabajo creándonos a su imagen y semejanza, será a través
de los principios que defiende Mishani.
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