martes, 18 de febrero de 2025

HABITACIÓN SIN VISTAS

 

Habitación sin vistas

Dror Mishani

Traducción de Sonia de Pedro

Anagrama

Barcelona, 2025

184 páginas

 



Si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, hay momentos en que deberíamos pensar que ese tipo no merece mucho la pena. Estamos asistiendo a un episodio de violencia brutal en la región donde se enclava Palestina e Israel, sin dejar de exclamar ¡qué barbaridad!, pero sin que se nos caiga el palillo de la boca. Somos más conscientes de la brutalidad que de la razón humana, esa de la que Dios debió dotarnos si nos construyó a su imagen y semejanza. Claro está que el Dios del Antiguo Testamento también tuvo sus momentos impulsivos, de una agresividad desesperante. ¿Qué diablos es lo que somos? Lo que debe de distinguirnos de Dios es la parcialidad: si él observa al planeta en su conjunto, nosotros apenas podemos atender a lo que alcanza nuestra aura, que es poco más allá del límite que marca nuestra piel. El solipsismo es una forma extrema de subjetivismo según la cual sólo existe aquello de lo que es consciente el propio yo, es decir, lo que percibimos cerca. La suma de los solipsismos sería la definición de la humanidad entera. Algo de este espíritu recorre el diario que Dror Mishani (Holón, 1975) ha escrito desde el 7 de octubre de 2023. Este escritor israelí es, ante todo, un padre de familia. De esto es de lo que más nos va a hablar, de su gente, de la preocupación por los seres queridos.

A lo largo de los días sus impresiones evolucionan, comenzando, como no puede ser de otra manera, con cierta sugestión social, justificada, por el terrorismo: «Marta no es judía, no ha crecido ni se ha educado en Israel, por lo que no conoce el horror en que se fundamenta el alma israelí», dice sobre su mujer. Lo que no cambia, en ningún momento, es su espíritu pacífico, antiviolento, su convicción de que cualquier solución pasa por eliminar la violencia hasta de lo más recurrente de nuestro lenguaje y, por supuesto, de todos nuestros actos. La única forma de entendernos es erradicando la agresividad. El problema es de contaminación. Por eso él no abandona sus principios literarios: «Yo prefiero tener una visión que se detenga en los pequeños detalles de la escena, en las pequeñas historias de la gente normal y corriente». Y entre esa gente se encuentra su hija, que piensa que hasta los niños palestinos quieren matar a los judíos, o su hijo adolescente, centrado en su mundo interior, ese que le protege a la vez que le aísla.

Pero Mishani no se quedará ahí y saldrá a la calle, y un poco más allá, impulsado por la curiosidad, que es otra herramienta literaria a la vez que una cura para los posibles efectos negativos del solipsismo. Si durante páginas se ha centrado en los efectos del horror sobre su familia y vecinos, sobre sus condiciones de vida, poco a poco va apuntando a la existencia de otra gente que también sufre. Hacia la mitad del libro podemos asistir con él a un episodio en unas huertas próximas a la frontera con Gaza, en el que el contraste sintiente es evidente: «Al otro se encuentra Gaza. El eco de las explosiones de las bombas que lanzan los aviones del ejército israelí se oye todo el tiempo. También el sonido de los helicópteros y los drones de combate», es lo que comenta acerca de lo que les sucede a los palestinos; mientras tanto, de este lado: «En esos campos se cultiva una quinta parte de las lechugas que se consumen en Israel, y ya se está notando su escasez en los mercados».

«—No, no considero que los de Hamás sean peores que los nazis —respondo con calma (dirigiéndose a su madre), aún si alterarme—. Además, a mí lo que me da miedo son las consecuencias de esta guerra para nosotros y la desgracia que vamos a provocar ahora en Gaza y que de forma indirecta también va a afectar a Israel. Nada justifica la matanza que llevó a cabo Hamás, pero no creo que lo que hicimos antes y continuamos haciendo ahora nos ayude a evitar la próxima masacre. La crueldad de Hamás el sábado negro no justifica de modo retroactivo años y años de dominio sobre la vida de los palestinos.»

Van a ir asomando, así, poco a poco, sus preocupaciones, su reivindicación del respeto, que es como intenta relacionarse incluso en tiempos violentos. Intenta conciliar, porque su única certeza es que no estamos solos y por lo tanto es imperativo facilitar la convivencia, aunque no puede evitar su condición cultural heredada, tan naturalmente aceptada como si se tratara de un rasgo biológico. Y, mientras tanto, se refugia en el Libro de Ezequiel o en La Ilíada. Para nosotros, este diario es una ventana a una región de la humanidad que de otra manera no conoceríamos, que está oculta por las bombas y las declaraciones de quienes pretenden dirigirnos. Si cabe la posibilidad de que Dios hiciera un buen trabajo creándonos a su imagen y semejanza, será a través de los principios que defiende Mishani.

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