Victoire
Maryse Condé
Traducción de Martha Asunción
Alonso
Impedimenta
Madrid, 2025
257 páginas
«En estas páginas
pretendo reivindicar el legado de una mujer que, aparentemente, no dejó ninguno».
La frase la escribe Maryse Condé (Guadalupe, 1937 – Gordes, Francia, 2024) poco
antes de llegar a la mitad de la obra. Victoire, que es quien da título a la narración
fue su abuela o, como se subtitula en esta edición en castellano, la madre de
su madre, en un giro que parece innecesario, pero no lo es: el libro busca
explicar una parte de lo que ella es a través de una parte de lo que fue su
madre, reivindicar, en la medida de lo posible, cómo nos construimos y por qué
nos hemos construido así. En el original en francés, el subtítulo es les
saveurs et les mots, algo así como sabores y palabras, en clara
referencia a lo que llenó la vida de la abuela, la cocina, y la de la autora,
la literatura. La investigación a la que se somete Condé para ser tan fiel como
pueda a la realidad que vivió su abuela, le da a la obra un tono explicativo,
que nos indica que se trata más de un estudio que de una obra de invención. Nos
hallamos frente a la voz de alguien tan consciente de su cometido que para ser
sincera, para recrear con sinceridad, trata de no permitirse juegos florales.
De lo contrario, caería demasiado en una mitificación que dejaría al lector
demasiado expuesto emocionalmente.
Esta distancia obedece a
la intención de mantenerse firme en el impulso que genera el relato, y que no
es otro que el de saber quiénes somos a través de conocer de dónde venimos.
Para ello no sólo dispone de los actos y las reacciones de Victoire, sino
también del conocimiento de cómo se vivía en una época de la que apenas
conocimos nada y que, dada la veloz evolución del mundo, se nos antoja ficción.
La obra tiene así un cierto ambiente coral, una acción en la que los vínculos
son la fuente de las actuaciones de unos personajes que viven como si se
estuvieran inventando el mundo. Dentro de ese grupo de gente, Victoire pertenece
a quienes habitan dentro de una cadena de calvarios, a los que sufren
humillaciones. Las miserias, los marginados y los marginadores, el racismo y el
clasismo, todo lo que tenga que ver con expresiones humanas y sociales de amor
y odio, son el motor y la gasolina de esta obra. Siendo así, la relación entre
Victoire y su hija, la madre de Condé, tendrá que ser incómoda, por momentos
incluso ausente, en ocasiones áspera. No se impone la ternura, que no deja de
estar ahí, al fondo, casi más como deseo que como realidad. Para Condé este lazo
es fundamental, dado que así va conociendo a la madre que la educó a ella, dado
que esta cascada de orígenes de tantas cosas, mayormente de afectos, la ayuda a
entender a su madre y a conocerse mejor a ella misma. En realidad, este tipo de
trabajo deberíamos intentar ponerlo todos en práctica, parece ser una de las
principales intenciones de la autora, porque esta suerte de reconciliación es
imprescindible a la hora de vivir en calma sobre la superficie del planeta.
Hay dos factores
especialmente emotivos que quisiéramos destacar: el primero es musical, es la intervención
constante del aria de la Habanera de la ópera Carmen, de Bizet —El amor
es un pájaro rebelde / que nadie puede dominar—, donde se habla de la
dificultad para entablar relaciones de amor compensadas; el otro es ese
ambiente en el que parecen convivir, en el que da la impresión de que cada uno
habita dentro de su soledad y que sólo en ocasiones se comparte. Sólo por esta
inquietud que genera, sobre el amor y la soledad, Victoire ya merece ser
leída. Estamos frente a una mediación para reflexionar sobre lo que nos
enturbia y lo que nos puede hacer felices.
Fuente: Zenda
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