El
hombre nuevo
Grigore
Dumitrescu
Traducción
de Rafael Pisot
Omen
Madrid,
2024
239
páginas
¿Es
posible describir el horror sin utilizar adjetivos? El escritor rumano Grigore
Dumitrescu nos demuestra que sí. Pero nos lo demuestra con un dolor que si a
los lectores les resulta impactante e incómodo, para el autor debió ser como
arrojarse a un abismo sabiendo que no hay suelo al fondo, que no cesará de
caer. Treinta años después de su detención y estancia en el centro
penitenciario de Piteşti se atreve a intentar describir lo que supuso esa
experiencia. El texto resultante es demoledor, seco, apurado, inhumano. Si como
persona debió convencerse, a cada segundo, de que merecía la supervivencia,
como escritor es consciente de que reflejar lo vivido debe ser suficiente como
para justificar que tiene derecho a seguir respirando. A lo que nos enfrente
Dumitrescu en El hombre nuevo es a la tortura. Sin que sepamos si existe
una auténtica razón, se ve encerrado en un gulag rumano, en el año 1948, donde
se experimenta con los presos creando entre ellos a los torturadores. De hecho,
el término torturador se repite constantemente a lo largo del libro, y por la
actitud que describe de quienes llegan a ese extremo, habla de una psicopatía
en su más alto grado, de sadismo extremo, de violencia primaria: golpe y
sangre, golpe y sangre. Los presos reciben palizas constantemente, sin
justificación, y se nos expone con un estilo sencillo y directo. Lo que nos
lleva a cuestionarnos qué sentimientos se le cruzan por el corazón y la piel al
autor mientras rememora estos hechos. No se interna en nada semejante a una interpretación
o afectación psicológica. Y tampoco concede ni una sola palabra a calibrar que
ahí afuera, o dentro del cerebro de alguien, existe o puede existir algo
parecido a la poesía. Todo lo que sabemos acerca del sufrimiento y el
conocimiento de los personajes debemos deducirlo de los hechos descritos. La
sinceridad de Dumitrescu es brutal, intentando no involucrarse ni involucrarnos
afectivamente más de lo necesario, tratando de mostrarse como el escritor con
menos intenciones de manipular que ha pisado el planeta.
La
sensación, sin embargo, pudiendo ser claustrofóbica no lo es. Dumitrescu se
permite de vez en cuando salir de la cárcel con su memoria para adentrarse en
la Rumanía de los años cuarenta, expuesta a un régimen dictatorial cuyos fundamentos,
sabemos hoy, de no haber resultado tan crueles serían una caricatura. Las
referencias a la vida política y social que se imponía bajo pesadas botas de
mando que nos habla de cómo se va instalando un sistema sociópata, de la
ambición de poder por el poder. Son esos los instantes en que abandonamos el encierro,
pues por lo demás se nos muestra ese paréntesis de la vida sin ofrecernos ni un
antes ni un después personal, humano en el sentido en que es humana la amistad,
por ejemplo. De lo único que se trata, a la postre, es de aguantar, de darse a
uno mismo la orden de que no debe permitir que su alma se quiebre. La pregunta,
ante el horror en el que se reincide, es ¿cuánto tarda la mejor en romperse el
alma mejor asentada?
No
hay historias secundarias, no hay, casi, ni siquiera una historia principal: es
un libro trenzado a base de momentos que pretende mostrarnos cómo podemos
enfrentarnos al miedo. Aunque el autor haya necesitado de treinta años para
acopiar el valor suficiente para encontrar las palabras y seleccionar los
episodios, en lo que alguno estaría tentado a catalogar como una terapia. Pero
el libro es dudosamente terapéutico, no se trata de literatura que cauteriza:
se trata de testimonios que advierten. Y esa sensación no nos lleva a las
lágrimas, que es lo que nos ayudaría a comprender el sufrimiento. De ahí ese
malestar que genera la lectura, que es un hallazgo literario que desconocíamos
que fuera posible conseguir.
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