Filosofía felina
John Gray
Traducción de Albino
Santos Mosquera
Sexto Piso
Madrid, 2021
184 páginas
“La eternidad no es un orden distinto de las cosas, sino el mundo visto sin ansiedad”.
Buena parte del espíritu
de este ensayo, esclarecedor, como todo lo que escribe John Gray (South
Shields, Inglaterra, 1948), se encuentra resumido en esa frase. Preocuparse por
la eternidad es tanto como preocuparse por la muerte. Y ahí se genera la
ansiedad que nos impide disfrutar del momento. En realidad, la eternidad no es
la suma de segundos hasta llegar al infinito, sino la ausencia de tiempo. Esto
supone que eternidad se iguala a presente, al ahora, un principio que parece
regir el ánimo con el que los gatos transitan por el mundo. La preocupación por
la eternidad, y por la muerte, y las formas de combatir esa preocupación,
centran buena parte de este ensayo. Entrar en combate contra la preocupación
supone, a su vez, preocuparse. La contradicción consecuente navega por los
análisis que Gray hace de la filosofía de tantos pensadores y tantas corrientes
religiosas, provocando que cada propuesta nos resulte incompleta. Atendemos a
los afanes de Marco Aurelio, de Séneca, Pascal, Montaigne, Spinoza, Samuel Johnson,
Buda, los epicúreos o las propuestas de religiones mayoritarias. Pero también
nos habla de algunos filósofos menos conocidos, cuyo pensamiento relaciona con
la actitud de los gatos pues, en ocasiones, han sido los gatos la compañía de
las personas.
Gray no se queda
únicamente en la filosofía. Relatos literarios y apuntes biográficos cruzan
para dar al texto un contrapunto que pisa la calle, para divagar menos con
abstracciones y convertir el libro en un ejemplo de humanidad.
Que la filosofía atienda
a la presencia de la muerte y a su peso emocional, delata en qué consiste la
esencia de los hombres, preocupados por el sentido de la vida. El ego y la
mismidad nos impiden arribar a lo que Gray llama “ausencia mental”, que sería un
estado de pacificación sereno: “Pasamos por nuestra vidas fragmentados e
inconexos, apareciendo y reapareciendo cual fantasmas, mientras que los gatos,
que no tienen yo, son siempre ellos mismos”. La entrega al pensamiento sobre el
ego se vinculará a la soledad, el otro mal que nos impide habitar en el
presente, pues parece ser el factor que más impide la felicidad, sea lo que sea
la felicidad. Así resultamos ser, en esencia, seres angustiados, nos pasamos
buena parte de la vida huyendo de nuestra propia sombra: “Hodges (nombre del
gato) era para Johnson una ocasión para darse un respiro entre tanto
pensamiento, o lo que es lo mismo, un alivio a su condición de ser humano.” Ni siquiera
la abstracción del amor nos libra de esa angustia, pues Gray lo califica como
un refugio frente a la infelicidad. Y un refugio no es un lugar donde uno
quiera habitar para siempre.
El ensayo desmitifica la
filosofía y atiende, sin utilizar jamás la expresión, a la estupidez humana: “Podemos
mirar algo sin tocarlo, pero la vida buena no es así. Solo la conoceremos
viviéndola. Si pensamos demasiado sobre ella y la transformamos en una teoría,
posiblemente se disolverá y desaparecerá. Contrariamente a lo que creía
Sócrates, es la vida examinada la que no merece ser vivida”. Estamos, a fin de
cuentas, frente a un texto que exalta la vida sin euforia ni indiferencia, ni
huidas en falso, como parecen entenderla los gatos: “somos incapaces de
controlar cómo vivimos ni las emociones que sentimos. Nuestras vidas están
influidas por el azar, y nuestras emociones, por el cuerpo. Gran parte de la
vida humana -y de la filosofía- es un intento de distraernos de esa realidad”.
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