Diario rural. Otoño –
Invierno
Susan Fenimore Cooper
Traducción de Esther Cruz
Santaella
Pepitas
Logroño, 2021
270 páginas
Pues bien, estos Diarios
rurales, de los que ahora nos llegan los que reflejan el otoño y el
invierno, pertenecen a la raza de los buenos libros buenos, porque las
emociones, las sensaciones y los sentimientos que de ellos extraeremos son
buenos. Existen libros buenos en el mismo sentido en que existe buena gente. Y
Susan Fenimore Cooper (1813 – 1894) participa de los autores que crean bonhomía.
Leer sus diarios nos supone sentir, al final, que podemos ser mejor personas.
Se trata de una inmersión en paisajes, aunque a veces descanse en atención a la
poesía o a ciertas culturas, en la que los conceptos de calma y de belleza se
igualan. Como se igualan, no nos cansaremos de repetirlo, en los cuadros de
Constable. Aquí la naturaleza, lo natural, es lo puro. Nada hay de malos
sentimientos en el recorrido que Fenimore Cooper hace por los bosques y los
lagos, nada de codicia, de gula, de resentimiento o de asco. Ni siquiera flota
el miedo, y eso, en un planeta en el que domina tanto el miedo, es de agradecer:
habitar en los diarios de Fenimore Cooper es lo mismo que descansar.
Nos va dibujando el paso
de las estaciones, como ya supimos a través de la entrega anterior, mostrando
que lo importante es querer a las criaturas, a las aves y las plantas, sobre
todo, pues son las mayores protagonistas del espectáculo amable de la
naturaleza. El hombre que aparece por estas páginas es alguien entregado a
trabajos manuales, campesinos o artesanos, alguien cuya labor mantiene unas
dimensiones humanas, un aura de proximidad que nos hace sentir una sana
añoranza y un grato deseo de compartir su tiempo. El tiempo, por otra parte,
nada tiene que ver con el paso inmisericorde de los minutos. Aquí no existen
las prisas ni las tiranías de las horas y los días. Aquí el tiempo es parte del
ritmo natural, porque, en realidad, esta obra es un elogio a la vida en un
grado cercano: la auténtica alegría de vivir no tiene nada que ver con la
ebriedad, parece sugerir Fenimore Cooper.
Observar, meditar,
aceptar, los verbos sobre los que actuaban los santos contemplativos o sobre
los que se construyeron religiones, no son artificios. Nos pertenecen y forman
parte de nuestra esencia. Eso es lo que nos gustaría ser, aunque no lo
reconozcamos, porque en las grandes urbes, donde habitamos la mayoría de
nosotros, no es posible en ejercicio de amor por los seres y los paisajes.
Fenimore Cooper mira a lo local y trasciende a lo universal. Comienza con la
emoción, que es local y es grata, y termina con el sentimiento que, aunque se
trate de algo tan abstracto como el amor, es universal y es mucho más grato.
Estos diarios son libros sobre una época y un lugar donde nos gustaría, sin duda,
quedarnos a vivir.
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