Héroes de la Antártida
Javier
Cacho
Fórcola
Madrid,
2019
355
páginas
¿Existe
la literatura geográfica? Javier Cacho (Madrid, 1952) está empeñado en
demostrar que la geografía no es una ciencia, o al menos no lo es en el mismo
sentido en el que se nos inculcan las ciencias en las academias. Todos sabemos
que la literatura histórica refleja los efectos de la historia, pero no la
reseña puramente, como se reseña en los libros de texto. Y Javier Cacho nos acerca
a una visión semejante en literatura geográfica. Es cierto que hay historia,
sobre todo en esta última entrega, en sus Héroes
de la Antártida, pero la lectura de los relatos es de un corte de viaje, de
aventura, de valor, en función de las condiciones y los descubrimientos de una
tierra hostil, fría, dura y magnética. Para Javier Cacho los lugares extremos,
los polos geográficos, son a la vez el Edén y el Antiedén, que se puede
asemejar al infierno, pero, a diferencia de éste, hay almas capaces de adorarlo.
El
libro nos aproxima a la historia de los navegantes y exploradores que se
acercaron hasta el continente de la Antártida en una época en la que se
desconocía su existencia, en una época en la que todavía se pensaba que más
allá de los límites de los mapas conocidos podía haber abismos y dragones. Los
abismos resultaron ser farallones blancos, algunos de cien metros de altura, y
los dragones una fauna en la que destacaban las focas y las ballenas. Ambos
animales, su caza y su explotación, marcaron décadas, condicionaron viajes y
supusieron destinos de miles de almas que, ahora se nos antoja que a la desesperada,
marcharon a buscar fortuna en aguas tormentosas. Pero antes de llegar a algo
que podríamos llamar exploración comercial, y que supone alguno de los
capítulos más emotivos del libro por la implicación ecológica que nos maldice
al mirar por encima del hombro, Javier Cacho nos habla de los que se atrevían a
abrir fronteras, a encender la luz para explorar el final del túnel. Y mientras
leemos estas aventuras, con sus desdichas y sus reconocimientos escondidos, no
podemos dejar de preguntarnos qué motivación utilizaban como combustible los
exploradores. El libro no intenta explicarnos la consistencia de espíritu, la
condición humana o los demonios que se apoderaban de estos héroes. En ese
sentido, Javier Cacho acierta al mantener un carácter de registro, exhaustivo,
didáctico, noble, respetuoso, en lugar de adentrarse en lo que muchos
llamaríamos locura desde el calor del sofá. Pero la sucesión de peligros y
andanzas nos da lugar a pensar en una necesidad que se nos escapa.
Se
trata de la misma necesidad que empuja a subir a los ocho mil metros, a sumergirse
en la Fosa de las Marianas, a navegar en kayak todos los afluentes del Amazonas.
Se trata de ese motor humano que eleva la curiosidad, sin cual seríamos poco
más o menos otro patrón animal. Se llama curiosidad y se lee rebeldía, porque
el libro contiene toda la dureza que es capaz de soportar el ser humano, y
también todos los dramas a los que se llega a exponer de una forma que no
sabemos si llamar voluntaria o que surge de algún lugar de las entrañas, y con idéntica
naturalidad que surgen las manzanas en los manzanos. Nos sorprende, eso sí, los
cambios que ha experimentado la humanidad en cuanto al sentido del paso del tiempo.
Entonces una expedición de tres años se afrontaba con una naturalidad similar a
la que ahora nos supone atravesar un fin de semana. Solo es un dato, pero vamos
comprobando cómo un solo acto, arrojado, salvaje, duradero, bastaba para
justificar toda una vida, en contra de nuestro presente, en el que no podemos
dejar de rellenas los minutos con cambios constantes de atención. Aunque solo
sea por esa conclusión, merece la pena leer este Héroes de la Antártida.
Luego
está la pregunta, porque se trata de una obra que abre más cuestiones de las
que cierra, acerca de si deberíamos estar hablando de leyendas que no han
tenido su reconocimiento, de mitos sin fraguar. Es posible que no seamos capaces
de gestionar el género de este ensayo, si es geografía, historia o biografía, como
no sabemos si debemos leerlo como leemos un mito o una leyenda, pero lo que es
indudable es que hay épica. Y en una época en la que lo cotidiano nos aturde,
en que lo gris desciende a plomo sobre nuestras cabezas, la épica es algo más
que una tabla de salvación: es una necesidad, un motivo. Es el equivalente al
Edén.
Fuente: La línea del horizonte
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