Geografía es un cuerpo
Si uno ha leído algo de Bru Rovira, lo que lamenta es que su obra no sea más amplia. En este libro, ‘El mapa del mundo de nuestras vidas’, el periodista revisa la actuación de cooperantes de Médicos sin Fronteras, cuya existencia adquiere sentido si están en contacto directo con el sufriente.
El concepto es una preposición: una vida con los demás. Y el impulso es primario: la curiosidad. El primero pertenece a los protagonistas del libro, miembros de Médicos Sin Fronteras, algunos de ellos relatando episodios que se remontan a una época en que al no ser famosos les sucedía la imagen de ser sinceros, y otros logistas, porque de nada sirve un cirujano sin antibióticos, incluso sin bombillas. El segundo, la curiosidad, es la de Bru Rovira (Barcelona, 1955), que ya nos está acostumbrando a la buena literatura de libros en el buen sentido de la palabra buenos.
Existe una expresión en inglés que sirve para distinguir a las personas que reúnen para dar testimonio: Itchy Feet, que quiere decir algo así como que a uno le pican los pies; es decir, que no soportan quedarse en casa más allá de lo necesario para coger impulso y sacar el carnet de piloto para bautizarse en Somallia, Uganda o Sudán del Sur, como cooperante. La dignidad de la palabra cooperante depende, desde nuestro punto de vista, de lo dispuestos que estén a ensuciarse las manos. El mundo se ha poblado de vividores con el carnet de cooperante colgado al cuello. Pero Bru Rovira solo se interesa por aquellos que son adictos a mancharse las manos, aquellos que saben que hacen castillos al borde del agua durante la marea baja, aquellos cuyo valor está en función del valor que muestren, a su vez, las personas a las que atienden. En este caso, la polisemia de la palabra valor se aplica en todo su espectro. Y eso implica el territorio donde van, las relaciones de orden antropológico que son respeto, o institucionales, que son un escollo.
Pero una vida con sentido será una vida con los demás. Una vida útil es una vida en el caos. De ahí que busque a quienes protagonizaron las etapas de improvisación, en la que no se tenía noticia de la mentalidad de los somalíes; bastaba con saber que, teniendo cuerpo, eran seres humanos, inocentes o bárbaros, durante la invasión de Estados Unidos. Aquel episodio, transmitido en directo y aparentemente fallido, es descrito como una especie de acto terrorista para desbaratar un estado. Recordemos que, tras el tsunami de 2004, las costas somalíes aparecieron cubiertas por bidones de residuos nucleares que procedían de Estados Unidos. Arrojarlos en aguas de otro país, impunemente, solo se puede hacer si este carece de Estado, de organización, de leyes. Al menos tal y como está montado el quiosco del mercado mundial.
A medida que avanza en los testimonios, Rovira se acerca a épocas más actuales. Durante el camino van describiéndose cómo los cooperantes deben aprender a controlarse en territorios donde se impone la Sharia, o reclutar gente dispuesta a participar en los casos extremos. Descripciones de bombardeos que nos remiten a algunos de los episodios finales de El jardinero fiel, para que el lector se haga a la idea, masacrando campos de refugiados, huyendo y dejando atrás cuerpos con apenas vida, se suceden a los vividos en Kosovo en 1999. La brutalidad que encuentran en Kosovo es la que podría suceder entre los vecinos de una escalera. De ahí el terror: porque no pueden dejar de intentar razonar una maldad que escapa a toda comprensión. El riesgo de volverse paranoico surge hasta la piel. De hecho, algunos de los cooperantes alternarán su dedicación en Médicos sin Fronteras con su participación en acciones de Greenpeace, a bordo del Rainbow Warrior. Pero la adrenalina de una vida con los demás está en Afganistán, donde la dureza del clima se añade al cambio de siglo que supone pisar ese territorio. Los testimonios de quienes pasaron por Afganistán, otro estado que se destrozó, reúnen el horror y la ternura.
En lo que sí están todos de acuerdo, todos los que entrevista Rovira, es en la necesidad de trabajar en horizontal. Horizontal es el suelo sobre el que pisamos, lo cual nos iguala, y sin los cimientos de la igualdad, cualquier actuación será mera propaganda. Los ejemplos a que se remite son los de los emigrantes que trazan una ruta a pie desde el corazón de África a Europa. Tantos que se quedan en el camino, sobre todo mujeres que son obligadas a prostituirse, niñas que son vendidas como criadas o las puertas cerradas de una Europa violenta. El síndrome de Ulises que sufren supera el grado diez en una escala del cero al diez. La frontera de Mauritania con Marruecos es, tal vez, el lugar donde con mayor atrocidad se comenten crímenes de lesa humanidad, de lesa sensibilidad, porque lo de vivir con los demás mueve a risa a los traficantes y asesinos. Pero para estos cooperantes, el contacto directo da sentido a la vida. No a sus vidas, sino a la vida, a Gaia, al universo. Sufren secuestros, atienden en terremotos, se arriesgan en epidemias, y siguen dando sentido al caos en las aguas del Mediterráneo o en Siria. Dada la vigencia de esto últimos episodios, podríamos considerar que el lector se sentirá más afectado. Pero si uno va a estremecerse, ese momento en Darfur en que tienen que huir y dejar atrás a una niña de ocho años, pero con el cuerpo de cinco recién cumplidos, corriendo para salvarse de un destino peor que el infierno, del que la habilidad de un piloto consigue rescatar a los cooperantes, refleja mejor que ningún otro que la vida con los demás es la única vida posible. Lo otro es existencia.
Uno ha conocido a cooperantes, a muchos cooperantes, cuyo único fin era disfrutar de lo sencillo, transformados en administrativos, los cientos de papeles que firmaban justificaban su actuación de manera irrebatible. Luego uno comprobaba que su actuación real suponía pagar salarios de hambre a los obreros del lugar que contrataban justificándose en algo similar a la entropía. Pero también ha conocido a los que intentaban vaciar el océano con un cubo y cada noche salvaban una vida durante unos pocos minutos. Si uno es capaz de acariciar la piel de un leproso para transmitirle un poco de ternura, entonces está salvando el mundo. Sobre esto es sobre lo que trata El mapa del mundo de nuestras vidas.
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