La joven y el mar
Catherine Meurisse
Traducción de Rubén
Martín Giráldez
Impedimenta
Madrid, 2022
116 páginas
La advertencia es clara:
el pensamiento más profundo que muchos somos capaces de crear a lo largo del
día, tiene que ver con la decisión de meter un chorizo en la cesta de la compra
o evitarlo, para no estropear aún más la figura. ¿En qué mar navegamos cuando nos
estamos limitando a pensar en la dieta o el placer hedonista de masticar
chorizo? Contra ese afán idiota, se rebela la disciplina que conocemos como
estética, aunque unir en la misma frase rebelión y estética nos resulte
impactante: una gesta batalla en nuestro interior y la otra, descanso. Pero el
afán estético implicará, si está unido a ese descanso, y lo está, toda una rebelión
a la que deberíamos agarrar como el niño a la cometa. Estamos en tiempo de estrés,
convencidos de que existe un vínculo entre el estrés y la felicidad, aunque no
formulemos jamás esa ecuación.
Catherine Meurisse (Nort,
1980) ha compuesto un álbum en el que no se rebela como se rebelan los que
cogen las armas, sino como los que pretenden descanso. Su propuesta es bien
clara: una joven pintora busca la paz creativa retirándose a un rincón del país
en el que existen leyes para proteger a los bosques desde la Edad Media. En
Japón, da por supuesto, encontrará la inspiración, porque en Japón, junto a los
bosques y viendo el mar, encontrará la calma. Pero esa calma ni implica la
producción constante de arte. La estética no es una carrera, no es un encomio,
no se produce. La estética empieza en la respiración y ese saber aguardar que
muestra el maestro japonés a la espera de que le llegue el momento de dibujar
el rostro de la mujer enigmática.
La vida se ha reducido a
cuatro conceptos esenciales y nuestra joven pintora va aprendiendo que lo
importante no es definirlos, sino sentirlos. Meurisse dibuja esta pequeña
novela gráfica con un estilo fresco y sincero, que ya conocíamos, como si nos
estuviera diciendo que nosotros también seríamos capaces de crear obras de este
calado. Se detiene, eso sí, en los instantes en que las imágenes japonesas, que
son familiares y extrañas al mismo tiempo, más han influido en su obra, y las
reinventa adaptándolas a su condición. La propuesta resulta doblemente
atractiva, por darnos una alternativa a la vida que llevamos, de compradores de
chorizo, y ofrecernos garantías de que nosotros también podemos entregar parte
de nuestra vida a la estética. ¿No sería esto una rebelión? Y las rebeliones,
bien lo sabemos, entran en esa otra rama de la filosofía que se conoce como
ética. Meurisse sobrevivió al atentado de Charlie Hebdo, en 2015, y desde
entonces no cesa de buscar por qué merece la pena seguir viviendo, seguir
creando.
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