Brillo
Raven Leilani
Traducción de Laura
Ibáñez
Blackie Books
Barcelona, 2022
237 páginas
La expresión la utiliza
la protagonista de Brillo: «Soy la coordinadora editorial de
nuestro sello infantil, lo que significa que, de vez en cuando, tengo que
decirles a los auxiliares de edición que verifiquen cómo hacen la digestión los
peces del acuario». Así de libres son las asociaciones
que hace la narradora que crea Raven Leilani (Nueva York, 1990). De una imaginación
desbordante en el uso de comparaciones y en las sorpresas que saltan a la
mirada, Leilani comienza la novela con una introducción muy fuerte, con una
potencia que habíamos percibido en pocas ocasiones últimamente. Y todo para
crear un personaje que es puro conflicto, pura contradicción. Se trata de crear
a partir de la pura disonancia. Nuestra protagonista es sincera consigo misma.
De hecho, es tan sincera que nos aturde. Es tan sincera que reconoce que no será
capaz de resolver un conflicto, porque no deja de ser un pez en el acuario,
respirando la misma agua que los demás, pero con menos kilos de fuerza para
defender su integridad.
Hemos dicho integridad y tratamos
de una desintegración estancada. No parece que haya sido capaz de conseguir
muchos referentes, muchos ejes alrededor de los cuales construirse. Está, eso
sí, el sexo, al que nos enfoca desde una perspectiva que desconcierta: es relativamente
sencillo confesar las experiencias y confesarse prolífica, pero se va a mover
en un pequeño mundo en el que los otros personajes pertenecen a una generación
en la que todavía se siente vergüenza, o falso pudor, a la hora de tratar con
él. Y está también su masoquismo, que es directo, que tiene que ver con el
dolor físico. Y este dolor se va explicando a medida que la narración avanza y
se nos dan apuntes sobre su pasado, sobre ese padre energúmeno que pasó a
creerse un iluminado, que será un fanático y el fanatismo explica demasiado
bien nuestros traumas.
Pero ¿qué historia es la
que tenemos entre manos? Una mujer joven conoce a través de una web de citas a
un hombre veinte años mayor que ella. Él está casado y sostiene que su matrimonio
es abierto. La situación de ella llegará a embrollarse de tal modo que no le
quedará más remedio que aceptar la hospitalidad de la mujer del amante. Y a
partir de ahí se da ese tipo de situaciones que ya hemos presenciado en varios
relatos, en las que el extraño condiciona la vida de una familia de supuesta
clase media acomodada. Con frecuencia se han hecho comedias o películas de
terror a partir de esa situación. Leilani va mucho más allá, pues la diferencia
de clases que expone nos lleva a plantearnos que esa lucha es mucho más
mundana, mucho menos filosófica o sindical, de lo que hasta ahora habíamos
sospechado. Se trata de una realidad, en la que también interviene el conflicto
entre generaciones, en una época en la que la evolución sucede demasiado
rápido.
Nuestra chica es una
estudiante frustrada de Bellas Artes, que apenas encuentra consuelo en la
pintura. Ni en la única persona que es afroamericana, como ella, en todo el barrio
residencial. Nos habla de una forma un poco aséptica sobre una sociedad que es
un poco basura: «Me pregunto si habré dado la
impresión de estar demasiado deprimida sentada en mi escritorio, si se me habrá
pasado usar el modo incógnito del navegador cuando me he conectado a
SugarBabes.com. Con la formación adecuada, cualquiera podría hacer mi trabajo
y, si me cayera por las escaleras mecánicas del Forever 21 de Times Square y me
partiera la columna vertebral, tampoco sería noticia en la oficina».
Se trata, en definitiva, de
sobrevivir, porque uno no es el rey de los peces del acuario. Ahora bien, está
el asunto del destino. Ya sabemos que no somos dueños de él, pero ¿hasta qué
punto somos instrumentos en las vidas de los demás? De hecho, sólo se produce
una identificación real con una niña que tiene el mismo nombre que el lobo alfa
de la manada que acogió a Mowgli: Akila. Esta referencia no es gratuita. En
cierto modo, hay un espíritu de Robinson, pues la supervivencia es una
experiencia única, personal, pero al estar rodeado de los demás, esta se
produce dentro, que no integrado, de una tribu. Si uno tiene mala suerte,
dentro de una jauría. En buena medida, Leilani nos plantea que somos demasiado
cáscara de nuez en un mundo que es demasiado océano.
Y todo esto manteniendo
siempre el pulso que es narrativo, pero también obedece a la observación, tanto
la introspectiva como la que precisamos para interpretar nuestro entorno y a
quienes lo habitan. El mayor reto de Leilani será mantener esa tensión a lo
largo de toda la novela, una vez que hemos colocado todas las piezas sobre el
tablero y nos ha mostrado las reglas, tan fantásticas, con las que ha ideado el
juego. Lo aconsejable, desde luego, es llegar hasta la última página sin perder
el ánimo.
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