Kitch
Anthony Joseph
Traducción de Ben Clark
Entreambos
Barcelona, 2020
377 páginas
A la suma de las varias
voces, se añaden momentos de narración exterior, incluso la reproducción de
alguna entrevista o algún recorte de prensa. Todo ello porque forma parte de
esa inmersión en la vida del músico, acompañando a los testigos en una cadena
de puntos de vista que nos remite a las técnicas documentales en las que los
amigos, los conocidos, los compañeros, van hablando sobre el protagonista en la
medida en que lo conocieron. Se nos ocurre pensar, salvando las distancias, en Zelig,
de Woody Allen, como técnica narrativa semejante, pues en ambos la invención se
impone por encima del retrato. Y en ambos se habla de una época, de una
evolución. En este caso, de un mundo en marcha, cambiante, una etapa, entre los
años cuarenta y los setenta, en la que las antiguas colonias van entregándose a
la independencia con más o menos fortuna. Es un momento en el que muchas
culturas necesitan aferrarse a la idiosincrasia para resistir ante el abismo de
la economía que se abre a sus pies. Y una de las fuentes de dicha idiosincrasia
será, precisamente, la música, aunque adopte el formato algo ingenuo del calipso.
En ese sentido, la ingenuidad está poniendo suelo bajo los pies, mientras vemos
reflejado el racismo, la xenofobia y el colonialismo como decorado sobre el que
se mueve nuestro protagonista.
Tartamudo y vividor,
pobre de nacimiento y mujeriego, con una descomunal confianza en sí mismo, Lord
Kitchener protagoniza una biografía que revoluciona un género, el de la novela
de iniciación. El libro es una suerte de Bildungsroman sin fraguar, es
decir, una demostración de que la vida se nos presenta como tal, como una
novela de iniciación, cuando eres un crío y cuando envejeces, y en todas las
etapas que suceden en ese tiempo. No olvidar los sueños, ni cuando te exilias a
Inglaterra ni cuando regresas a Trinidad y Tobago, será el sustrato que nos ayudará
a no caer en la demencia.
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