Perdido
en el paraíso
Umberto
Pasti
Traducción
de José Ramón Monreal
Acantilado
Barcelona,
2020
280
páginas
Ser
progresista consiste, hoy, en ponerse de parte del planeta, en una guerra que
se libra entre una naturaleza empeñada en seguir existiendo y una humanidad,
que se muestra como un ente de extrema derecha. La guerra es a destrucción
definitiva y la victoria está cayendo del lado de los canallas. Pero todavía
queda algún rincón en el que alguien se muestra como lo que todos deberíamos
ser, amantes y defensores de Gaia, y este individuo se transforma en un
maestro. Este es el caso de Umberto Pasti (Milán, 1957), que haya un refugio en
la costa de Marruecos, en un diminuto pueblo, y nos descubre que la belleza
todavía es posible; y que no existe ninguna diferencia entre ética y estética.
Su proyecto, la creación de un jardín con los elementos básicos del entorno, nos
habla de bonhomía, de generosidad, de comprensión y hasta de una forma de piedad
que no tiene nada que ver con la limosna. Perdido en el paraíso es un
libro hermoso, que se desarrolla lentamente, como lo hace la creación de un jardín.
Nuestro
jardinero demuestra una humanidad que tiene que ver con algunas palabras que
comparten idéntica raíz: humanismo, humanitarismo. Su tiempo es lento, porque
la felicidad que busca no es un azote de euforia. Y su relación con el jardín, con
una naturaleza que no termina de estar domesticada, pasa a través de una serie
de personas que le acompañan en el viaje. ¿Hemos dicho viaje? El jardín representa,
con ternura, todo lo contrario al viaje: la quietud frente al desplazamiento.
Sin embargo, ambos comparte alma, pues ambos se arman de contemplación, aunque
se trata, eso sí, de una contemplación activa: ni el jardín crece sin cuidados,
ni el viaje progresa sin movimiento. Y en ambos, bien llevados, se puede
transmitir armonía. Esa es la base del estil de Pasti, la armonía. Y la
estructura del libro, lineal, cronológica, no olvida que se enfrenta a un
proyecto de construcción, en el sentido más entusiasta del término: uno viaja o
es jardinero sintiendo algo semejante a que un dios le posea.
Pasti
reproduce, eso sí, el mito del buen salvaje, aunque acertando a la hora de actualizarlo:
en Marruecos todavía se haya pureza, sinceridad, humildad, al mismo tiempo que
se irá encontrando con la inevitable versión cruel del hombre contra el hombre.
Pero en su proyecto resulta perdonable, posible de resolver siempre y cuando se
recurra a la sensibilidad y a la inteligencia, si es que se trata de dos cosas
diferentes. El viaje, vertical, es hacia lo real y hacia lo exquisito. La
lucha, una lucha de bajísima intensidad, es por conservar lo exquisito, que es
belleza, sí, pero, repetimos, es también bondad. Si es que belleza y bondad
pueden separarse, cosa que se nos antoja imposible y más aún tras la lectura de
Perdido en el paraíso.
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