Un
río en la oscuridad
Masaji
Ishikawa
Traducción
de Esther Cruz Santaella
Capitán
Swing
Madrid,
2020
170
páginas
El
infierno son los otros, o no. El infierno es un laberinto de círculos, un
retablo de monstruos, el fuego de azufre o una depresión. El infierno es algo
que, a falta de una palabra más potente, está íntimamente ligado a la estupidez.
De la estupidez brota la peor versión de la crueldad y la crueldad es un mal
que se retroalimenta: quien lo ha probado lo sabe, la crueldad produce dopamina
y genera una sensación de bienestar semejante a la de cualquier droga. Cuando
se empieza a ser cruel, y uno se olvida de ello durante un tiempo, se le viene
el mundo encima, sufre un síndrome de abstinencia que solo se alivia pisando
hasta producir sangre. Frente a cualquier otro malestar, a esos acosos con que
nos constriñe la existencia, el cruel, el estúpido, reacciona sacando lo peor
de sí mismo, volviéndose más cruel, más estúpido. Solo así cabe explicarse este
fenómeno que refleja, con tantísimo dolor, Masaji Ishikawa en uno de los libros
más estremecedores que leeremos en mucho tiempo. Tal vez alguien le achaque que
no se trata de una obra para todos los estómagos, pero no querer saber, y
justificarlo en la sensibilidad, es una forma vulgar de cobardía.
Ishikawa
es una persona con un fortísimo sentido familiar, y a él se va aferrando a
medida que sucede el horror. En primer lugar, será la infancia bajo el yugo de
un padre violento y borracho, un coreano refugiado en Japón y casado con una
japonesa. Luego, a partir de los doce años, será el doloroso absurdo de Corea
del Norte, un país donde los victimarios aprovechan el terreno esquilmado para
hacer sufrir a las víctimas. Ishikawa cree estar huyendo de lo salvaje y se topará
con el infierno, con todos los infiernos. Hasta tal punto que la miseria y el
sufrimiento de la familia provocarán la humanización del padre, cuya alma no
parecía tener rescate. Asiste a muertes y al sentido de culpa, que es otra
maldición, otra versión del infierno. De hecho, en buena medida se trata de un
libro psicológico, pues el reflejo de las reacciones, de los sentimientos, de
las suposiciones, del sufrimiento y sus consecuencias, está siempre ligado,
intuitivamente, a los efectos psicológicos. A uno le sorprende la capacidad de
observación que mantiene Ishikawa a pesar de estar dedicando sus escasas
energías a la supervivencia.
Se
retrata la impotencia frente al dolor, la indefensión frente a la locura, la
sencillez frente a la barbarie. Se traspasa, una y otra vez, los límites de lo
humano, que son muy desconocidos por los idiotas, por los malvados, por los
poderosos, por los que presumen de empuñar armas. Decir que la calidad de vida
que expone es de perro humillado, sería un eufemismo. Las desgracias se
concatenan, incluso superando las normas más elementales de la fidelidad
animal: madres que abandonan a sus hijos, muertes absurdas, condenas al hambre
y al frío sin otra justificación que no sea la desidia, y hasta desapariciones decididas
por uno mismo. Corea del Norte, y sobre todo el mundo rural de Corea del Norte,
es una tierra de muerte y terror. El viaje a que nos sometemos es un viaje que
requiere valor. Y del que no saldremos ilesos. No hay un final, aunque quepa la
posibilidad de una huida. Ni siquiera rezar facilitará una gota de consuelo, un
segundo de reposo.
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