Hombres fatales
Elisenda Julibert
Acantilado
Barcelona, 2022
165 páginas
La historia de las
relaciones entre hombres y mujeres está llena de dientes. Asoman cuando uno sonríe
y son protagonistas de los mordiscos. Desde los dientes, a ser posible
afilados, se escupen los principales tópicos, incluidos el de la mujer fatal,
que tan útiles son para maldecir sin razones, por la mera necesidad animal de
encontrar un culpable. A partir de ese tópico y algunas de sus principales
construcciones narrativas, Elisenda Julibert (Barcelona, 1974) crea este ensayo
cuyo título ya nos revela la intención de dar, por fin, la vuelta a la
tortilla: Hombres fatales. Metamorfosis del deseo masculino en la literatura
y el cine. De hecho, las obras que elige han sido compuestas por hombres, y
la intención es descubrir, más con sociología que con psicología, qué efecto
rebote pudo provocarlas, como reacción a qué surgieron.
La relación participa
tanto de los espacios que hemos conocido en ese tema como de apuestas
sorprendentes: Carmen, Luis Buñuel y su Ese oscuro objeto del deseo, la
Albertina de Proust, las mujeres de Hitchcock encarnadas en el enigma de Vértigo,
Lolita y los dos personajes extravagantes que protagonizan la inconclusa Bouvard
y Pécuchet. Estamos en lugares donde los hombres perdieron la cabeza por
algo que se acerca más al deseo que al amor, y también en lugares donde los
hombres sublimaron el deseo para sustituirlo por otros afanes. Entramos en territorios
de interpretación de la mente del autor, que siempre será enigmática, pues
aunque contáramos con confesiones completas, desconocemos todos los mecanismos
del inconsciente. Julibert, eso sí, trata de facilitarnos claves a través de
interpretaciones posibles que pasarían por teorías del psicoanálisis, por
ejemplo, sin dejar de advertir que estas mismas teorías han sido, a su vez,
elaboradas por hombres.
Se trata de reivindicar
la figura femenina como una entidad que es mucho más que gasolina. Ni siquiera
la Lolita de Nabokov se debería ver a modo de pequeña víctima, pues la narración
no deja de estar contada por Humbert, el cuarentón obsesionado, pedante y con
un más que probable complejo de inferioridad. El destrozo, en cualquier caso,
ha sido inevitable para la estampa de la mujer. Sin embargo, a lo que realmente
asistimos, lo que es cierto, es que detrás de la obra podemos leer la mente, o
la pasión o eso que solemos llamar alma, de un autor. Y no dejamos de ser un
nido de fracasos, frustraciones, pulsiones sin resolver, deseos sesgados.
También de alegrías y memorias fabulosas, sí, que posiblemente sean las que
empujan a la creación, intentando que ellas se repitan aunque sólo sea a través
de la imaginación, pero interrumpiendo los sueños porque no conseguimos ver, la
mayoría de las veces, finales felices.
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