Arauco
Juan Manuel Zurita Soto
Comba
Barcelona, 2022
234 páginas
El tema del regreso da pie a las mejores psicoterapias: a medida que uno revisa su pasado, va derribando todos los andamios con los que se ha mantenido en la realidad, esos autoengaños que construyeron un relato que nos resultaba coherente, que justificaba cada minuto, cada elección, incluidas las más cobardes. Al mismo tiempo, la terapia, que te reconcilia con el relato del pasado al ser imposible volver a vivirlo para ir corrigiendo, sustituye los andamios por la propia verdad. O al menos así es como debería ser. Esta novela, Arauco, que ahora tenemos entre manos, nos propone esa suerte de ejercicio a través de una ficción. Juan Manuel Zurita Soto (Chillán, Chile, 1978) inventa a un personaje que regresa desde la capital, Santiago, a una población de provincias, al sur de Chile, en la que quedó su infancia y también sus padres. El regreso supone descubrir, de una vez por todas, las raíces. Nuestro protagonista atraviesa la crisis de la mediana edad, incrementada por la reciente pérdida de su empleo como periodista. Y se pregunta si aquel malestar por el que salió disparado, a los dieciocho años, huyendo de Arauco, que es el nombre de la población, no será, a estas alturas, algo más parecido a confort.
Pero no puede dejar atrás su afán, su dedicación al periodismo, y el viaje se justifica en la investigación de un crimen inexplicable que tuvo lugar en Arauco muchos años atrás. Esta investigación atraviesa la novela a modo de Macguffin, proporcionando trama, pero sin sustituir al conflicto que subyace, a esa búsqueda de raíces, a ese cuestionamiento del pasado y el redescubrimiento del lugar. Zurita Soto construye esta trama con el placer de investigar a los investigadores; es decir, nos explica un poco cómo es el trabajo de quienes se propusieron escribir una novela sobre un crimen real. Es inevitable que se nos venga a la cabeza un título como A sangre fría, y pensemos que nuestro hombre tiene como emblema, como bandera, a Truman Capote. Asistimos a una investigación más o menos sencilla a partir de los informes y demás papeles, y veremos cómo se van torciendo la posibilidad de progresar en cuanto se relaciona con los otros habitantes de Arauco. Lo más complicado a la hora de encontrar nuestro lugar no es el sitio, sino la gente.
Zurita Soto imbrica esta trama con la experiencia del protagonista, que se ve obligado a reconsiderar todos sus prejuicios a partir de los cambios. Nada nos protege de estas comparaciones y sus resultados. En nuestro interior, se entabla un debate entre quiénes somos y quiénes hemos creído que hemos sido. Y de esta crisis uno debería salir creciendo, haciéndose más fuerte o, al menos, más resistente. La trama y el conflicto están muy bien equilibrados y narrados con pulso sereno, con una prosa que descansa en el buen oído. Ahí nos encontraremos frente al pueblo que nos juzga, como juzgaron a los implicados en el crimen, a los que vamos conociendo a lo largo del año que el protagonista convive con ellos. De la condena social no nos libramos ninguno.
Y hacia la mitad de la obra, empezamos a sentir también nuestras dudas. Quedarse y hacerse en parte cargo de la ferretería familiar puede suponer otra forma de encierro. Tendremos que aprender a convivir con este temor para aprender, a su vez, a convivir con los beneficios del reencuentro, que podría alargarse hasta por voluntad propia. Para ello uno debe llegar hasta el final de la terapia, que supone descubrir al criminal, pero también descubrir qué parte de volver a visitar el pasado nos ayuda a sentir descanso. Para afrontar este largo trance es necesario acopiarse de valor, pues lo horrible, o el miedo a lo horrible, no dejará de salir al camino. “Caminar por el pueblo es ponerse a pensar”, nos dice el protagonista, que es quien nos habla. El momento y la situación, pues, pondrán en marcha las ruedas de la inteligencia, sugiriéndonos qué tipo de estímulos necesitamos para no mantenerlas dormidas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario