Flotar,
pude
Gabriela
Ponce Padilla
Candaya
Barcelona,
2024
136
páginas
La
familia puede ser, también, un cuento de terror. Cualquiera ha podido pasar por
una etapa en la que hubiera condenado a la hoguera a su propia madre sin sentir
ningún tipo de remordimiento. Al fin y al cabo, sabemos quién es cuando está
junto a nosotros, pero desconocemos lo que puede ser fuera de ese ambiente. Dicen
los psicoanalistas que las madrastras y las brujas de los cuentos de hadas
sirven para que el niño sublime la parte más oscura de la madre, la que le
atora de miedos de vez en cuando. Por ahí circulan, además, los hermanastros, que
son la negación de la hermandad que se supone debe existir entre los miembros
de una familia, o al menos de ese modelo de familia que se impone en el
catolicismo más rancio o en las películas de Disney. Así pues, un relato que
cambie los parámetros convencionales, los de ciertas religiones y ciertas
películas, se nos antoja una narración de terror, aunque podamos reconocer que
hay más sinceridad en ellos que en la doctrina de unos y el dulce de los otros.
Eso
sucede con este conjunto de cuentos de Gabriela Ponce Padilla (Quito, 1977),
que nos transmite cierta decadencia, aunque sea un tipo de decadencia que ya
vivimos hace un par de décadas: la agresividad sorprendente entre miembros de
una familia, el VIH, las drogas, las amenazas económicas, etc. El centro de
interés es la familia, pero no es el único que atraviesa las historias, porque
la presencia del dolor y de su hermano siamés, el miedo, es constante. Y refleja
más daño en los narradores, que todos se expresan en primera persona, cuanto
más se aproximan a las madres. Ponce Padilla crea más cuentos de situación que
cuentos de tramas, momentos en que se refleja la inmadurez de los personajes,
que es casi necesaria en esa etapa del crecimiento. Es gente que no entiende a
qué se debe lo que están viviendo, y esa incapacidad para comprender es el
detonante de la situación que, por utilizar algún eufemismo, calificaremos de
desagradable, de incómoda. Pero no huyen de ese lugar y de ese momento, ni
tampoco lo enfrentan: más bien se diría que lo sobrenadan. En buena medida, la
prosa de Ponce Padilla está al servicio de mostrarnos las sensaciones que
saturan esos instantes, esas desgracias que no tienen otra utilidad que la de
rompernos. En estos cuentos, la normalidad está de luto, las vidas son feas y a
los narradores les gustaría poner las cosas en su sitio. Pero eso supondría que
existe un sitio donde la vida es normal, cuando lo normal es que la suerte nos
la hagamos, dentro de un destino del que no somos dueños.
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