Las
hijas del cazador de osos
Anneli
Jordahl
Traducción
de Petronella Zetterlund
Siruela
Madrid,
2024
327
páginas
Revisitar
el mito del buen salvaje se hace necesario en un momento en que ya es imposible
que exista. No hay rincón del planeta sin explorar, fuera de las profundidades
del océano. Hay gente que vive apartada, eso sí, en alguna duna del Sáhara o en
algún valle del Himalaya, allí donde no llega, ni llegará en mucho tiempo, el
turismo. Pero lo del buen salvaje pertenece a la mitología, es ficción y como
ficción proyecta nuestros deseos en lo que estamos creando. Eso sí, existe la
posibilidad de pensar que hay una especie de buenos salvajes entre nosotros,
los que huyen de la ciudad, que es el máximo exponente de la civilización, pero
no para ir a los pueblos, que se pueden alcanzar gracias al segundo máximo
exponente de la civilización que son las carreteras. Estos huyen para intentar
esconderse, un intento que se verá constantemente frustrado porque es imposible
evitar el encuentro social. A uno se le viene a la cabeza la película Capitán
Fantastic, por ejemplo, reivindicativa, loca y romántica. Pero en caso de
que esta situación sucediera, la realidad podría empujar a la familia a
transformarse en algo mucho más feo.
Eso
es lo que sucede a las siete hijas huérfanas que protagonizan esta novela.
Siete personajes criados en el bosque, nos remite claramente a los cuentos de
hadas, pero debemos decir, antes de seguir adelante, que estos contenían, por
debajo de la historia, un sustrato siniestro: niños abandonados, secuestros, seres
miserables y oscuros, entorno ingobernable, etc. El bosque será hermoso, pero
no carece de peligros. Y no todos provienen del entorno: nuestras siete
protagonistas son alcohólicas por necesidad, por refugio, porque de alguna
manera tienen que adaptarse a lo más rudo y convertirse ellas en mujeres
durísimas. Eso es, al menos, como lo entiende la narradora, una etnóloga
aficionada que al conocerlas decide investigar para escribir sobre ellas. Y así
nos da cuenta de una familia en la que las relaciones no son solo primarias,
sino incluso primitivas. Y también de algo que utilizando un eufemismo
llamaríamos choque cultural, el que se produce en cada encuentro que ellas
tienen con la otra gente, con los civilizados, y la incomprensión consecuente.
Obligadas
a madurar a marchas forzadas, tras la desaparición de un padre y una madre que
eran unos energúmenos, se nos presentan siete tragedias, una por cada hija, que
suceden como consecuencia de apartarse de la sociedad, pero, sobre todo, de
apartarse del dinero, es decir, de la pobreza. El libro apunta trazas potentes,
contiene muchas posibilidades de atrapar al lector, de enganchar por los temas
traídos. Si cabe ponerle algún reparo, es el estilo funcional, seco, que no
parece ser el más acertado para relatar esta historia, aunque este apunte bien
puede ser orgullo de lector. En cualquier caso, es un relato de iniciación en
el que las protagonistas se ven obligadas a conocer un mundo en el que demasiadas
cosas no deberían existir, viniendo de otro mundo que no es ningún lugar
hermoso. Aunque solo sea por ese planteamiento, merece la pena echar un vistazo
a esta novela.
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