miércoles, 11 de diciembre de 2024

SI LOS ANIMALES PUDIERAN HABLAR

 

Si los animales pudieran hablar

James Herriot

Traducción de Pablo Álvarez Ellacuria

Blackie Books

Barcelona, 2024

303 páginas

 

 


Son muy pocos, pero existen: hay libros buenos en el mismo sentido en que hay buenas personas. Eso es lo que sucede con la obra de James Herriot (Sunderland, 1916 – Thirsk, 1995), que ahora está recuperando, en varios volúmenes la editorial Blackie Books. Si los animales pudieran hablar es la continuación de Todas las criaturas grandes y pequeñas, título que al lector le puede resultar familiar, pues una famosa serie de televisión se basa en esta obra. Herriot recoge anécdotas de su vida como veterinario rural en el condado de York, una vida que sucede hace décadas, cuando los días estaban sometidos a los ciclos agrarios y el sol y la lluvia decidían que aspecto tendría la tierra. Cada capítulo, que no es muy extenso, funciona con la autonomía de una fábula, pero sin otra enseñanza moral que no sea la de mostrarnos que el tono constante que mantienen va construyendo una vida que, si bien puede no ser la que nos gustaría vivir, lo que es seguro es que nos gustaría vivirla con esa intensidad y ese saber estar. De ahí que Herriot escriba con un lenguaje que nos llega diciéndonos que yo soy uno más de nosotros, como lo es el lector. La vida que merece la pena, parece querer decirnos, es la que resulta de ir cosiendo las pequeñas satisfacciones, en las que se incluyen los momentos apurados de los que, finalmente, pudimos salir más o menos airosos. Si el arte está en la mirada del espectador, el arte de vivir está dentro de nuestro cuerpo, en algún lugar que, a falta de un término mejor, llamaremos alma.

Estos muy entretenidos episodios transmiten el valor de una vida sana y sincera, algo que nos resulta complicado de hallar si levantamos la mirada y observamos a nuestro alrededor: dentro de los ordenadores, dentro de internet, uno no puedo gozar de una sensación de ser libre semejante a esta. Lo que se nos muestra, es que la mejor aspiración que podemos tener es la de convertirnos en un ser sensible que va aprendiendo a relacionarse con la gente y con el planeta. De hecho, al tratarse de una obra extensa, consuela saber que esa impresión, que nosotros podemos tener muy de vez en cuando, se extiende a lo largo de todos los días, que es posible vivir como nos gustaría vivir. Y esa vida contiene lo mejor de las dos vidas tradicionales a las que aspiramos: Herriot escribe mostrándonos una vida de acción, aunque no se trate de acciones propias de Hércules o Ulises, pero que tienen la consistencia de una vida contemplativa. Es posible actuar y sentir a la vez; ser un gran hombre no supoen hacer cosas célebres o brutales, ser un gran hombre significa entender que los demás tienen debilidades y virtudes. Es casi inevitable mencionar que esta obra antecede a los libros de Gerald Durrell, con quien comparte la intención de transmitir que cualquier error es perdonable, en lugar de hacernos creer en la maldad. Aunque también nos remite a la serie Doctor en Alaska, donde el cosmos posee sus propias reglas y las cualidades humanas se van moldeando. E incluso por momentos nos hace recordar los cuadros de Millet, donde la siega y el sudor entrañan cierta calma. En definitiva, estamos ante una mirada tierna colmada de comprensión, ante un espíritu con el punto exacto de alegría que nos muestra que vivir es una carrera de fondo, ante una obra amable, grata y divertida. Estamos frente a uno de esos libros que nos hacen felices. Y ese es un gran valor literario.

 

Fuente: Zenda

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