Si
los animales pudieran hablar
James
Herriot
Traducción
de Pablo Álvarez Ellacuria
Blackie
Books
Barcelona,
2024
303
páginas
Son
muy pocos, pero existen: hay libros buenos en el mismo sentido en que hay
buenas personas. Eso es lo que sucede con la obra de James Herriot (Sunderland,
1916 – Thirsk, 1995), que ahora está recuperando, en varios volúmenes la
editorial Blackie Books. Si los animales pudieran hablar es la
continuación de Todas las criaturas grandes y pequeñas, título que al
lector le puede resultar familiar, pues una famosa serie de televisión se basa
en esta obra. Herriot recoge anécdotas de su vida como veterinario rural en el
condado de York, una vida que sucede hace décadas, cuando los días estaban sometidos
a los ciclos agrarios y el sol y la lluvia decidían que aspecto tendría la
tierra. Cada capítulo, que no es muy extenso, funciona con la autonomía de una
fábula, pero sin otra enseñanza moral que no sea la de mostrarnos que el tono
constante que mantienen va construyendo una vida que, si bien puede no ser la
que nos gustaría vivir, lo que es seguro es que nos gustaría vivirla con esa
intensidad y ese saber estar. De ahí que Herriot escriba con un lenguaje que
nos llega diciéndonos que yo soy uno más de nosotros, como lo es el lector. La
vida que merece la pena, parece querer decirnos, es la que resulta de ir
cosiendo las pequeñas satisfacciones, en las que se incluyen los momentos
apurados de los que, finalmente, pudimos salir más o menos airosos. Si el arte
está en la mirada del espectador, el arte de vivir está dentro de nuestro
cuerpo, en algún lugar que, a falta de un término mejor, llamaremos alma.
Estos
muy entretenidos episodios transmiten el valor de una vida sana y sincera, algo
que nos resulta complicado de hallar si levantamos la mirada y observamos a
nuestro alrededor: dentro de los ordenadores, dentro de internet, uno no puedo
gozar de una sensación de ser libre semejante a esta. Lo que se nos muestra, es
que la mejor aspiración que podemos tener es la de convertirnos en un ser
sensible que va aprendiendo a relacionarse con la gente y con el planeta. De
hecho, al tratarse de una obra extensa, consuela saber que esa impresión, que
nosotros podemos tener muy de vez en cuando, se extiende a lo largo de todos
los días, que es posible vivir como nos gustaría vivir. Y esa vida contiene lo
mejor de las dos vidas tradicionales a las que aspiramos: Herriot escribe
mostrándonos una vida de acción, aunque no se trate de acciones propias de
Hércules o Ulises, pero que tienen la consistencia de una vida contemplativa.
Es posible actuar y sentir a la vez; ser un gran hombre no supoen hacer cosas célebres
o brutales, ser un gran hombre significa entender que los demás tienen
debilidades y virtudes. Es casi inevitable mencionar que esta obra antecede a los
libros de Gerald Durrell, con quien comparte la intención de transmitir que
cualquier error es perdonable, en lugar de hacernos creer en la maldad. Aunque
también nos remite a la serie Doctor en Alaska, donde el cosmos posee
sus propias reglas y las cualidades humanas se van moldeando. E incluso por
momentos nos hace recordar los cuadros de Millet, donde la siega y el sudor
entrañan cierta calma. En definitiva, estamos ante una mirada tierna colmada de
comprensión, ante un espíritu con el punto exacto de alegría que nos muestra
que vivir es una carrera de fondo, ante una obra amable, grata y divertida.
Estamos frente a uno de esos libros que nos hacen felices. Y ese es un gran
valor literario.
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