jueves, 28 de diciembre de 2017

MÚSICA NOCTURNA

Fuente: Oculta Lit

Música nocturna
John Connolly
Traducción de Victoria Ordoñez Diví
Tusquets
Barcelona, 2017
445 páginas

Años después, y todavía guardando la sorpresa que supuso el primer volumen de la saga del detective Charlie Parker, Todo lo que muere, uno descubre que las razones del apego hacia Connolly no se deben solo a lo oscuro y a la intriga. Se deben a la literatura. Todo lo que muere representa una revolución en la novela policiaca: tiene mucho de thriller, una trama perfecta, un pulso de altísimo voltaje y añade un trasfondo fantasmagórico. ¿Mezcla de géneros? Tal vez. En cualquier caso, una novedad en las sagas de novela negra: resulta que la razón no es lo que se impone, que no existe una explicación del todo sensata a la resolución del problema. La puerta abierta a otro mundo, uno desde el que llega a la Tierra la maldad, o el origen de la maldad, acierta a dejarnos con el aliento encogido, con ganas de conocer en profundidad a estos personajes. Chalie Parker, el protagonista de la saga, es un tipo normal al que se le atribuye una supervivencia que no es de este mundo. Y los otros personajes, los colaboradores, los amigos, esos sí, esos son creíbles, pero no totalmente verosímiles: contienen un punto hiperbólico que es parte de la propuesta literaria de Connolly. Nuestro consejo es aceptar el pacto y seguir leyendo su obra.
Los siguientes volúmenes de la saga mantienen el tono, que no evita lo gore, lo descarnado, lo atroz, lo sobrecogedor. Aunque le resulta difícil mantener el pulso a lo largo de los ya catorce volúmenes, todos de más de cuatrocientas páginas, en la última entrega, La canción de las sombras, recupera lo mejor de sí mismo y vuelve a azotar a nuestro ingenio y a nuestra razón. A Connolly hay que leerle con todos los órganos del cuerpo, incluida el alma que, para él y para los habitantes de la saga, es un órgano más.
Pero si algo nos ha ido llamando la atención, al margen de la inmensa calidad de quien tal vez sea el mejor autor de novela negra vivo, son los agradecimientos que figuran al final de cada volumen. La cita a numerosos libros, algunos de ellos de compleja relación con lo que acabamos de leer, epata. De ahí que aconsejemos, vivamente, leer esta Música nocturna, un volumen de relatos y un ensayo, que vive al margen de la región noroeste de Estados Unidos, donde habitan tanto Charlie Parker, su detective, como Stephen King, su héroe de adolescencia. Por fin podemos dar fe de las lecturas de Connolly y de que entre las razones por las que seguimos leyéndole, seguimos queriéndole, al margen del cariño que sentimos por los personajes, es la literatura. En este volumen se recogen unos relatos y un ensayo que explican de dónde viene esta dedicación, este enamoramiento. Ser fiel a la adolescencia, sí, a Stephen King, su refugio durante la etapa de formación, su Bildugsroman particular. Pero también a muchos clásicos. Entre ellos a Poe, a Stevenson, a Henry James, a Lovecraft o a cierta parte de Lovecraft, a W.W. Jacobs, a Mary Shelley tan juvenil como demoledora en su Frankestein, a Conan Doyle o a M.R. James, su favorito. Pero también a series como Doctor Who o La cúpula, a clásicos más allá de los mencionados, capaces de crear mundos paralelos, como los creaba Borges, como los creaba Chaucer. Todo ello, y mucho más, está contenido en la literatura de Connolly, que no se queda, como tantos autores de novela negra, en el entretenimiento. Connolly quiere saber la razón del mal, porque nadie, ninguna religión, otro asunto presente en su obra, le ha conseguido explicar no ya de dónde viene, sino en qué consiste. Nadie ha definido qué es la maldad y por tanto no puede saber nada de ella. Así se presentan estos relatos, alguno de ellos encadenados por un libro que representa el infierno o la apertura a la puerta del infierno para que este entre en la Tierra, algunos más suaves, más juegos literarios.
La confrontación de la justicia con el mal, o contra el mal, queda flotando, amargamente, en la obra de Connolly. Ambas pertenecen a otros mundos. En este, tenemos la razón y tenemos la ley. Con un éxito sin precedentes en la historia de la literatura, en su obra conviven ambos mundos, sin que la frecuencia de la literatura choque: coinciden las ondas y monta unos artefactos que nos consumen como lectores. Cuando llega el siguiente volumen de Connolly, los demás libros se apartan. Es él quien mejor explica, en el breve ensayo, cuál es el tema que atraviesa sus páginas: “Sentía curiosidad por la disparidad entre la ley y la justicia, la diferencia entre nuestro imperfecto sistema humano de justicia y la posibilidad de una justicia divina, y las consecuencias que la existencia de esta última podría tener para con los orígenes del mal. También me interesaba crear nuevos formatos literarios, híbridos de tradiciones ya existentes, porque creía que en la experimentación residía el riesgo”. Entonces la literatura se le imponía. Hoy, a pesar de estar catalogado como un autor de género, es él quien dicta en qué consiste la literatura. Hoy, John Connolly es uno de los grandes escritores vivos. Lástima que la academia solo preste atención a lo solemne.



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