domingo, 10 de diciembre de 2017

CINCO VIAJES AL INFIERNO

Cinco viajes al infierno
Martha Gellhorn
Traducción de Ana Guelbenzu
Altaïr
Barcelona, 2011
335 páginas


Mis pesadillas favoritas

“Nada mejor para la autoestima que la supervivencia”. La sentencia es de una pionera corresponsal de guerra, alguien que tras atender durante años a expresar la supervivencia de los perdedores, se plantea cuáles han sido los peores destinos para ella y escribe desde la memoria un revulsivo contra la desmoralización. Valiente, decidida y en combate constante contra el aburrimiento, Martha Gellhorn (St. Louis, 1908 – Londres, 1998) se pasó toda la vida, incluida la senectud, viajando como reportera, hasta el punto de enrolarse como camillera en un buque de guerra para vivir un desembarco en primera línea, porque no quería vivir un conflicto como si fuera algo ajeno. Participó como cronista en múltiples conflictos y algunos de sus reportajes, como los que versaban sobre la Guerra de los Seis Días o Vietnam, le valieron no volver a obtener visados para visitar muchos países. Apasionada por la libertad, hasta el punto de elevar a máxima vital el principio que enunció Séneca: “No desear es lo mismo que tener”, confesaba que acumular y mejorar posesiones es una pérdida de la vida, que las posesiones son una trampa, unos grilletes, y que librarse de ellas es una manera de ser más libre: “Tengo las cosas que necesito y no codicio ni colecciono por voluntad propia”, afirmaba.
En su madurez, y trabajando desde la memoria, Gellhorn nos sorprende con el relato de los cinco viajes más desastrosos que ha protagonizado en su vida, una pequeña colección que refleja su única codicia: la de tener un billete de avión en el bolsillo. Tras tantos años como periodista en los rincones más maltratados del planeta, centrando su prosa en rincones oscuros y en ocasiones llenos de moscas comiéndose la sangre de los cadáveres, Gellhorn encuentra cinco lugares en los que resulta increíble que alguien viva allí. ¿Cómo lo hacen y, sobre todo, por qué viven allí? Escrito con una dosis exacta de sarcasmo, lo que resulta incomprensible para ella, lo que configura el infierno, son las condiciones higiénicas, el olor de las letrinas y los lavabos, los colchones con chinches y la basura en las calles. “Tal vez me he vuelto lo bastante sabia para saber cuándo retirarme”, confiesa tras tantas visitas a tantos lugares. Ya ha perdido el interés por lo novedoso y quizás por la nueva gente, y percibe en exceso la epidermis del planeta. Es posible que no sea la sabiduría, pero sí los demasiados paisajes –“no me gusta ningún lugar de forma permanente”, dice– los que la llevan a pensar en dedicar los últimos tiempos de su vida a un viaje más interior. Por eso este libro está escrito con recuerdos, de ahí que resulte tan alejado del clásico cuaderno de campo.
“El único aspecto de nuestros viajes que tiene público garantizado es el desastre”, confiesa Gellhorn, antes de regresar a una China en la que interviene tanto una extraña compasión por los humildes como un rechazo estético. En el recuerdo se combina la pena y la suficiencia, productos del choque cultural. Gellhorn colecciona extrañas imágenes en la retina y reconoce sus prejuicios, sin complejos. El hecho de haber regresado de un viaje por el Caribe en el que toda la magia estaba en los nombres de los lugares, la llevará a lamentar el mundo que se fue sin haber terminado de entenderlo. Cruza África de costa a costa, interesándose por los vividores y exiliados de Occidente, empatizando con unos africanos que la sacan de quicio y sintiéndose aislada. Califica Moscú como la ciudad de la depresión, y describe con mucho desaliento su paso por la entonces capital soviética durante el reinado de Stalin. Y a lo largo de tantos kilómetros, demuestra que es incapaz de comprender las reacciones humanas y que dicha perplejidad la desalienta.
Gellhorn se pasó la vida viajando para aprender algo de la vida a través de las costumbres locales. Y también huyendo de su paisaje natal y de cualquier lastre, pues para ella construir una casa para fundar un hogar permanente es mucho peor que el viaje más horrible. Entre otras razones, porque de los viajes horribles ha regresado y eso la permite trazarlos en su memoria con ternura.


Fuente: Quimera


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