Huérfanos de Dios
Marc Biancarelli
Traducción de Antonio Roales
Armaenia
Madrid, 2023
226 páginas
Es Córcega y es a finales
del siglo XIX, y ese apunte temporal es lo que ayuda a hacer creíble la novela,
en la que se representa un lugar donde los sucesos son propios de la narrativa
fronteriza, esa que tanto se ha reproducido mientras se creaba la mitología de
los Westerns. De hecho, el primer referente que reconocemos en esta novela, Huérfanos
de Dios, es la cinta clásica Valor de ley, que dirigió Henry
Hathaway en 1969 y reelaboraron hace doce años los hermanos Coen. El parecido
es innegable: una niña contrata a un viejo pistolero para vengar un acto
violento: en el caso de la película será la muerte del padre y en el de este
libro la salvajada de desollar media cara al hermano. Que sea marcar la cara lo
que hace que el personaje protagonista de la obra se ponga en marcha, decida
que eso sobrepasa sus límites morales después de una existencia en la que se ha
exterminado la vida de tanta gente, nos remite a otra película clásica
ambientada en los escenarios del Oeste americano: Sin perdón. Aquí, como
en la cinta de Clint Eastwood, es un forajido y no un viejo agente tuerto la
persona a quien recurre la niña. En este caso al tipo se le conoce como L’Infernu,
el infierno, y también está al final de sus días de aventura, es consciente de
que un último acto puede redimirle, o al menos redimirle a los ojos de quienes
han aprendido a entender la vida como la ha entendido él: llena de violencia,
como si la violencia fuera lo natural, tan necesaria como el aire que exigimos
trece veces por minuto.
Uno espera encontrarse a
un bandido con ese tono romántico que ha acompañado a los que se echaron al
monte en la época retratada, como José Lizarrabengoa en Carmen o el
mismo Curro Jiménez, pero no hay nada de sentimentalismo en la obra, nada de
patetismo ni de sensibilidad sana. Se nos anuncia que la fuente de la que bebe Marc
Biancarelli (Argelia, 1968) es Cormac McCarthy, con quien comulga sobre todo en
la textura, en los momentos algo sangrientos que nos remiten, inevitablemente,
a Meridiano de sangre. En McCarthy lo que sucede tiene lugar en un plano
atemporal, que en algún momento descubrimos que es el actual, cuando los
personajes que vagan atraviesan una autopista, por ejemplo, mientras que en la
obra de Biancarelli necesitamos alejarnos en los años para comulgar con este
itinerario que va recorriendo los paisajes corsos, a los que se tiñe de muchas
sombras. Hasta que el autor decide que no puede dejar de explicarnos a este
personaje, a este L’Infernu, y rompe la estructura lineal, cronológica,
para llevarnos a hasta el pasado. Uno puede entretenerse en divagar acerca del
alma humana, si le preguntan quién es, o puede sugerir a la persona con quien
conversa que se siente, porque le va a contar su historia. Biancarelli elige
esta amabilidad con el lector, y el lector la agradece, porque rompe con una
monotonía de sangre y crimen.
Hemos mencionado Valor
de ley, Sin perdón, Carmen y Meridiano de sangre, que son, tal vez,
los referentes que más destacan. Aunque hay otro apunte que será parte
fundamental del espíritu de la obra, que es el respeto, en este caso el respeto
a la infancia. En el ambiente que crea Biancarelli difícilmente saldría intacta
una adolescente. Sin embargo, se nos presenta como el último refugio, el lugar
donde puede no anidar la fatalidad. No existe indicio que cuestione este
principio moral en un mundo salvaje que leemos con el ritmo de un caballo a
galope.
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