Lenin pisó la luna
Michel Eltchaninoff
Traducción de Francés
Esparza Pagés
Rosamerón
Barcelona, 2023
247 páginas
Si uno fuera inmortal,
dejaría de escuchar, se supone, las trompetas del Apocalipsis que nos sacuden a
diario. Aunque lo más probable sería que el Apocalipsis pasara a tener otra
forma, puede que menos negra y atosigante, pero más parecida a una depresión
perpetua. Vencer a la mortalidad supondría vencer al envejecimiento, pues no
tiene sentido vivir siempre si uno habita un cuerpo anciano. A partir de una
semilla tan contundente se gesta toda una filosofía social, el cosmismo, que brota
en la vieja Rusia, cuyo principal representante será el filósofo Fiódorov, y
sobrevive a las circunstancias históricas que atravesará la Unión Soviética y
la extinción del imperio. Luchar contra la muerte pasará incluso a ser una
exigencia, a juicio de sus defensores, del comunismo y del socialismo, un
objetivo coherente con el proyecto soviético. Pero el cosmismo nació antes, en
un país que es caldo de cultivo ideal para teorías que asienten sus pies en el
terreno del infinito, en un país que dio a Dostoievski, tratando de responder a
una pregunta: «¿es posible concebir y poner en práctica una ciencia que no
sea sinónimo de desecación del espíritu, de negación de la libertad y las
aspiraciones intelectuales del hombre?».
Michel Eltchaninoff
(París, 1969) nos regala un ensayo sobre esta corriente de pensamiento y su
evolución, en el que interviene también la ambición científica, la fe, los
ensueños, la filosofía, el derecho, la religión, la metafísica y el efecto
rebote del pesimismo y el derrotismo de la humanidad que habita en esa región
del planeta. El cosmismo nace sosteniendo que el hombre debe tener una
oportunidad frente a la naturaleza, liberándose de los límites de su condición,
«de ese modo el cosmismo logra la síntesis entre las
aspiraciones religiosas del hombre y su modernidad creativa».
A lo largo de las
primeras ochenta páginas el autor nos detalla los fundamentos de esta
pretendida verdad filosófica, que debe compaginarse con los problemas sociales
pensando en crear un hombre nuevo. Sin embargo, y a medida que vayamos
avanzando en la lectura, asistiremos a más entregas de espíritus que nos remiten
al delirio, a gente que cree que la resurrección de los muertos no es una
alegoría o que la transfusión total de sangre permite superar el individualismo
burgués y dar forma al ideal colectivista. El entorno en el que se mantiene
siempre el autor no perderá de vista que la mayor parte de la evolución de
estas teorías tienen lugar entre un pueblo que es profundamente religioso mientras
hay un empeño de implantar el bolchevismo. Los conflictos consecuentes estarán
servidos y harán que el libro pase de ser un estudio sobre una corriente de
pensamiento desesperado a una crónica por la que desfilan visionarios que se
dedicarán a los vuelos cósmicos o serán pioneros en la defensa de la biosfera, del
concepto de noosfera —del griego nóos, mente—, y de la heliobiología. En realidad, serán las
dificultades que vayan encontrando para el desarrollo intelectual y la
aplicación práctica de sus teorías lo que hará que el relato cobre mucho
interés. Mientras tanto, Eltchaninoff
va reseñando obras literarias, de Bulgákov o de Platónov, por ejemplo, que
contienen un sustrato vinculado al cosmismo que hasta la fecha ignorábamos.
Lenin pisó la luna es un delicioso ensayo en que se nos
habla de la identidad nacional de uno de los pueblos que más han marcado la
historia humana, nos habla de la ciencia y sus límites, de la suerte de las ideologías
y, para ser más concretos a la hora de definir el interés del libro, de esa
extraña combinación que puede surgir de mezclar el racionalismo soviético con
la criogénesis.
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