La chica salvaje
Delia
Owens
Traducción
de Lorenzo F. Díaz
Ático
de los libros
Barcelona,
2019
380
páginas
El
espacio fronterizo lo marca la ausencia de líneas de frontera. Se trata de un
territorio en el que los habitantes pueden construir sus propias leyes o, lo
que viene a ser más exacto, la carencia de quien mantenga las que existen
permite la existencia de lo inverosímil. En un territorio como el
contemporáneo, mapeado en Google y al acceso de cualquiera que tenga un
Smartphone en el bolsillo, el territorio fronterizo es casi inexistente. Incluso
los espeleólogos tiran del sistema cuando se encuentran a varios metros de
profundidad. De ahí que Delia Owens (Georgia,1949) haya necesitado echar la
narración varios años atrás para que resulte creíble. O al menos creíble dentro
del marco más general de los Estados Unidos. Es así como revisita el mito del
niño salvaje, que es, en este caso, el mito del niño abandonado. Tiene que ver
con Robinson, por el plan de supervivencia en la naturaleza, pero tiene mucho
más que ver con la imposición de una soledad contra, precisamente, la
naturaleza.
La
protagonista de esta novela se ve obligada a descubrir las herramientas que la
mantendrán viva tanto en las marismas y los bosques, en los límites entre el
agua y la tierra, como en el contacto humano. Éste último resulta medidísimo y
extraño, algo así como un bombardeo en el corazón de la inocencia, pues la
protagonista estará sometida a la escasa educación sentimental que puede generarse
en un entorno sin otras personas. De ahí que sus impulsos se controlen sin
mando a distancia, sin los mismos límites que a los demás nos enseñaron a levantar
frente a situaciones delicadas. Kya, que es como se llama, pese a todo ello
consigue mantener cierta entereza, aunque confunda el amor verdadero y la
pasión auténtica, porque entrará en una edad, la adolescencia, en la que el
empuje de las emociones arrasa con cualquier iniciativa que se geste en la
cabeza.
La
novela navega entre el realismo social impuesto por la figura de una niña
abandonada, -un padre maltratador, una madre ausente- y la cierta intriga que resulta
de un asesinato irresoluble. Owens utiliza el tiempo con elasticidad,
llevándonos de los años cincuenta a los sesenta, y a los setenta, en unos
viajes de ida y vuelta, de manera que no resulta complicado reconstruir el hilo
lineal de tiempo. La novela está redactada con cortesía para el lector, sin
complicaciones sintácticas, para ayudar a centrarse en la trama. Aunque lo que
de verdad importe sean los temas referidos a la condición humana: cómo alguien
se ve obligado a forjarse un presente siendo manejable, estando sujeto a la
voluntad de quien se le acerca, teniendo que confiar en que no exista maldad en
las personas. Pero la maldad existe, y no cualquier compañía es mejor que la
atronadora soledad. Los prejuicios sociales y la vinculación de doble sentido
-sana y enfermiza- con la naturaleza, también están presentes en esta obra que
nos advierte sobre la facilidad con que se puede derribar la inocencia.
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