Desierto sonoro
Valeria
Luiselli
Traducción
de Daniel Saldaña París y Valeria Luiselli
Sexto
Piso
Madrid,
2019
450
páginas
En
el año 1212 miles de niños se embarcan en Niza en dirección a Tierra Santa, con
intención de protagonizar una quinta cruzada y recuperar, a sangre y fuego, el
territorio para la cristiandad. Entre las leyendas de las apariciones de Jesucristo
y el exilio de campesinos pobres, los motivos de este hecho quedan vagando en
hipótesis sin resolver, pero el viaje ha quedado grabado como uno de los episodios
más siniestros de la historia. Sobre los lomos de este mal, el de la tortura
infantil de los niños desheredados de sus raíces, Valeria Luiselli (Ciudad de
México, 1983) construye la parte más interesante de esta novela, de este Desierto sonoro, que ha sido tan
celebrada y cuyo éxito confiamos en que siga batiendo las librerías.
El
verdadero espíritu del libro se puede identificar en una de las confesiones de la
narradora al principio de la obra: “Esa noche fue nuestra fundación: fue la
noche en que nuestro caos se convirtió en cosmos”. Para organizar el caos y el
cosmos (que ya en sí es un sistema caótico, pues no hay equilibrio sideral que
no surja tras el capricho de los accidentes) de la familia protagonista,
Luiselli idea un viaje, es decir, una huida. Los protagonistas conforman una
familia sin lazos de sangre cerrados: un padre y un hijo que conviven con una
madre y una hija. Se trata de un matrimonio en una suerte de crisis bastante
natural, sin dramas, y unos niños en los que destaca la curiosidad y la
intriga, como subidos al coche sin fuerza y sin explicaciones convenientes. En
teoría, durante el viaje se grabará un documental a basa de sonidos. Este dato
resulta chocante, una paradoja social, en un mundo en que lo visual se impone también
e incluso entre lo audiovisual.
El
viaje se divide en etapas, pero sobre todo en impresiones. La narradora va
desgranando cada paso con una extraña combinación de parsimonia y premura, como
si supiera que tiene que llegar al destino, pero desconoce la esencia de ese
sitio en el que terminará dando con sus huesos. Y mientras tanto, mientras se
vive el viaje en el que la comunicación entre los miembros de la familia no es
nada compacta, en el que la familia va improvisando el falso orden cósmico de
su caos, se insertan referencias a los viajes más humillantes, más
desgarradores: los exiliados, los inmigrantes, los refugiados y los indios
americanos en el momento de su exterminio. Cobran protagonismo El tren de la bestia, sobre el que niños
se suben para cruzar el territorio mexicano con intención de llegar, muertos de
hambre y cubiertos de polvo, a la frontera con Estados Unidos. Y cobra
protagonismo algún libro como El señor de
las moscas, cuya intención es la denuncia y se vale de almas infantiles
para resultar más contundente.
Como
hemos comentado, tal vez sea esta la parte más intensa de la novela, un texto
escrito a partir de lecturas excepto cuando hace referencia a esa parte de la
realidad social: el cosmos de la sociedad civilizada aparenta orden al
generarse un equilibrio, funcional y de puro espejismo, compensando la
desolación de los peores viajes que tienen lugar en el mundo contemporáneo.
Podríamos estar hablando de una novela de carretera y en buena medida como tal
se ha leído. De ser así, su espíritu no es tan potente como pensamos que podría
haber sido, pues la imaginación no alcanza a sacudirnos y se nota que pertenece
al nuevo género del siglo XXI, ese en el que la literatura se cimenta sobre la
literatura, en lugar de sobre las experiencias, propias y ajenas, que nos
aturden en la vida. Pero la región de denuncia que va conviviendo con el texto,
nos mantiene a salvo durante la lectura, nos recuerda que estamos leyendo una
novela cuyo fin va más allá de una distracción. De ahí que esta voz, casi
neutral como registro y casi lírica para impactar, se sostenga con éxito a lo
largo de tantas páginas.
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