Savage Coast
Muriel
Rukeyser
Traducción
de Milo Krmpotic
Rata
Books
Barcelona,
2019
394
páginas
En
las primeras páginas de La cartuja de Parma,
el protagonista, Fabrizio del Dongo, se pierde en la batalla de Waterloo, hasta
el punto de ignorar si se encuentra en el epicentro del caos o en la periferia.
La sensación que consigue transmitir Stendhal es la fragmentación para el
individuo, en contra de todo lo que dictan los libros de historia y los mapas
de estrategias militares, a lo que cabe añadir la postergación perpetua: ¿habrá
tenido lugar la verdadera batalla y cada uno de los que participan en ella desconoce
hasta qué punto fue batalla? ¿Cuándo asistiré y participaré del combate? ¿Cómo
será el combate? Pero la suma de impresiones individuales no bastará para
definir, como se define en los mapas militares y en los libros de historia,
cada riesgo asumido en cada batalla. Algo semejante sucede en este Savage Coast (cuya traducción sería
Costa Brava, aunque el editor, con acierto ha optado por mantener el título
original), en la que la protagonista se acerca a la Guerra Civil española para
no conseguir entender qué está sucediendo. El efecto de ignorar si ya están en
marcha las batallas y las represalias se produce por la distancia desde la que
asiste a la información, encontrándose, sin embargo, en medio del fragor de un
hecho que cambia el rumbo de las historias personales.
Helen,
que es el alter ego de la autora, Muriel Rukeyser, viaja a Barcelona con
intención de asistir a la Olimpiada Popular que se organiza en paralelo a la
oficial, la que tiene lugar en Alemania, a modo de compensación y protesta por
el régimen nazi. La Olimpiada en cuestión no tendrá lugar, como no tiene lugar
la visita al castillo de K., el agrimensor que protagoniza la novela de Kafka
que lleva ese título, El castillo.
Dado el carácter autobiográfico que subyace a la novela, no parece haber un
planteamiento en el que se busque una acción redonda, un esquema circular, una
sucesión de hechos que se vayan cerrando. La intención, más bien, es la de
reflejar que la vida consiste en una sucesión de hechos que se nos presentan a
trozos, incompletos, sin fraguar. Porque la vida es lo que va sucediendo
mientras esperamos a que venga ese relato de nuestra vida que le dará una
estructura de Western y consiga que, al final, los fragmentos cobren sentido.
Pero nada tiene otro sentido que no sea el mero suceso y estos transcurren a
toda velocidad, alterando constantemente los minutos de la protagonista, que ve
pasar su vida colmándose de miedos: el miedo a quedarse sola y el miedo a
quedarse encerrada, aunque esté rodeada de gente y aunque se encuentre mirando el
paisaje a través de la ventanilla del tren. La realidad social son instantes y
esta obra nos regala muchos que sirven como documento, al margen del viaje al
interior de la protagonista o, lo que en este caso es lo mismo, de la confesión
íntima y abierta de Muriel Rukeyser, que consigue no desgarrarse frente al
acoso que el terror ejerce sobre su capacidad de compasión.
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