Heiða
Steinunn
Sigurdardótir
Traducción
de Enrique Bernardéz
Capitán
Swing
Madrid,
2019
319
páginas
Uno
debe acostumbrarse a vivir con el miedo de los demás, porque resulta inevitable
vivir con el propio, ese que no reconocemos, ese que creemos que es sensatez,
ese que justificamos, ese que, a la hora de la verdad, nos impide arrojarnos a
los brazos de lo que nos haría felices. Si hay una cualidad que caracteriza a la
gente, esa es la cobardía. Al valiente termina por aislársele, porque lo más
cómodo es subirse al carro de la corriente común. La hipótesis no es nueva y
está en la pieza literaria más digna de la historia: El traje nuevo del emperador. ¿Qué sucedió con el niño que comenzó
a gritar la denuncia? Es más probable que recibiera un castigo al llegar a casa
que una medalla por parte de los representantes del pueblo. Si es que el pueblo
quería que alguien les representara. A pesar de ello, seguimos queriendo que
existan esos niños, aunque solo sea como ficción.
Pero
esos niños existen, marginados y en lugares apartados, donde no molesten, lejos
del desfile de lo cotidiano, de los tópicos, de la cobardía a la que llamamos cordura.
Heiða es una mujer que pertenece a esa
estirpe, alguien potente, rompedor, alguien que renueva la intención de ser
humano, alguien que nos reconcilia con la idea de que es posible vivir sin
miedo. Heiða es una mujer islandesa que vive en una granja, defiende el
territorio contra el acoso de las empresas energéticas, labra la tierra, ama a
sus perros, reconoce las cuatro estaciones y comparte momentos con intensidad.
Es una persona a la que los elementos no la han favorecido, excepto, dirían los
cobardes, por haber sido agraciada con el don de la belleza, y que hace una
demostración de resiliencia en cada movimiento, que ejecuta con una elegancia
nórdica y natural. Al menos eso es lo que se deduce de este libro, escrito por
la periodista Steinunn Sigurdardótir, tras múltiples encuentros con la
protagonista. La estrategia de escritura es la desaparición, dejando que sea la
voz de Heiða la que se vaya expresando, y
que lo haga de una forma nada artificial, de ahí esa fragmentación, tan fácil
de reconocer como la propia de la memoria.
Heiða comenzará desmitificando la infancia como patria
romántica y terminará por desmitificar el mito del Beatus Ille, a pesar de lo cual se reconoce tanto en su pasado, con
el que está mejor reconciliada que cualquiera que haya pasado cinco años en el
diván vienés, y no quiere separarse de su contacto rural, de su contacto
naturalista. Pues dentro del movimiento ecologista, ella es más naturalista que
conservacionista, es decir, cree que es posible la convivencia del hombre con
el paisaje. Y así vamos asistiendo, poco a poco, a la construcción de una dignidad,
de una abnegación, de una pureza, incluso cuando confiesa sentirse como un
barco a la deriva en un mar de dudas. Y esa es una cualidad que tienen los
pocos valientes, pues los cobardes, que son los que creemos sensatos, los que
creemos cuerdos, jamás reconocerían que la incertidumbre es parte inevitable de
saber vivir: ellos lo tienen todo muy claro, ellos se salvan y justifican su
salvación, caiga quien caiga. Heiða no. Heiða es otra maestra
vital, otra hija del niño que nos descubrió que el emperador está desnudo.
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