Los
nuevos
Pedro
Mairal
Destino
Barcelona,
2025
435
páginas
Nadie
dijo que vivir fuera a ser un oficio sencillo. Uno va creciendo y va
encontrándose con diferentes problemas a lo largo de su vida, que suelen crecer
de volumen a medida que nos hacemos mayores. El problema es, precisamente, esa
última etapa de la frase anterior: hacerse mayor. No es extraño que abunde el
síndrome de Peter Pan, porque si uno afronta todos los dilemas y todas las contrariedades
que le salen al paso con eso que llamamos espíritu adulto, lo normal es que
termine por romperse. Y romperse quiere decir emprender la senda de la locura. Aceptar
hacerse mayor, y madurar como se supone que debemos madurar, es un grave
momento de crisis, que todos nos hemos planteado cuando hay que enfrentarse a
lo que viene después de la adolescencia. Nos preguntaremos qué ha sido de
nuestros sueños de juventud y de qué sirvieron las estupideces que tanto
significaron, esas que si uno sabe crecer conservará con cariño, porque ser
estúpido sin hacer daño es algo bastante conveniente. No se puede ser sublime
sin interrupción y conviene dejarse llevar por esas interrupciones.
Sobre
esta etapa escribe Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) su última obra, una novela
en la que conoceremos a un grupo de muchachos en ese complicado trance que es
hacerse mayor. Mairal cambia las voces en función de quién sea la persona a la
que seguimos. A un par de ellos los conoceremos desde dentro, y a otro siguiéndole
como sigue la cámara al protagonista en un plano secuencia. Todo apunta a un
cierto nihilismo, porque la vida no parece tener mucho propósito. Los problemas
de autoimagen persiguen a los muchachos, que en algunos casos están sumergidos
en complejos duelos, de los que tratan de salir con algún tipo de terapia. En sus
movimientos, dirigidos a encontrar algo de sentido, aunque no formulen esta
pregunta en su cabeza, lo que está siempre presente es dudar, cuestionarse lo
que van descubriendo: el sexo, el amor, la amistad… todas las cosas
inevitables, con las que nos podemos identificar, y que no tienen por qué ser
negativas ni siquiera en los desengaños.
Lo
que nos va a acompañar durante toda la lectura es la confluencia de las ganas
de vivir que se encuentran con los traumas. Puestos ambos en un balancín, las
tentaciones afectivas caen en uno y otro lado.
Mairal
maneja el lenguaje, que tan bien conoce, cambiando de registros en función del
narrador. Llega, incluso, a cambiar el registro de uno de los personajes, al
primero que conocemos, que comprobaremos cómo ha conseguido un poco de
serenidad cuando nos vuelva a hablar en un capítulo posterior. Hay otra etapa
que está presente en la novela, aunque ocupe menos páginas, que es la vejez, o
la proximidad de la muerte. De hecho, la elipsis que plantea Mairal, que no
habla de la infancia ni de la época que llamamos adulta, es bastante
concluyente. Parece una llamada de atención, como si nos estuviera señalando qué
es lo que de verdad importa —el amor, la amistad—, algo de lo que apenas
tenemos tiempo de disfrutar, de darnos cuenta, antes de enterarnos que ya no
tenemos energía para nuevos encuentros. Mairal ha escrito otra de esas novelas
que nos recuerdan el abismo, pero también los pasos necesarios para no caer en
él.
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