La señora Fletcher
Tom
Perrotta
Traducción
de Mauricio Bach
Libros
del Asteroide
Madrid,
2018
365
páginas
Tom
Perrotta (Nueva Jersey, 1961) hace un esfuerzo narrativo que ya hemos
presenciado en ocasiones anteriores. Tomando como cimiento el paisaje y los
arquetipos americanos, golpea con el mejor estilo que puede algo demasiado
sólido. Tanto como que lo que parece ser una novela que va a romper con el
estilo de vida americana, termine acomodándose a ella. Uno se puede permitir un
paréntesis dudando de la venta de la felicidad como construcción social, pero
no una impresión permanente de esa transformación. La señora Fletcher participa de ese espíritu que hemos visto, por
ejemplo, en la película American Beauty.
Recordemos el final de la película, en el que el mensaje contradice todo lo que
se nos antoja que ha intentado derribar. El mito americano, sobre las etapas de
transformación como el paso del instituto a la universidad o la crisis de la
mediana edad, ambos presentes en las dos narraciones, termina, en la película,
con un mensaje puramente conservador: si meas fuera del tiesto, eres hombre
muerto. En definitiva, uno puede incumplir las normas, siempre y cuando la
manera de infligirlas sea, a su vez, norma, o permitirse superar la crisis
volviendo al imperio de la felicidad social, al paraje y el estilo que se nos
vende como el ideal de la clase media americana.
En
la novela, la señora Fletcher es una divorciada que se ve, repentinamente, con
el síndrome del nido vacío, a los cuarenta y siete años, y estando de muy buen
ver. Su único hijo, un chaval de dieciocho años con la estampa de un gran
deportista y triunfador seguro entre las mujeres, se larga a estudiar a una
universidad con intenciones de pasarse el día bebiendo, fumando y permitiendo
que las chicas le hagan felaciones. La señora Fletcher, a la que vemos desde
fuera, descubre el porno y se consuela con ese mundo, mientras se apunta a un
curso de literatura transgénero. Su trabajo como directora de un centro de
atención a personas mayores la satisface en buena medida, pero se ve en
tesituras desagradables, porque convivir con los viejos y hacer de ello un
negocio no es fácil si tienes un espíritu sensible. Su hijo, mientras tanto,
nos habla de su experiencia y el ímpetu con que entra en la universidad,
obviando cualquier cosa que no sean las leyendas de la fiesta y el permiso para
olvidarse de la vergüenza que tiene a su edad. Ella se relaciona con personas
de diferentes ambientes y llega a cuestionarse su sexualidad, e incluso a tener
algún episodio real en el que denota su crisis, sus sospechas de que ha estado
toda la vida equivocada respecto a sí misma.
Mientras
su hijo fracasa estrepitosamente en ese convencionalismo, es incapaz de asumir
el paso de la primera adolescencia a la siguiente, esa segunda en la que uno ya
debe asumir sus propios retos, sus propias responsabilidades, ella parece ir
poco a poco dándose cuenta de que se ha dejado muchas cosas por el camino. El
hijo es una bomba atómica y cuando se acabe el estallido, como es predecible,
lo que quedará es nada. El contraste es una madre y una serie de personas, de
nuevos amigos, de intimidades en soledad y compartidas, que se maneja a un
ritmo muy diferente, sin prisas, como si supiera que el final está escrito.
Perrotta maneja perfectamente las dos líneas narrativas, de manera que la obra
resulta entretenida, tal vez más entretenida que atrevida, dado que la parte
que rompe ya nos resulta un tanto familiar. Todo en la obra encaja a la
perfección en función de esas dos crisis, tan diferentes y tan necesarias para
el crecimiento. Pues el tema de la novela no deja de ser que es necesario estar
reinventándose constantemente. Aunque el final sea como el de American Beauty, muy diferente, por otra
parte, del de esta novela, en el que se nos indica que es mejor mantenerse en
los mecanismos convencionales, no vaya uno a toparse con lo peor de sí mismo.
Al hijo de la señora Fletcher le sucede, pero a tiempo de salvarse, o algo
parecido a salvarse, pues el precio que paga no es ninguna bagatela. Sin
embargo, su madre puede decir que ha sabido vivir lo que le tocaba, y su final
es inesperado, tal vez alegre, tal vez triste. Eso ya depende mucho de los
prejuicios del lector, a los que Perrotta deja un margen de colaboración muy
grande a lo largo de la novela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario