Salvo el poder
Ernesto
Escobar Ulloa
Comba
Santander,
2018
105
páginas
Para
Ernesto Escobar Ulloa (Lima, 1971) hasta el tiempo es una materia elástica con
la que trabajar la literatura. Las palabras, las asociaciones de palabras,
fechas, conceptos, la libertad para viajar de un lugar a otro, para reunir
gente imposible, todo es materia elástica. Si lo es la tiranía del reloj y del
calendario, mucho más lo será cualquier otra idea, cualquier otro muro. Para él
no existe nada que no se pueda atravesar. Hacía tiempo que no se presentaba un
narrador tan entregado y tan libre, con tanto talento y con el concepto de que
el cosmos es un átomo y un átomo es el cosmos. Todo cabe en la punta de un
alfiler, pero este puede perforar el espacio. Perú, su Perú natal, es un país,
con su idiosincrasia, sí, pero es parte de América del Sur, de los países con
quienes comparte lengua, de los lugares con los que se asemeja en su historia:
China, Bolivia, Argentina, España. Porque la historia es una farsa y en el
relato se permite aprovecharse de esa suerte: hay una historia textual y luego
estamos nosotros, que somos producto de la historia, de la tradición y la
economía. Maldita sea. Ni siquiera estamos seguros de que sea una suerte que
las tradiciones todavía no las hayan comprado los bancos.
O
la oligarquía. Pues con ella empieza el libro, que luego va cediendo, en cada
relato, su lugar a un realismo social. Menos Borges y más Julio Ramón Ribeyro. Tanto
siendo uno como otro, está a la altura de los maestros. El lenguaje se adapta,
pero casi de forma imperceptible, según va fundando nuevas formas en unos
relatos en los que casi lo único que tienen en común es la idea del extraño que
llega. Puede ser un hijo pródigo que la memoria del barrio olvidó, o puede ser
el Ché Guevara subiendo al trono de la presidencia de Bolivia. O Abigael Guzmán
en China, topándose con Mao.
A
medida que vamos leyendo, a pesar de tanto guiño culto, de tanta rendición a la
historia, materia dúctil, es el retrato de una generación. Y más en concreto el
retrato de esa generación en el momento de juventud. Presos en un lugar que se
parece mucho a Perú, el bloque central del libro está lleno de los humildes y del
interrogante de qué se supone que debemos pensar sobre alguien que no quiere
ser como los demás. ¿Es vanidad lo que le enferma? No se puede estar enfermo
cuando uno pretende ser distinto en una sociedad enferma. ¿O tal vez sí? ¿Tal
vez quepan los dos modos de vanidad en un mismo relato breve? Relatos en los
que las violencias se contienen, en el doble sentido de la expresión: existen,
pero no copan las páginas principales, no son la idea con la que trabaja el
autor. Alguien que, finalmente, pone sobre la mesa una distopía para pobres,
antes de dar paso a un epílogo en el que Roma, y la lengua de Roma, se expone
como el lugar de donde venimos. A fin de cuentas, Astérix no ganó la guerra
contra ese imperio, del que hemos heredado casi todo, al que todavía le
debemos, para bien y para mal, la lucha de clases y el lenguaje, esa materia
que en manos de Escobar Ulloa parece que no va a terminar nunca de mostrar sus
posibilidades.
Debemos
incluir una advertencia. Los relatos vienen precedidos de un prólogo de
Santiago Rocangliolo. Como suele ser el caso, se elogia el producto literario.
En este caso, las razones que expone Rocangliolo se cumplen una por una. Genera una expectativa que no veremos defraudada. Su definición de guerra y de
traición, a pie de calle es una atinadísima reflexión sobre las razones que
empujan a alguien a escribir sobre los olvidados y lo que tiene que hacer los
olvidados para sobrevivir en un mundo en el que darse una ducha de agua
caliente es una conquista tras muchos días de asedio, de espera.
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