martes, 26 de septiembre de 2017

SESENTA RELATOS

Sesenta relatos
Dino Buzzati
Traducción de Mercedes Corral
Acantilado
Barcelona, 2006
616 páginas
28 euros

Los mensajeros y el tiempo

El relato con que se abre esta recopilación hecha por el propio Buzzati, Los siete mensajeros, forma parte, con certeza, del Olimpo de las grandes narraciones en distancia corta. Allí se ha encontrado con alguna obra de Borges, de Paul Bowles, de Maupassant, de Rulfo, y con casi todos los cuentos de Kafka y Chéjov. Gran parte de la poesía contenida que expresa este autor de escritura tan desnuda, y que culminaría en El desierto de los tártaros, la novela que a casi todos nos hubiera gustado escribir, aparecen ya en la historia de estos mensajeros condenados a prolongar su misión hasta más allá del tiempo conocido, que es el de la vida de quien les encarga traer y llevar noticias que le vinculen con su familia. El problema, como en El desierto…, pero invertido respecto a la novela, es un conflicto con el espacio, que aquí se prolonga al desconocer la distancia de las fronteras. Aunque si seguimos leyendo los relatos de Buzzati, nos damos cuenta del protagonismo que tiene el tiempo en manos de este narrador tan especial. Da la impresión de que este hombre que narra, el autor, preso del conflicto con esa materia deleznable que es el tiempo, pretenda no vengarse, pero sí tomarse una revancha jugando con él a su antojo, manipulándolo con elasticidad, permitiéndose unas fisuras aleatorias bien diferentes a la marcha de las agujas del reloj; y así la balanza se compensa, pues ya el tiempo no es dueño del hombre. El otro parámetro del marco, el espacio, la geografía, nos acerca a una combinación del Kafka más delirante con el clásico recurso de los cuentos de hadas (a saber: en un reino muy lejano…), sin obviar, cuando lo necesita, la Italia que le tocó vivir, la ciudad que aborrece, como queda expresado en su rencor hacia los coches, y su predilección por la naturaleza, donde los fantasmas se integran con sencillez y franqueza.
Estas fábulas o parábolas, estas piezas breves que no siempre toman la forma de un relato, estas puras narraciones en las que se gesta un mundo imaginario por el que vaga la creatividad de Buzzati con absoluta libertad, nos hacen viajar a un territorio con reglas propias, en el que lo fantástico convive con el pesimismo amortiguado por un humor nada jocoso. El desenfado, la ironía fruto de la reflexión sobre la condición humana en nuestra única Tierra, quedan patentes en su visión de la trascendencia religiosa como una creación no poética del hombre. Hay, por otra parte, un contenido que va compitiendo con este nivel de lectura y que provoca cierta desazón, y es esa reacciones, esa pesadumbre poco explícita, que surge del miedo; al igual que Bowles, Buzzati parece creer que es esta sensación el motor del mundo, si bien lo que en Bowles es desasosiego, por desconocer el porqué de las cosas, en Buzzati es un impulso hacia la ilusión, pues las situaciones desbordan al individuo en lo que aparenta ser otro tiempo, casi mítico, casi onírico, pero con posibilidades de llegar a su conocimiento o, por expresarlo mejor, a su comprensión a través de la poesía, es decir, de la sensibilidad. Definitivamente, el mundo de Buzzati no es un mundo para intelectuales insensibles, para analistas literarios o filosóficos. Es un mundo para mortales. Por eso constantemente sus protagonistas se ven en la tesitura de reconciliar los dos mundos… si es que la vida más allá de la vida existe, causa por la que él no toma partido.
Por lo demás, uno puede entretenerse en sacar partido a las lecturas metafóricas de cada pieza: en El asalto al gran convoy se pregunta si morir es mejor que envejecer; Siete pisos es una historia demoledora sobre la estupidez humana; también lo es Y sin embargo, llaman a la puerta, donde además se nos explica cómo aprender a odiar; La capa reclama la cortesía como valor humano que hasta la Muerte debe conservar; en La muerte del dragón arremete contra la presunción gratuita que extermina la naturaleza y la cultura del pueblo; el dilema entre definir una superstición como una convención social justificada, se trata en Una cosa que empieza por ele; El viejo jabalí es una especulación sobre lo tonta que es la teología; y en Miedo en la Scala nos explica que sospechar genera más miedo que saber; para contarnos que acaso no merezca la pena vivir siendo adulto, recurre a los aristócratas en El burgués hechizado; de nuevo el desconocimiento como causa de miedo fantasmal aparece en Una gota; La canción de guerra nos recuerda que el dueño de la tristeza es el soldado que matará o morirá; los secretos de la gente como garantes del temor aparecen de nuevo en El perro que ha visto a Dios; en Algo había pasado, como en tantas otras de las piezas, se trata el tema del destino; que el ser humano puede ser derrotado por la faceta más desagradable de la naturaleza, aparece expresado en Los ratones; Cita con Einstein trata acerca del lúgubre peso del pasado; la pregunta ¿quién acepta en su casa el espíritu de un amigo muerto?, da pie al relato Los amigos; De hidrógeno es una advertencia contra las armas, que me destruirán a mí; El hombre que quiso curarse plantea el problema de que ganar la inventada batalla con Dios es perderla en este mundo; el maravilloso El alud nos seduce por la manipulación del misterio del tiempo; en El platillo se posó, ve el fervor religioso a través del entendimiento de un extraterrestre; La inauguración de una carretera va alejando el destino del protagonista, porque vivir es vivir y no alcanzar una meta; Las murallas de Anagoor nos intriga porque nunca sabremos si al otro lado está el bien o el mal; sitúa el ser que hay más allá en el interior de las líneas telefónicas en Huelga de teléfonos; Las precauciones inútiles retoma la estupidez como algo intrínseco a la naturaleza humana; Una carta de amor versa sobre el frenesí cotidiano, que va contrayendo el tiempo hasta hacernos olvidar que estuvimos enamorados; Grandeza del hombre es una preciosa paradoja circular; y El acorazado Tod…, bueno, qué se puede esperar de un relato que se sitúa en el inmenso mar tras la más inmensa de las guerras.
Pero hay más, muchos más. No siempre magistrales, como lo son los que abren y cierran el volumen. Pero siempre interesantes. Siempre dignos de visitar, porque visitamos las obras de un maestro. El maestro de la alegoría.


Fuente: Culturas/Tribuna

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