lunes, 4 de septiembre de 2017

DIARIO DE UN ESCRITOR

Diario de un escritor
Fiódor M. Dostoievsky
Traducción de Elisa de Beaumont, Eugenia Bulátova y Liudmila Rabdanó
Páginas de Espuma
Madrid, 2010
1.609 páginas

La vergüenza y el orgullo

No es preciso ser un gran historiador para tener conciencia de lo que supuso el siglo XIX en la historia de la humanidad, una época en la que los valores quedan sometidos a reajustes que afectan a su raíz, en el que la moral individual y el sentido de ética colectivo se transforman con la irrupción de la Ciencia y el Progreso en la sociedad y en la vida del hombre, y con la presencia de nuevas formas de entender la organización y el gobierno del pueblo, como el Socialismo o el Anarquismo. Van apareciendo, así, nuevos credos, nuevas formas de fe. El hombre queda arrancado de sus lazos tradicionales, de lo instituido a lo largo de tantos siglos de cultura y educación, para quedar mecido en los brazos de la nada, para no terminar de descubrir nuevos anclajes a los que sujetarse.
En esta atmósfera surge en Europa una inusitada floración de narradores y de poetas, que en países como Rusia cobran un significado muy especial, dado el ambiente enrarecido, la represión social y política, y lo mezquino de sus instituciones. Entre todos ellos destaca, sin brillo pero con una potencia descomunal, Fiódor M. Dostoievsky, autor de alguna de las mejores novelas de la historia en las que vigila las vidas más insignificantes y estudia del alma de los desheredados de la Tierra, análisis que se transforma en una indagación en la psicología de los personajes o, para ser más exacto y atendiendo a las conclusiones que uno extrae de la lectura de sus Diarios, a la psicología de las personas. Pues aquí, al igual en que Crimen y castigo, Dostoievsky permanece fiel a sí mismo, demuestra que su literatura es una literatura centrada en el “yo” como fuente de conocimiento, que la vida que nace en toda su obra surge de sus grandes dotes de observación, que le llevan a conocer a los seres atormentados que tan bien sabe retratar, individuos capaces de los actos más generosos y crueles, seres que se preguntan por su destino y por las posibilidades de escapar a sus propios impulsos y a la prisión que es la sociedad en la que viven, representada por una ciudad, San Petersburgo, que es el epítome del planeta, el teatro del mundo en el que actúa el hombre de la calle. De ahí que su pensamiento, centrado en que no hay hechos, sino interpretaciones, como quiso imaginar Nietzche, indague constantemente en la distinción entre el bien y el mal, entre lo que da vergüenza y lo que es digno de orgullo.
Páginas de Espuma edita, en un esfuerzo titánico y en un solo volumen, una traducción de los diarios íntegros, que se corresponde a la edición rusa del año 2003, publicada en tres volúmenes, en la que aparecen muchas páginas hasta ahora inéditas en nuestro país, como algunas crónicas de la primera parte, rescatadas de las revistas en que comenzó a colaborar antes de emprender su periplo en Tiempo, o el extraordinario apéndice que son los fragmentos de notas del diario, acotaciones que le situarían entre los grandes dominadores del aforismo, del ingenio y del pensamiento veloz, algo que hasta ahora habíamos visto reflejado en algunos de los brillantes diálogos que mantienen los protagonistas de novelas como Los hermanos Karamazov. Tres son también los traductores que hicieron falta para completar esta empresa, y tres los años de trabajo de un equipo dirigido por el escritor y crítico Paul Viejo. Se trata de un documento que aporta comprensión a la historia de Rusia, entendiendo como historia la vida de los que la han sufrido, no la costumbre de quienes pretendieron edificarla, pero no es un diario al uso, no es un relato íntimo, guardado en los cajones del escritor para consolarse con su construcción, sino una serie de textos compartidos, que mientras brotan ya alguien los está leyendo. Por lo tanto, en buena medida, están más próximos al periodismo que al dietario, pero no a un periodismo de intenciones informativas, ya que Dostoievsky jamás renuncia a su concepción de ser con y entre los otros, jamás reniega de su solidaridad con el sufrimiento ni de su anhelo de establecer la paz consigo mismo, y siempre mantiene su alegato a favor del hombre pequeño, del perdedor, dado que encuentra más dignidad en la derrota que en la victoria.
Como él mismo señala, habla para sí mismo y por puro gusto de todo lo que se le ocurre y de lo que le hace pensar. Dicho de otro modo, esta es una obra que se le impone al autor, no un libro que el autor se propone escribir, y eso se percibe en su estructura libérrima, en todas las licencias que se permite, saltando de un tema a otro a medida que se le vienen a la conciencia, pues de la conciencia trata este libro, de esa construcción que es un noventa por ciento social y un diez por ciento sostenida sobre valores absolutos, como el respeto a la vida humana. De ahí que todo en él sea ideología: las reflexiones acerca de la política rusa y europea, los comentarios de sucesos cotidianos y el ambiente de Petersburgo, las críticas y elogios a la sociedad y el carácter ruso, las reseñas literarias, de pintura y teatro, las defensas ante ataques de contemporáneos e incluso algunos de los trabajos de creación que ocasionalmente se presentan. Todo es ideología y todo es fruto del planteamiento estético de un hombre que reniega del desgarro que va surgiendo entre lo que se considera cultura y el pueblo llano, un hombre sensible que renuncia a ser un esteta. Y así este es un libro que se va construyendo a sí mismo, escrito sin otro plan previo que el de reflejar quién es Dostoievsky: un hombre que pretende ser justo.
De su sentido de justicia fluyen todos estos kilómetros de palabras buscando algo, pero sin dejar de preguntarse si realmente había algo que encontrar. Dostoievsky siente la necesidad de indagar, para lo cual acude raudo y directo al asunto que le reúne con las palabras, con las ideas, de modo que para él no existen recursos literarios como el extrañamiento, excepto en la exageración, ni los eufemismos, ni tampoco la pretensión de un lenguaje cuidado, no hay metáforas, ni sinécdoques, ni metonimias ni juegos de palabras, porque la única crítica válida a la vida y a la literatura, algo para él inseparable, es la que surge del interior, de unas tripas regidas por un sentido ético en el que impera el dictado de un solo deseo: que nos hagamos un poco mejores. A eso se reduce su filosofía, presente en cada línea de este volumen, a lo que de verdad importa, a que el hombre pequeño ejecute, en cada uno de sus actos, incluso en el más pequeño, el mejor de sus movimientos, el que le acerca al bien y le separa del mal. Por eso se aplica a la vida humilde, encontrando lo peculiar en la erudición de la vida rutinaria, y haciendo de ello un ejercicio de sabiduría.
“¿Qué puede ser más fantástico e inesperado que la realidad?” Se pregunta en todo momento. Una realidad que, paradójicamente, resulta inverosímil, lo bastante inverosímil como para profundizar en ella con su estilo, una prosa en construcción, potente por su sintaxis y no por su selección de palabras, accesible a la gente con quien él se identifica, para quien reclama educación y espiritualidad, un estilo que permite al lector deducir de lo que en él se incluye, de forma que las descripciones, aparentemente objetivas, adolecen de significados simbólicos por el valor de lo retratado y no por el recurso poético; por esa razón, para facilitar la comunicación con el lector, se recurre al arquetipo, pero se renuncia al tópico, al estereotipo: hay ideas compartidas gracias a las cual nos entendemos, pero conviene alejarse de los lugares comunes característicos de quien carece de ideas propias. Porque la poesía, en este extraordinario volumen, se halla en las obsesiones del autor, en la necesidad de que exista algo tan cambiante como es la verdad. A pesar del magisterio de hombres como él, ese concepto, la verdad, sigue teniendo el mismo vigor de siempre: lo importante no es que exista, sino que exista su búsqueda. Así es como empezó a escribir sus Diarios, y así como consigue rematarlos y los convierte, por tanto, en una obra maestra de la literatura o, lo que es lo mismo, de la vida.



Fuente: Quimera

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