domingo, 10 de septiembre de 2017

LAS PUERTAS DEL PARAÍSO

Las puertas del paraíso

Jerzy Andrzejewski

Traducción de Sergio Pitol
Pre-Textos
Valencia, 2004
112 páginas
13 euros

El precio de la perfección


Conocida la trágica historia de la Cruzada de los niños, que sirve de cimiento para construir esta hermosa novela, en la que un grupo de muchachos reclutados a golpe de fe se encaminan hacia Tierra Santa, convencidos por algún fanático de que la pureza de su virginidad triunfará donde no vencen las espadas, al cabo de diez páginas de lectura se termina la esencia que entrelaza las pretensiones de esta obra con su cimiento. Luego vendrá una lectura tan exquisita como exigente, gracias, además de al buen hacer de Andrzejewski, al extraordinario trabajo de Sergio Pitol, quien nos sirve a modo de aperitivo un prólogo que ningún lector debe perderse. Posiblemente, nada quede por reseñar de ese episodio tras la imagen que nos trae uno de los protagonistas, en la que dos muchachos caminan por el desierto y uno de ellos cae pidiendo al otro que continúe avanzando. Y este otro, el último de los muchachos, tantea el vacío al moverse hacia ninguna parte porque está ciego.
A partir de entonces, los seis monólogos se yuxtaponen en un solo párrafo, en una larga frase que nos remite a un narrador plural, pero un solo narrador, a fin de cuentas, en el que el pensamiento funciona como en una mente real, encadenando ideas, recuerdos, imágenes, sonidos y meditaciones merced a que una palabra, un concepto, nos va remitiendo a otro. En realidad, se habla de la relación entre las personas, establecida en un pasado tan inmediato como no superado. Estas relaciones se rigen, como no podría ser menos, por el amor, que va acotándose en sus miles de ramas dependiendo de cuales de los personajes sean los partícipes. Así nos encontramos frente al más contemplativo, el que nos remite a paisajes repletos de simbolismo, o al más espiritual, impregnado de fervor religioso que establece un debate continuo sin visos de solución o al menos de resolución sencilla. También el amor belicoso, con lo sagrado como su objeto, o el desamor que sucede al amor carnal y tiene consecuencias en triángulos amorosos fatídicos, cobran presencia en la historia. No se olvida el amor filial ni la tragedia en el tema de los monólogos encadenados, si bien todos ellos tienen un fondo común, que es una incierta pureza, un ansia de perfección, algo platónico que será lo que les traicione o incomode, como se refleja en los gestos descritos en las pocas y cortas ocasiones en que un narrador neutral toma el flujo del relato.
Y así, Andrzejewski narra y medita a un tiempo sobre una perfección que flota en el ambiente como una idea que ninguno de ellos alcanza a enunciar y se convierte, poco a poco, en la maldición de unas existencias mediatizadas por la visión de un iluminado y un confesor con aspiraciones más bien egoístas. Al margen de las intervenciones confesionales, en todos sus comentarios ellos se descubren escrutando en el alma de los demás porque el tema de la novela tal vez no sea el amor, sino el derecho a la búsqueda del amor, que se cobra consecuencias tan terribles como el pecado que acabará con la inmolación de sus vidas. Hay mucho sufrimiento vagando por las líneas de una novela en la que el autor se ha esforzado por respetar la belleza del lenguaje, hasta el punto de que el primer párrafo entrelazado, común, dará pie a un segundo y último, compuesto por cinco palabras que no pueden ser más sencillas y que cobran un peso demoledor, un significado definitivo, y que reproducimos porque su divulgación para nada empañará las conclusiones emotivas a que llegará quien se enfrente a esta novela: “Y caminaron toda la noche”.


Fuente: Tribuna/Cultuas

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