Mi jardín y otras
historias naturales
August Strindberg
Traducción de Natalia
Zarco
Elba
Barcelona, 2023
110 páginas
Todas las cosas que
existen podrán formar parte del viento o del amor por la literatura. Todo puede
ir a componer ese mapa de los sentimientos que tanto confort genera. No somos
capaces de todo, pero sí de todo lo importante, como es elegir el bien cuando
constantemente se nos ofrece la posibilidad del mal. Si perdemos una pierna
podemos elegir vivir sobre la que nos falta o vivir sobre la que tenemos. Nos
construimos a pesar de lo que digan los agoreros, los cretinos, los esquizofrénicos.
Siempre podemos elegir ser buena gente. El primer consejo es observar sin prisa
nuestro entorno, a ser posible nuestro entorno natural, y si no está a nuestra
disposición con facilidad, salir a buscarlo. Y entregarse al cariño, qué otra
cosa puede provocar, que sentimos frente a los animales, las plantas, los
paisajes y las puestas de sol.
Ese es el espíritu que
llena estos textos de August Strindberg (Estocolmo, 1849 – 1912) en los que
cesa su ímpetu intelectual para confesar que él también sabe dónde encontrar
descanso. Si quieres ser feliz toda la vida, hazte jardinero, reza el final de
un proverbio chino. Strindberg se entrega a este fin para acabar con el
pesimismo contemporáneo, ese que desde que él lo describe hasta nuestros días
ha ido perdiendo su matiz inocente. El ruiseñor, la pesca, la caza, las flores,
la inteligencia animal y, por supuesto, su propio jardín, son los centros de
interés alrededor de los cuales irá tejiendo unos textos que contiene dosis científicas,
apuntes en ocasiones superados, pero que nos resultan muy gratos de conocer,
pues nos descubren que la ciencia, entonces, tenía su fundamento en la observación.
Para llegar a conclusiones se disponía de los sentidos humanos, no había
resonancias ni vivisecciones, ni siquiera había nacido la etología. Además, uno
no podía entender el comportamiento animal separado de las plantas.
Es cierto que se podría
cuestionar el amor por cierto tipo de caza que expresa Strindberg, pues un
amante de la naturaleza no debería ser tan poco consciente de la vida del
animal; es cierto que le falta un poco de compasión. Pero también lo es que nos
encontramos en otra época, en un momento y un lugar en que liquidar a un ciervo
no suponía una catástrofe ecológica y hasta el cazador se integraba en el
bosque. Eso nos lleva a una lectura en términos de melancolía, de lamentar los
tiempos pasados, aquellos en que un tipo hacía una o dos cosas al día y se daba
por satisfecho: un paseo, una conversación, una recolecta de frutos. A ese
lamento contribuye el estilo sereno, pulcro, casi se atrevería uno a decir que
sabio, con que se expresa nuestro autor.
Es probable que dentro de
la obra de Strindberg se considere a estas piezas unos textos menores. Pero todavía
no ha existido la corriente literaria que valore, por encima de todo, la
inocencia. Y ya va siendo hora de ponerla en marcha.
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