Las sepultureras
Taina Tervonen
Traducción de Iballa
López Hernández
Errata Naturae
Madrid, 2023
234 páginas
¿Qué levanta nuestra
civilización en el aire? Básicamente, lamentos. Eso es lo que uno piensa cuando
viaja a un país en el que encontrar una fosa común, donde yacen víctimas de una
guerra, es una buena noticia. De eso trata este libro, Las sepultureras,
que Taina Tervonen (Espoo, 1973) construye mientras elabora un documental sobre
el trabajo de Senem y Darija, una antropóloga forense y una investigadora que
intentan identificar quién vivió sobre los huesos humanos que aparecen en las
fosas comunes. Estamos en Bosnia-Herzegovina. Las posibilidades de desfallecer en
brazos de la pornografía emocional son muchas, porque las guerras de los
Balcanes nos afectaron demasiado de cerca. Pero Tervonen se refugia en el
lenguaje que registra, en la sobriedad, eludiendo cualquier tentación al lirismo
o, para decirlo con más propiedad, a la farsa de lirismo. Su proximidad será a
estas dos trabajadoras, no a la muerte, a las que irá visitando a lo largo de
varios años.
«He pasado tanto tiempo en esta región que el silencio ha
acabado afectándome también a mí. Me ando con cuidado con las palabras que empleo,
con los temas que abordo. Alguna vez he llegado a reemplazar el término «limpieza étnica» por «los acontecimientos», preocupada por que no quisieran seguir hablando conmigo y a
la vez avergonzada de contribuir a la negación de la historia».
No podemos estar más
incómodos en esta situación en la que uno debe esforzarse por vivir contra el
silencio. Tervonen va conociendo a estas dos mujeres, y a las consecuencias de
los acontecimientos, o de la limpieza étnica, a través de su mirada. Pero ellas
no hacen un trabajo de campo para desvelar los sucesos, ellas se limitan a
ejercer una tarea que consideran de justicia. Porque la ética de estas dos
mujeres, incansables, será el telescopio y el microscopio a través del cual veremos
la realidad que se está viviendo. Y esta realidad es de duelo, de duelos
incompletos, de dudas, de ese tipo de malestar que a la gente le siega la yerba
bajo los pies. A la hora de la verdad, cualquier resolución ha quedado
estancada y corre severo riesgo de caer en olvido.
Se busca una complicidad
narrativa con las familias, pero a la mayoría de las personas les pesa demasiado
el silencio que «transforma el dolor de los recuerdos
en pesadillas, en migrañas, en arrebatos de violencia». «A veces el silencio es el precio que
hay que pagar para sobrevivir», comenta, convencida de que el
tiempo de la palabra todavía no ha llegado. Lo que sí llega es la humanidad
como flujo moral, que es lo que va llenando los espacios entre quienes habitan
sobre la superficie y aquellos a los que se quiso enviar al olvido.
Tras recorrer esa
distancia, comprobamos que la buena gente ha aprendido a vivir sin rencor, que
quien sufrió pérdida no odia, y no podemos sino cuestionarnos por qué. Si hay
una emoción que se impone a lo largo de este libro, esa es el respeto. Y
también nos preguntaremos si el respeto es una emoción. Sabemos, y así nos lo
recuerda algún entrevistado en algún momento, que el miedo no es una emoción muy
constructiva. Y en el ambiente en que se mueve nuestra autora el miedo sería la
ruta normal. Así pues, cabe concluir que debe existir una emoción que uno
construye para librarse de ese miedo, que esa emoción surge por voluntad propia
y por sensatez, por las ganas de vivir que uno extiende a su alrededor, y esa
emoción tiene que ver con los demás tanto como con uno mismo. De eso trata este
libro impactante, del respeto, que será esa emoción que nos ayude a neutralizar
el miedo y a su hijo el odio.
Fuente: Zenda
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