El año del desierto
Pedro Mairal
Libros del Asteroide
Barcelona, 2023
365 páginas
Hay quien camina pegado a
la tierra por el ombligo. Es una metáfora, pero no una expresión cualquiera:
por el ombligo estuvimos unidos a nuestra madre dentro de su vientre, y perder
ese lazo nos ha dejado desamparados en este valle de lágrimas. Si uno
conservara siempre un vínculo umbilical con una madre que te protege, se sentiría
seguro hasta la euforia y jamás sentiría la tentación de volverse loco.
Asomarse al abismo de la locura es una constante cuando andamos tan
desamparados, y la fascinación que produce se asemeja bastante al vértigo que
se siente al mirar a un precipicio que va a dar a la más hermosa de las selvas.
Puede suceder que tu entorno no te regale ese punto de belleza que sobrevive
allí, al fondo, y entonces quedarás sujeto a los ataques de ansiedad
constantes, como los que vive la protagonista de esta novela.
Hay una parte reconocible
en ese entorno que no permite descanso, una semejanza brutal con un país
atrapado en una dictadura genocida, sólo que, a diferencia de lo que sabemos de
la historia, aquí no se nos regala ni el nombre ni el rostro del villano.
Desconocemos quién es el poderoso que lleva al país a la ruina y a la crueldad,
hasta el punto de que sentimos que la maldad es fruto de una inercia, que no
existe un motor principal, sólo gestiones aisladas. Aunque todas ellas
dedicadas a oprimir. En realidad, Pedro Mairal (Buenos Aires, 1970) construye
una distopía que nos incomoda, porque no se trata de una proyección de futuro,
sino de una expresión de pasado. Esto no está sucediendo, esto ha sucedido, se
nos indica, y somos la fruta que cayó de aquel árbol. Leemos los sucesos
consecutivos de esta narración sintiendo que la pesadilla está tejida con
demasiada realidad. A la que Mairal añade una redacción al galope, con frases
cortas que mantienen la actividad constante, pues en cada una de ellas está sucediendo
algo y no conviene perderse ninguno de los efectos, dado que perderíamos pie y
nos quedaríamos colgando del relato, sujetos sólo por el ambiente tóxico.
—No se puede leer en la fila,
señorita.
—¿Por qué? —le pregunté, y un tipo que estaba más atrás, con la
aprobación de todos, dijo:
—No se puede leer, querida, si estás
esperando estás esperando.
En la retaguardia de la lectura, para asumir que debe
existir algún atisbo de esperanza o alegría aguardando a nuestra protagonista,
echada al abismo de la calle y sujeta a los vaivenes de la selva oprimida, está
la asociación de la estructura de la novela, que nos remite a Tom Jones
o a Moll Flanders. Gente echada a andar y que es capaz de sobrevivirse a
sí misma, de superarse a pesar de la falta de afectos y contra la ansiedad de
grupo. Falta, eso sí, alguno de los toques de humor que abundan en Tom Jones
y apenas asoman en Moll Flanders. Pero es un estupendo tributo a estas
obras, una actualización imprescindible, porque el mundo en el que vive o ha
vivido, o ha vivido de prestado Pedro Mairal, también necesita crear sus leyendas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario