Los armarios vacíos
Annie Ernaux
Traducción de Lydia
Vázquez Jiménez
Cabaret Voltaire
Madrid, 2022
218 páginas
Qué otra cosa, sino la
incapacidad que tenemos para construirnos a nosotros mismos, y a pesar de ello
lo hacemos. A pesar de tantos engranajes sucios, a pesar de un ambiente
intoxicado, a pesar del peso de un pasado que nos gustaría que fuera diferente,
que nos gustaría que transformara en realidad eso de que fue mejor. La memoria
es una trampa, es una farsa, es un engaño. Para ser sincero, uno debe estar
dispuesto a asumir la fiebre. Y eso de la catarsis a través de la literatura,
de la ficción o de la autoficción, queda como una leyenda, porque el arte raramente,
por no decir nunca, consigue cauterizar nada. Explicar, o explicarnos, no es lo
mismo que curar, o curarnos.
«Mientras las demás escuchan horrorizadas la historia de María
Gorettti, yo sueño con el muchacho salvaje e impuro al que esa idiota se negó
incluso a besar. Dios, de todas formas, no puede amarme, los primeros serán los
últimos. Hija del tendero Lesur, con los tipos que sueltan tacos sin parar,
viciosa desde la primera confesión y además la primera de clase, nada que hacer…». De este cariz es el tono con el que nos hablará la
narradora que crea Annie Ernaux (Normandía, 1940), en esta novela publicada
originalmente en Francia en 1973. Ahí podemos reconocer qué piensa de sí misma
y cómo maldice la suerte de haber nacido en un estrato social que considera
peor que humilde, que considera vergonzoso. Sus padres regentan una tienda—bar, ella duda si lo que sufre en la escuela es Bullying,
cuestiona cualquier atisbo de valor en las figuras de los padres en cuanto
asoma a la adolescencia… incluso llega a enfrascarse en el odio: «Mi padre se acuesta con la misma camisa que ha llevado todo
el día, se afeita solo tres veces a la semana, va con las uñas negras. Mi madre
lleva siempre el cuello de la blusa manchado de maquillaje, se encorva toda al
bajarse la faja, se limpia la entrepierna detrás de la puerta del armario…».
Su salida partirá del
éxito en los estudios y el objetivo de alcanzar la universidad, que será donde
pueda, por fin, librarse de la sustancia pegajosa en la que se ha convertido su
pasado. El refugio del estudio la hará más extraña aún, menos inscrita en lo
que debería ser la realidad, aunque con visos de librarse de una maldición
semejante a la que ha vivido, gracias al poco de éxito que esto le concede.
Mientras tanto, finge o aprende a fingir, simula que le gustan las cosas que
deberían gustarle, y se reconoce como una persona sin lugar: «Reviento de soledad y de odio», afirma, antes había asegurado que
con quince años «no puedo seguir odiando yo sola».
Como siempre, Ernaux
escribe tras haber eliminado las barreras de la autocensura. Da la sensación de
no tener un plan previo, o que este sea muy sencillo: trazar en una línea
cronológica el crecimiento emotivo de una mujer. Lo que sí es seguro es que las
intenciones con las que se pone a la tarea son atrevidas y merecen la pena,
pues existe un tono de denuncia sentimental en este microcosmos en el que se
mueve la protagonista: «La voz potente de mi madre me revelaba
los secretos de la vida en palabras densas y negras. Mi padre, no menos misterioso,
baja la cabeza, sabe que la cosa acabará con alguna que otra gesticulación, los
platos por el suelo de un manotazo, unas cuantas palabrotas y eso es todo», dice, al reflejar las impresiones de la infancia. La verdad
es que si estamos tratando con un texto de denuncia, deberíamos deducir alguna
manera de suponer cómo debería imponerse justicia, y esta es muy subjetiva y
parte de la imagen que tiene de sí misma la narradora: «Niña malhablada, viciosa, y les mearía en la boca, toda esparrancada…».
En definitiva, estamos
ante un texto en el que se nos desvela que la costumbre de vivir es algo más
bien feo, en el que se nos habla de los años de infancia y adolescencia como de
una ruta atravesando la antifelicidad, donde se nos impone el hacer como si fuera
divertido, como si fuera seguro, como si fuera interesante, como si todo
estuviera bien. Y todo con la potencia que Ernaux no cesa de explorar, la que
requiere la historias que tan bien nos viene leer para darnos cuenta de que el
mundo es algo distinto a fingir.
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