lunes, 4 de marzo de 2019

QUE MI GENTE VAYA A HACER SURF


Que mi gente vaya a hacer surf
Yvon Chouinard
Traducción de Rosa Fernández-Arroyo
Desnivel
276 páginas

Es probable que no sepamos definir en qué consiste la dignidad, pero lo que nos resulta posible valorar es quién ha vendido su alma al Diablo. La dignidad, como todo lo bueno, es inconmensurable, no se puede medir, de hecho, ni siquiera podemos valorar cuánta gente hay digna y saber cómo afectan al bien de los demás. Pero la segunda, la venta de almas al Diablo, no sólo se puede contabilizar, sino que, además, podemos calibrar su impacto, porque la maldad se puede contar. No sabemos cuántas vidas, ni de qué modo, han salvado los paseos por los bosques o a la orilla del mar, pero sí guardamos registro exacto de los muertos que provoca una bomba. Bajo esta premisa están escritas las memorias de Yvon Chouinard, fundador de la empresa Patagonia Inc., dedicada a la ropa de deportes de aire libre.
A lo largo de las páginas que se reúnen en Que mi gente vaya a hacer surf, no cesa de exponerse una bella declaración de intenciones: Chouinard sabe que su labor como empresario, que su paso por el planeta, deja una huella inevitable, pero pretende rebajar los efectos negativos para Gaia. Y la humanidad es parte de Gaia, de hecho, parte de la humanidad es quien ha fundado la hipótesis de Gaia, el espíritu de la Tierra como un único ente sensible. Sin embargo, Chouinard no entrará en debates de esfera espiritual. Es un tipo con sentido práctico y que maneja una información tan demoledora como abundante. El libro sería una práctica zen, y de hecho el espíritu zen aparece mencionado en más de una ocasión, de no ser por la militancia contra la huella ecológica. Sabemos que este planeta, tal y como lo conocemos en la actualidad, está abocado al colapso, que la civilización posterior a la Revolución Industrial morirá de éxito en lo que apenas es un latido en el ritmo del universo, de ahí que se conviertan en imprescindibles valores ecológicos y ese atributo tan humano como la dignidad, que se conoce como imaginación. Tampoco podremos calibrar el impacto de la imaginación en la bonhomía que encontramos entre los hombres. Se nos proponen actos concretos: sobre la organización humana de una empresa, por ejemplo; sobre las donaciones y actos de salvamento ecológicos; sobre el activismo y la militancia; sobre una expresión que Chouinard dice que responder a la democracia ciudadana, y que es, en realidad, algo semejante al socialismo libertario: la actuación del pueblo a pequeña escala, para reivindicar causas de justicia.
La historia, nos dice Naomi Klein en el prólogo, posee el atractivo de intentar conciliar, sinceramente, la tensión entre la demanda de crecimiento infinito de los mercados y la necesidad de respirar del planeta. En ese sentido los postulados sobre la expansión y el desarrollo agrícola, próximos a los de organizaciones como Vía Campesina, son demoledores. La lucha de Chouinard está en el equilibrio entre amores y pasiones: amor por la naturaleza, pasión por los deportes de naturaleza.  Y nosotros, la gente, como parte del entramado de ese amor, de la naturaleza, a la que pertenecemos y por la que seguimos sintiendo una nostalgia que se va haciendo perenne.
“Si todos llegáramos a contemplar nuestros productos de consumo como herramientas que nos ayuden a vivir nuestra vida real, en lugar de meros sustitutos de esa vida real, necesitaríamos muchas menos cosas para ser felices. Y conservaríamos durante más tiempo las que ya tenemos”. La declaración vuelve a ser de Naomi Klein, sí, pero a partir de las impresiones de un empresario obsesionado por el fracaso del crecimiento económico y del triunfo de la obsolescencia programada. Dos formas concretas de vender el alma al Diablo: “el indicador por el que se guían los gobiernos para valorar la salud de sus economías es el PIB”, dice Chouinard, “que mide la salud económica de un país por el valor de los bienes que produce, y no por la limpieza y la disponibilidad del agua, la salud del suelo, la biodiversidad de los ecosistemas o la temperatura de los océanos”. Es decir, ya va siendo hora de inventar algo que sustituya a los rígidos principios de la actual economía, que se tiene por algo así como valores universales, como tablas de la ley, cuando son, en realidad, otro invento de los hombres. Si echamos imaginación, como ha hecho Chouinard, si echamos un arrojo ciudadano y ecologista, la ficción que dice que las empresas, y los países, no pueden regirse de otra manera pasará a ser una realidad. Cambiaremos el ansia de amasar riqueza por las garantías de que los niños crecerán en entornos libres de productos químicos. Chouinard nos habla de un ambiente sano, de la vida de este planeta, de buenas comunidades buenas. Nos habla de una posibilidad real de vivir haciendo surf.


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