Deja que te cuente
Shirley
Jackson
Traducción
de Paula Kuffer
Minúscula
Barcelona,
2018
455
páginas
Es
casi imposible no citar a la propia autora para resumir el espíritu de su
literatura: “Los niños que hay en nuestra casa tienen un dicho: las cosas
pueden ser verdad, no serlo o ser un delirio de mamá”. Una expresión tan
sencilla contiene un modo de entender la literatura que no se separa de lo que
llamamos realidad. De hecho, la obra de Shirley Jackson (San Francisco, 1916 –
Bennington, 1965) se alimenta de la realidad, al tiempo que su realidad se
alimenta de la ficción que ella va creando. No sin humor, en sus charlas, pues
se trata más de charlas y comentarios que de conferencias, con el sentido de
solemnidad que otorgamos a una conferencia, reconoce que ella es un ama de
casa. Y, en buena medida, da a entender que quien vive de la literatura o tiene
un marido o una mujer que trabaja y trae el pan, o gracias a su éxito literario
a lo que más se parece es a un ama de casa. No es la primera vez que nos
encontramos con alguien que desmitifique a los escritores, pero sí con alguien
que nos diga qué son, en realidad, y que apunte a aquello que les ayuda, en
primer lugar, a escribir: la imaginación.
La
imaginación también la utiliza para sostenerse con humor en su cualidad de ama
de casa, sola, preocupada por el pan mientras su marido está en la oficina y
los niños en el instituto. Y ese tipo de humor es el que traslada luego a sus
relatos. Suave, real y con un punto preciso de enigma como para hacerlos
atractivos. Manipula el realismo con el sencillo lenguaje de lo real. En ese
sentido, pertenece a la estirpe de escritores que han creado la literatura de
Estados Unidos, y en buena medida, por tanto, que han creado lo que hoy
entendemos por Estados Unidos. Más cerca de Raymond Carver y d eJohn Cheever
que de Flannery O’Connor o Willa Cather, para que nos hagamos una idea. Shirley
Jackson es una de esas personas que ha sido creada por quienes han recibido
parte de su corona de laurel; en la solapa del libro se menciona a Stephen
King, Jonatham Lethem o Donna Tartt. Se nos ocurre añadir un puñado de nombres,
narradores que nos hablan del costumbrismo americano y que miran desde la
ventana para que completemos el cuadro nosotros, los lectores, que podemos
salir a la calle y ver el relato completo. Se nos ocurre añadir a Paul Auster o
a Peter Cameron.
Shirley
Jackson es una de las primeras en incluir la mitomanía en sus personajes, una
patología propia del escritor. Y también la disociación cognitiva, esos
razonamientos falsos que nos llevan a torcer las explicaciones hasta que
encajan en nuestros prejuicios, y nos hacen acomodarnos, sentirnos buenos, por
mucho dolor que hayamos provocado. Así pues, la convivencia de estos personajes
se hace difícil: como en la realidad, o tienes que demostrar algo o tienes algo
que ocultar. La gente de sus relatos no se gusta entre sí, pero se impone el
clima social que apacigua la farsa en la que convierte a la ciudad, al barrio,
a la familia. El tema es muy serio, de ahí que tenga que tratarlo con el toque
de humor que dan las incógnitas. Sus protagonistas, la mayor parte de las veces
mujeres, están solas frente al mundo, independientemente de que se encuentren
en el bosque o en la cocina. Sus primeros cuentos, colocados pasado el ecuador
del libro, muestran a una escritora que no quiere equivocarse. Sus relatos
inéditos nos enseñan a alguien que no teme escribir como siente.
A
ellos cabe añadir algo que uno llamaría ensayos si cayeran en manos de otra
persona, capaz de darles un giro intelectual revolviendo la idea sencilla. Pero
Jackson se sonrojaría si alguien la calificara como intelectual. Ese mundo es
otra farsa. Ella cree en la necesidad de las tonterías, algo que deberíamos
aprender todos. Y cuando se enfrenta al público, se limita a dictar sus filias
y fobias, sus miedos y bromas, con el mismo tono con que uno hablaría con su amigo
en la barra del bar. Shirley Jackson es, en realidad, un encanto. Y encantar es
un verbo con múltiples significados. Ella los tiene y los domina todos de forma
natural.
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