Mujeres en la alborada
Yolanda
Colom
Pepitas
Logroño,
2018
300
páginas
Aunque
uno tenga la impresión de que se va a enfrentar a un libro que sirve de
consuelo a la autora, además de para justificar sus años en la guerrilla de
Guatemala (“No logramos llevar al pueblo la conquista del poder político (…).
Pero se acabaron los tiempos en los que los guatemaltecos soportaban callada y
pasivamente lo que gobernantes, explotadores y opresores hacen con ellos desde
tiempos inmemoriales”), en buena medida nos hallamos frente a una experiencia
de vida salvaje, de contacto con la naturaleza en grupo y escondiéndose, que es
el verbo que significa jugar en la infancia: “nuestras fuentes de alegría eran
inacabables: vivir la fraternidad colectiva, el amor de nuestra pareja, la
travesura de algún compañero. Contemplar una estrella fugaz, una alfombra de
flores en primavera, una escuadrilla de guacamayas en alto vuelo”.
Yolanda
Colom (Guatemala, 1947) nació en una familia de clase media alta. De su
infancia y adolescencia no da cuenta, porque el libro comienza cuando siente un
impulso, imposible de frenar, que la lleva a la lucha por el desfavorecido. Se
alista muy joven en una pequeña guerrilla, para encargarse de la educación de
los indios y algunos ladinos que se alistaban. Como libro de cabecera tiene el Poema pedagógico, de Makarenko. Aunque
aprendiera a disparar su arma, Colom dedicará muchos años a la divulgación entre
poblaciones perdidas, en la montaña y en la selva, al reclutamiento y a la
educación. Al principio, a nadie preocupaba que un pequeño grupo se escondiera
y contara a los demás que otra vida era posible, que no tenían por qué
consentir lo que estaban sufriendo, que lo que les den las manos es suyo, que
la tierra es de todos y frases por el estilo. Y mucho menos cuando, por encima
de convencer a la gente de alistarse, se topaba con unos hombres que prodigaban
un machismo violento y unas mujeres sumisas. El feminismo será un campo de
batalla tan grande como la lucha de clases: las mujeres indias están sometidas
a una doble cárcel, la de la miseria y la del infierno familiar. Colom siente
que ha nacido equivocadamente, hasta el punto de que llegará a tener su
familia, un marido y un hijo, con los que podría haberse integrado en la
sociedad guatemalteca de no tener unas inquietudes del todo necesarias. Pero
durante sus años de formación en México, decide separarse de su hijo para
entregarse por entero a la lucha de la guerrilla. De ahí que el hijo aparezca
de vez en cuando en el libro, como si al describir toda su entrega y sus
experiencias casi únicas, lo hiciera con cierto sentido de culpa. Siempre sabrá
algo de él, pero durante muchos años no volverá a verle.
Así
pues, Colom pisa fuerte la geografía hostil de Guatemala, comenzando por los
montes y los bosques, y terminando en la selva, donde las enfermedades son tan
fieras como el ejército. Entonces ya el gobierno había considerado que la
guerrilla creció demasiado, y no solo envía al ejército, sino que también
creará la contraguerrilla, una manada de vándalos que no se rigen por ninguna
ley y acribillarán lo que se preste con tal de diezmar a los que empuñan un
fusil, y a quienes les apoyan. Los sacrificios de Colom son inmensos. Separarse
de su hijo es el primero, pero también el hambre, las enfermedades, la vida del
montañés, la dificultad de encontrar cobijo, la obligación de permanecer con
ojos y oídos alerta. Todo lo que nos hace envejecer. Pero, al fin y al cabo,
ella nos relata cómo está aprendiendo a vivir en la naturaleza. La impresión
que da, a lo largo de muchas de las páginas, es que su campaña de proselitismo,
finca a finca, familia a familia, justifica esa elección de vida salvaje, de
aventura, intensa, muy intensa, tanto como la noche, que es cuando realmente
viven, se mueven, comulgan con las bestias. Mientras tanto, va narrando las
minúsculas victorias que dejan a su paso, la gente que se une al movimiento y
las familias que aprenden de ellos en qué consiste la propuesta de, digamos por
resumir, corte marxista. El resto será una historia que todos conocemos. Aquí
lo que se pretende es dar fe del tramo de vida que más mereció la pena, el
viaje a pie a través de la Guatemala que nadie pisa.
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