Iluminada
Lidia
Yuknavitch
Traducción
de Sarai Herrera y Sergio Chesán
Horror
Vacui
Madrid,
2025
300
páginas
En
los castillos y palacios antiguos solía haber un pasadizo secreto por el que el
rey o el conde escapaban a caballo, hacia el espacio abierto, en caso de
crisis. Ese pasadizo puede se puede hacer universal y servir a casi todas las causas,
si en lugar de estar excavado, bajo suelo, se halla entre las moléculas del
agua. Allí es donde lo encuentra Laisvé, la niña protagonista de Iluminada,
la última obra de Lidia Yuknavitch (1963) en llegar a nuestras librerías.
Estamos, de nuevo, frente a una novela de impacto, en la que el lector
encontrará una experiencia casi opuesta a la lectura fácil de los éxitos
comerciales. De hecho, Yuknavitch parece empeñada en demostrarnos que uno de
los mejores valores literarios que se pueden explotar es la incomodidad. Y
debemos aclarar que nuestra pretensión es que este sea un comentario elogioso.
De
entrada, se nos muestra un plante distópico en el que una estatua
arquitectónica, que se asemeja a la Estatua de la Libertad, se halla bajo las
aguas. La construcción de la misma, con obreros llenos de sudor y desdichas, y el
sentido alegórico de su final bajo las aguas, por culpa de la subida de los
océanos, nos presentan las principales intenciones de la autora: hablar de los
perdedores y del sufrimiento, de la tiranía de las pirámides sociales, de la lucha,
preciosa e imprescindible, y posiblemente inane, por algo que, a falta de un
término menos ambiguo y manipulado, llamaremos libertad. Laisvé viajará desde
el futuro distópico hasta varios momentos del pasado para visitar a distintas
personas —un escultor, una mujer del mundo de los perdedores, un asesino, unos
obreros, la hija de un dictador—, cuyas conexiones no son evidentes, aunque uno
va sospechando que algo debe estar modificando el futuro, el presente de Laisvé,
estos desplazamientos. Y es que Laisvé tiene, como los personajes que va
conociendo, un pasado que debería explicar quién es o quién va a ser: su madre
falleció ahogada, en el océano, durante el viaje de inmigración de la familia a
bordo de un barco. La misma agua con que nos bautizamos será el agua que
servirá de sepulcro, el agua que da y quita vida, los dos extremos del viaje.
Al
mismo tiempo, los detalles de fantasía propios de literatura juvenil, y Laisvé
tiene alrededor de los doce años, están presentes a través de los animales que
hablan, como la sabia tortuga, una leyenda, y de animales que sirven de
contraste con los humanos, pues ellos al carecer de civilización carecen,
también, de destrucción: «Es más fácil pensar en sí misma como una niña de alguna
fábula oceánica que vivir presa del miedo infinito que su padre había creado
para ella». Miedo, amor: los límites del gótico. Que en el caso de Yuknavitch
se combina con unas formas que rozan el expresionismo: «Necesitamos una nueva
historia de la libertad que comience con el cuerpo de una mujer sin hijos ni el
deseo cíclope del pene masculino entrando o saliendo de su agujero. Necesitamos
una regeneración a escala colosal. Un hombre-mujer».
En
realidad, lo que explica a través de estos relatos en los que solo se nos
muestran algunas de las caras del poliedro, son las consecuencias de las
carencias afectivas, por qué somos seres incompletos, qué es lo que destruye
cuerpos y almas, eso que se encuentra en la infancia: «En una ciudad próspera,
los niños son objetivos perfectos. Tanto para los capitalistas como para los
secuestradores, esclavistas y sociópatas», o «Cuando un chaval así comienza a ver
que el futuro no tiene nada que ofrecerle, se llena de ira, de cualquier cosa
que le haga sentir que existe». Y, sin duda, el odio nos hace ser conscientes
de que estamos vivos, mientras actúa de ansiolítico. Claro que al odio muchas
veces le acompañan esas bajas pasiones que con frecuencia se vinculan al sexo o
a la sangre. Pero no es la mejor idea esconder nada de esto. De ahí que estas, sobre
las que hemos ido hablando, sean las caras del poliedro que Yuknavitch elige
mostrar, a veces dando voz a los propios protagonistas. A lo que no debemos temer
nosotros es a afrontar esta lectura.
Fuente: Zenda
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