martes, 6 de mayo de 2025

MARIMONDA

 

Marimonda

Mario Escobar Velásquez

Muñeca infinita

Madrid, 2025

155 páginas

 



Penetrar en la selva supone brincar sin saber lo que uno va a encontrarse cuando regrese al suelo. Allí hay de todo, hay depredadores y depredados, y un suelo que no es el más firme que podemos encontrarnos. La mejor forma que podemos sugerir para recorrer la selva, al menos para recorrerla con afán de describirla, es el paseo del mono, por las ramas, huyendo y encontrándose constantemente con sus congéneres, con sus depredadores y con su sustento. Podría ser un juego, sí, pero también puede que se trate de supervivencia. Esa es la estrategia que elige Mario Escobar Velásquez (Támesis, 1928 – Medellín, 2007) en este Marimonda, cuyo título ya nos da indicios acerca del tono que va a tener la obra. Estamos hablando de marimondas, de monos araña, esos con brazos infinitos, esos con gestos que no dejan de remitirnos a los de los humanos.

Estamos en territorio hostil, ese en el que los humanos no pueden habitar en las condiciones en que se desarrolla la civilización. Tal vez cabrían pequeños grupos étnicos, pero civilizar es implantar un tipo de colonización que nada tiene que ver con la convivencia con la naturaleza. Y así sucederá que de todos los encuentros que sufrirá nuestro marimonda, el definitivo será con la condición humana. De hecho, la novela trazará un salto que nos remite a las teorías de la evolución, cambiando poco a poco el punto de vista, del marimonda al humano, en el tercio final de la obra. Se refleja, claramente, la reivindicación de la naturaleza y el deseo de otra manera de entenderla, que sea más antropomórfica, para que seamos, a nuestra vez, capaces de mayor respeto. Pero todo esto está reflejado en una escritura meditada, tanto como para dar la sensación, por momentos, de ser automática: como si el autor no supiera qué va a deparar la frase siguiente, como si las asociaciones volaran con libertad. Esa es la sensación que Escobar Velásquez pretende transmitir. Y es que en la selva no hay nada programado. Lo comenta Juan Cárdenas en el epílogo: «Escobar piensa narrando y, gracias a una técnica que combina el estilo libre indirecto con los saltos de perspectivas, consigue crear un relato magistralmente tensado». Esa tensión se basa en la creación intuitiva de paradojas, como la del divertimento que convive con la supervivencia, antes mencionada. Es un planteamiento atractivo, que en este mundo de discursos maniqueos recibimos como el aire que entra por una ventana recién abierta en un edificio que lleva años cerrado.

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