Marimonda
Mario
Escobar Velásquez
Muñeca
infinita
Madrid,
2025
155
páginas
Penetrar
en la selva supone brincar sin saber lo que uno va a encontrarse cuando regrese
al suelo. Allí hay de todo, hay depredadores y depredados, y un suelo que no es
el más firme que podemos encontrarnos. La mejor forma que podemos sugerir para
recorrer la selva, al menos para recorrerla con afán de describirla, es el
paseo del mono, por las ramas, huyendo y encontrándose constantemente con sus
congéneres, con sus depredadores y con su sustento. Podría ser un juego, sí,
pero también puede que se trate de supervivencia. Esa es la estrategia que
elige Mario Escobar Velásquez (Támesis, 1928 – Medellín, 2007) en este Marimonda,
cuyo título ya nos da indicios acerca del tono que va a tener la obra. Estamos
hablando de marimondas, de monos araña, esos con brazos infinitos, esos con
gestos que no dejan de remitirnos a los de los humanos.
Estamos
en territorio hostil, ese en el que los humanos no pueden habitar en las
condiciones en que se desarrolla la civilización. Tal vez cabrían pequeños
grupos étnicos, pero civilizar es implantar un tipo de colonización que nada
tiene que ver con la convivencia con la naturaleza. Y así sucederá que de todos
los encuentros que sufrirá nuestro marimonda, el definitivo será con la
condición humana. De hecho, la novela trazará un salto que nos remite a las
teorías de la evolución, cambiando poco a poco el punto de vista, del marimonda
al humano, en el tercio final de la obra. Se refleja, claramente, la
reivindicación de la naturaleza y el deseo de otra manera de entenderla, que
sea más antropomórfica, para que seamos, a nuestra vez, capaces de mayor
respeto. Pero todo esto está reflejado en una escritura meditada, tanto como
para dar la sensación, por momentos, de ser automática: como si el autor no supiera
qué va a deparar la frase siguiente, como si las asociaciones volaran con
libertad. Esa es la sensación que Escobar Velásquez pretende transmitir. Y es
que en la selva no hay nada programado. Lo comenta Juan Cárdenas en el epílogo:
«Escobar piensa narrando y, gracias a una técnica que combina el estilo libre
indirecto con los saltos de perspectivas, consigue crear un relato
magistralmente tensado». Esa tensión se basa en la creación intuitiva de
paradojas, como la del divertimento que convive con la supervivencia, antes
mencionada. Es un planteamiento atractivo, que en este mundo de discursos
maniqueos recibimos como el aire que entra por una ventana recién abierta en un
edificio que lleva años cerrado.
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