jueves, 22 de junio de 2023

HIDRÓGENO en CULTURAMAS

 

Hidrógeno

Ricardo Martínez Llorca

Lastura

Madrid, 2023

200 páginas

 



Por Suso Alonso

El infierno son los demás, dijo el sabio francés. La boutade tiene una fácil pregunta consecuente: entonces ¿qué es el cielo? O quiénes son el cielo, porque ese estado del alma tiene que tener su cara y su cruz, su luz y su sombra.

Una muchacha lo pasa mal, muy mal, y el origen en realidad no tiene tanto que ver con su deformación como con el sentido de culpa. Y no hablamos del propio, sino el heredado, el que ha mamado, el de los padres. Pero en este planeta hay buenos seres buenos que pueden ayudarte queriendo y sin querer. Esta es la base de esta novela que es, digámoslo sin más tardanza, una obra magnífica, deslumbrante, emocionante, divergente y que sería rara de no reconocerse su estructura y su fundamento.

Respecto a la estructura, estamos ante una novela de intriga. Como en las mejores novelas de detectives, hay un misterio que resolver, un misterio sin asesinato. ¿Qué es lo que ha ocasionado la maldición de la muchacha, esa cara marcada? A partir de ahí, la pareja de detectives improvisados va desgranando sus investigaciones, que en ocasiones llegan por casualidad. Antes que nada, debemos aclarar que la novela aparece narrada en primera persona del plural, seguramente en homenaje a El gran cuaderno, de Agota Kristoff, como se reconoce en algún momento del relato. Sin embargo, la voz se va desdoblando y los gemelos que narran, familiares de la muchacha, se turnan en la relación de las averiguaciones como si fueran, efectivamente, una única persona que se despliega y multiplica. El efecto está perfectamente conseguido y el lector reconocerá que da gusto enfrentarse a una voz valiente.

En lo tocante al fundamento, podemos hablar de una obra psicológica en el sentido en que sería psicológica una obra de Thomas Bernhard. No cabe asustarse. Martínez Llorca es muy consciente de que se dirige a todo lector y no escribe con la complejidad del intelectual austriaco. Pero al igual que en Bernhard, la psicología se deduce de las asociaciones que brotan a partir de un acto, de un gesto, de un movimiento.

La novela arranca en el momento en que los aviones se estrellan contra las Torres Gemelas. No es baladí. En casi todas las vidas hay un antes y un después de un acto así de potente. Toda acción empuja a una reacción. Y el malestar social que se generará en los tiempos posteriores, al menos en este país, decidirá también la suerte de nuestros protagonistas, a los que no nos quedar más remedio que ir queriendo más y más a medida que pasan las páginas.

Martínez Llorca nos ha acostumbrado a trabajar novelas sobre viajes y montañas, relatos de aventuras reales e imaginarios. Ahora entra en el mundo urbano y lo desmenuza sin olvidar que para retratar a una ciudad uno debe retratar no sólo sus miserias organizativas y políticas, sino también la característica más propia de la ciudad, en lo que afecta a los personajes, que es que la gente no se conoce.

Hidrógeno bien podría ser, en definitiva, la novela especial que todos los lectores esperan, un lugar donde las angustias se deben reconciliar con el afecto. Es una obra que le encantaría, sin duda, tanto a Dashiell Hammett como a William Faulkner.

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