Odio
José Manuel Fajardo
Fondo de Cultura
Económica
Madrid, 2022
106 páginas
La propuesta es volver a
la narración. Tras diez años sin crear obra propia, un relato, una novela, José
Manuel Fajardo (Granada, 1957) regresa con esta novela breve, o con esta
combinación de relatos largos, una experiencia que pretende narrarnos cómo se
construye el mal. Fajardo despliega dos situaciones en paralelo, ubicadas con
más de cien años de diferencia, centrándose en un protagonista de dos acontecimientos
horribles: un atentado y un asesino en serie. En el primer caso, el atentado,
un acontecimiento reciente, comienza hablándonos de un mundo marginal, entre
inmigrantes que profesan el islam y se mueven en el ámbito de la droga, en un barrio
de París. En el segundo, reconocemos enseguida a Stevenson y un poco más tarde
a Oscar Wilde, y nos lleva al Londres de cerca de 1900, y tal vez sea el que
mejor defina el proyecto literario de Fajardo, que aspira, como el autor
escocés, a convertirse en un narrador puro. Y es, todo hay que señalarlo, uno
de los escritores españoles que más cerca está de conseguirlo.
La novela se despliega
con un estilo tan sereno como natural, con los tiempos perfectamente medidos y dos
estructuras redondas que van alternándose. No cabe ningún reproche de
estrategia narrativa. Y comenzamos conociendo a unos seres que sienten en su
existencia el deseo de cambiar, que no logran ser felices y lo lamentan. Uno de
ellos fabrica bastones artesanalmente y tiene por cliente a Míster Hyde, el
reverso oscuro del Doctor Jekyll. El otro profesa un amor desmesurado por una
modelo mientras trata de sobrevivir entre la mala fortuna del inmigrante. Ambos
se cuestionan qué elecciones hicieron mal en la vida para no tener la fortuna
de ser felices y comprobamos cómo van abocándose sus momentos para deslizarse
hacia el mal. Y encuentran en él una ocasión que consideran que no deben
desaprovechar. No es complicado ir enlazando los datos que poco a poco afloran,
para saber que estamos frente a dos tipos que odian porque no les queda más
remedio. Tal vez no sean psicópatas, tal vez su mal no tenga un origen
genético, no sea congénito; tal vez sean los factores ambientales los que
orientaron esa desviación que terminará en sendas tragedias. No es sencillo encontrar
tu lugar en el mundo, lo cual explica, pero no justifica, que uno termine
llegando a convertirse en la peor versión de uno mismo. En ese sentido, no
hemos evolucionado tanto como especie, al menos en el espacio que recorren los
ciento veinte o ciento treinta años que separan los dos relatos que componen
esta atractiva novela.
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