Gravity
(Alfonso Cuarón, 2013)
Una madre sola, la
ingeniera Ryan Stone, pierde a su hija de cuatro años en un accidente sin
atributos en el patio del colegio. La vida debe de volverse, entonces, pura
soledad, y la soledad es una de las pocas experiencias fundamentales a las que
debemos enfrentarnos a lo largo de nuestro tiempo en la Tierra. En esta situación
de duelo, la soledad es espantosa. De hecho, nuestra doctora decide involucrarse
en uno de esos proyectos que garantizan otro tipo de soledad, esta vez elegida,
y se prepara como astronauta para una expedición espacial en tiempos de los
transbordadores. Esa aspiración a completar el duelo en un viaje fuera de la
atmósfera terrestre puede dar un tono elegíaco a una obra que es, sin duda, una
epopeya. ¿Puede un viaje espacial triunfar donde no consiguen triunfar los
otros viajes, ni siquiera el transportarse a las islas del Pacífico? El viaje implicaría
la aspiración romántica de una sanación, allí donde la sanación no es posible.
A lo largo del duelo, uno debe descubrir que es capaz de amar el vacío, por muy
ingrato que se muestre. Aun así, seguirá buscando dónde está aquello que se
perdió en la Tierra. Ludovico Ariosto imaginó, en el siglo XVI, que a la Luna iba
a parar todo lo que se pierde en la Tierra, entre otras cosas las lágrimas y
los suspiros que lloran los enamorados, el tiempo perdido, o los anhelos que no
fuimos capaces de saciar. Nuestra doctora Stone sale al espacio al encuentro de
todo ello, para reconciliarse con la vida pasada y con lo que le queda por
vivir, y se encuentra con un experimentado astronauta parlanchín que es capaz
de salvarle la vida hasta en el delirio.
Gravity es una película que sigue la
estructura sencilla de La Eneida, viajando de un puerto a otro,
facilitando así la candidez de una narración que apenas cuenta con un solo
protagonista. De hecho, la doctora debe sobrevivir sola, con ese otro tipo de
soledad que supone la supervivencia extrema, en un lugar sin comunicación, en
el que ella habla al aire, confiando en que alguien reciba sus mensajes y sin
posibilidad ni de respuesta ni de rescate. Así nos enfrentamos a otra de las
experiencias fundamentales que se une a la soledad, y esta es el miedo. En
realidad, ver Gravity supone reconciliarse con ese oxímoron que es el de
reconocer deleitables terrores, llevado al grado de paradoja. Como experiencia sensorial
no puede ser más delicada, colocándonos constantemente en un punto de vista contradictorio,
que no cesa de sorprender y que funciona con la potencia de la coz de un caballo,
a lo que se suma una musicalización en la que el sonido del silencio es
impecable y es turbador. La impresión es desesperante y comprobamos que los avances
técnicos sí pueden llegar hasta la pantalla para algo más que aturdirnos con el
espectáculo, porque la épica supervivencia de la doctora Ryan es una
experiencia visceral, algo que sentimos también con las vísceras que protege la
jaula de las costillas.
Donde no hay apenas argumento,
triunfa la atracción de la creatividad estética. La imaginación es visual y es
auditiva. En cierto sentido, Gravity se une a las experiencias artísticas
del gesto, a ese «Cuando despertó, el dinosaurio
todavía estaba allí», de Augusto Monterroso. A diferencia
del microcuento, lo hace al ritmo de un vals que nos amenaza, minuto a minuto,
con los rinocerontes de la noche. Uno desea salir de la película, y mientras tanto
no puede permitirse el lujo de perder un solo segundo de lo que ve y escucha;
sin cesar de vivir con angustia la angustia de la protagonista, uno se pregunta
cómo es posible que se haya logrado este efecto o este otro. Y la película culmina
con un agotamiento emocional que nos lleva a pegar la mano al pecho para
vigilar que el corazón no se haya desbocado.
El suspense, nos
mostraron los genios del cine, consiste en colocar al protagonista, y a nosotros
con él, en encrucijadas de las que parece imposible salir, en situaciones
críticas que resultan imposibles de resolver. Sentir suspense podría ser otra
de las experiencias fundamentales por las que debemos pasar. Desde que existen
las formas narrativas, desde que existe la literatura oral, el suspense está
tan presente como las interpretaciones simbólicas. Basta los cuentos de hadas para
certificarlo. Tal vez Gravitiy se aproxime más a ellos que al género en
el que supuestamente se encuadra, el de la Ciencia Ficción. Pero uno descree
mucho de los géneros, que sólo sirven para dar por supuesto cómo será el
paisaje que se visita y de qué cariz el final de lo que le está ocupando.
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