La suerte de Omensetter
William
H. Gass
Traducción
de Ce Santiago
La
Navaja Suiza
Madrid,
2019
418
páginas
En
la relación de autores que influyeron en la literatura de William Faulkner,
alguien se atrevió a añadir al traductor de la Biblia que leyó en su juventud,
con un afán y una vehemencia que no deja lugar al aliento más suave. Es
probable que se trate de una edición semejante a la que cayó en manos de
William H. Gass (1924 – 2017), pues deja un rastro semejante en esta novela
donde uno se pierde entre lo real y algo que, a falta de otro término,
llamaremos lo alegórico en cada resquicio de cada frase. Gass utiliza, casi de
forma generalizada, frases cortas, casi mínimal, en el que la hipnosis surge
por acumulación y por derivación. Las asociaciones son libres, sin olvidarse de
su función: mostrar que debe haber una cara oculta de la realidad y que ésta,
forzosamente, se parecerá bastante a la materia de la que están hechos los
sueños. El estilo nos lleva a la impresión obsesiva: obsesión por las palabras
con las que se construye el texto, por los personajes con los que se construye el
conflicto, por los efectos con los que se construyen las sensaciones. Es
barroco, porque atiende al detalle, pero es impresionista, porque piensa en las
emociones que levantará en el lector.
Pero
las referencias a la Biblia no se limitan al estilo, a la estrategia, pues
también existen en la idea base: Omensetter es un tipo con atributos tal vez sin
definir, o cuya definición se hará por contraste con los demás, pero de una
presencia lo bastante impactante como para levantar las ampollas más
escondidas. Llega a una población más o menos remota, a un entorno más o menos
rural, más o menos arcaico, y allí provoca los descubrimientos de la dualidad
emocional que todos llevamos dentro. Los habitantes originales descubren su
Míster Hyde y se rebelan. Sobre todo, quien detentaba el bastón de mando moral,
el reverendo Jethro Furber. La piedra en el estanque de la que parte la novela
nos remite al Nuevo Testamento: la sola presencia de Jesús despierta las dobles
morales, ante las que no podemos sino levantarnos con miedo, porque solo
tenemos miedo a la parte que no conocemos de nosotros mismos. Y, lógicamente,
surge el rechazo. Sobre esta emoción es sobre la que Gass construye la novela,
sobre el rechazo. Nos encontramos frente a lo imprevisible, al espejo que nos
refleja como no desearíamos vernos, ese que sin querer porta un personaje que “vivía
no observando, uniéndose a lo que sabía”.
“Ni
un zorro gritaría belleza antes de haber masticado”, escribe Gass. De La suerte de Omensetter no estamos
seguros de extraer algún tipo de belleza, pero estamos convencidos de estar
masticando y volviendo a masticar, sin terminar de definir el sabor de los
bocados. Ni siquiera si no será el mismo bocado al que estemos dándole vueltas,
una y otra vez, tras los carrillos.
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