miércoles, 24 de diciembre de 2025

EL PATIO MALDITO

 

El patio maldito

Ivo Andrić 

Traducción de Marc Casals

Xordica

Zaragoza, 2025

388 páginas

 



Para saber en qué consiste eso de ser humano, nada mejor que encontrarse con situaciones dramáticas, situaciones que en algunas sensibilidades podrían rozar la crueldad. Lo sabe Ivo Andrić (Travnik, Bosnia, 1892 – Belgrado, Serbia, 1975), como sabe que la forma mejor en que nos afecte es la de convertirse en un narrador puro, de modo que sus creaciones, sus personajes, nos acompañen emocionalmente, como nosotros los hemos acompañado durante la lectura. Conocer a Fray Petar, por ejemplo, tendrá una intensidad que podría compararse a la que supone conocer al buen soldado Svejk o al mismísimo Alonso Quijano. Petar es un fraile que va contando con más protagonismo a medida que avanzamos en la lectura de estos relatos, hasta llegar al último, El patio maldito, que por extensión podría ser una novela corta. Pero este final, de casi cien páginas, es un regreso al espíritu de Scheherezade: en una cárcel claustrofóbica, presidida por un alcaide brutal, se encuentran unos personajes que conservan cierta inocencia, y esos encuentros darán pie a lo solidario y al regreso de la necesidad de narración propia de la infancia, y también de la infancia del hombre. Se narrarán unas historias que serían maravillosas de no ser por el realismo que contienen. Será, de hecho, este realismo el que imponga su tono a lo largo de todo el libro.

Ivo Andrić nos lleva de regreso a su tierra, a los Balcanes, y a esos periodos de conflicto en los que lo propio de la convivencia de diferentes culturas era en enfrentamiento y el mestizaje estaba mal visto. Acabamos de decir diferentes culturas, pero bien podríamos habernos significado por diferentes religiones. Hay una pequeña tentación a amonestar el belicismo entre religiones, pero lo que se va imponiendo, relato a relato, es la humanidad buena y sentimental, que acabará teniendo su mejor reflejo en nuestro fraile tan bien dotado para la narración oral y la memoria. La impresión que terminará por imponerse es que el volumen puede no tratarse de una novela, pero sí tiene una continuidad, como sucedía en esa obra maestra que se titula Un puente sobre el Drina. Entre las razones que nos llevan a considerar esa unidad está, por un lado, el territorio, fronterizo, alejado, intemporal: «y dado que la tierra es mucho más grande, fuerte y duradera que la vida humana, uno se olvida y se pierde cada vez más en ella»; y, por otra parte, también esa inmersión en los seres que se debaten entre los conflictos propios del ser humano:

«—¡Cuánto mundo he visto, Yekaterina! ¡Cuánto mundo he recorrido!

» Ni él mismo sabía si alardeaba o se estaba lamentando, así que se detuvo.»

Ese debate entre vanidad o autocompasión bien puede simbolizar la idea que tiene Ivo Andrić sobre la entereza humana o la fragilidad humana. La pregunta que aflora, constantemente, es qué les falta a estos seres que, como nosotros, están tan incompletos. Andrić se valdrá para ello de la ética en tiempos de supervivencia, de los traumas o del estrés postraumático, de la violencia, de los atolladeros por ley, de los últimos instantes de vida, del sentimiento de culpa. Nos indicará que la vida que tenemos no tiene nada que ver con la vida que merecemos, nos descubrirá los mundos ajenos, incluso los lugares donde se ofertan milagros, y los enredos cotidianos entre quienes se supone deben prodigar rezos y bondad. Llegaremos, incluso a preguntarnos de qué vale pecar cuando acompañemos a un religioso que se adentra en el monte para confesar a un bandido. Hay una vehemencia contenida en las narraciones de Andrić, muy bien contenida, porque lo que se impone es el puro relato, próximo a la oralidad, y todo el contenido de humanidad que puede haber dentro de las reacciones de cada personaje. Traer a nuestro país El patio maldito es uno de los más grandes aciertos editoriales de los últimos tiempos.


Fuente: Zenda

miércoles, 17 de diciembre de 2025

LAS MENINAS

 

Las Meninas. La habitación de los secretos

José Luis de Nó

Rialp

Madrid, 2025

321 páginas


 


Alguien enunció, hace tiempo, la frase que dicta que la vida sin pasión es menos vida. Hay una serie de pasiones que no mueven a desengaños ni a traumas: la poesía, el cine, todas las versiones del arte, todas las que tienen que ver con el mundo contemplativo. Podemos tener decepciones, pero no desengaños. Las hemos creado, porque son creación humana, para irnos haciendo conscientes de que vivir significa aprender a vivir, a disfrutar del hecho de estar vivo. Este libro que hoy tenemos entre manos, Las Meninas, es una revelación de todo esto, es un examen a la misma conciencia que nos va enseñando que la vida con pasión es más vida. José Luis de Nó (Salamanca, 1966) está enamorado de la que puede ser mejor obra pictórica de la historia, y a través de un análisis detalladísimo nos transmite ese amor. Si uno lee el índice, da la sensación de que nos iremos a un examen cartesiano que, debemos decirlo, existe, pero no es esa la impresión que va dejando la lectura del libro. Lo que el autor hace es un viaje emocional que no nos impedirá volver a quedarnos parados frente al cuadro, unas cuantas horas, con una sencilla actitud de desconcierto, de entrega y de admiración.

Se nos va a desmenuzar la obra pieza a pieza, desde una visión histórica a una filológica. En ese estudio entrará en juego todo: el recorrido histórico del cuadro, las técnicas pictóricas de época, las revelaciones que atienden a las áreas de la percepción, las restauraciones, quiénes son los personajes, la biografía de Velázquez y hasta un estudio de la moda, de las vestimentas, que nos va desvelando unas relaciones de jerarquía social. Vamos entrando a cada capítulo con una incertidumbre un tanto incómoda, esperando encontrar ahí un rigor científico que nos termine de desvelar el misterio por el cual nos sentimos tan atraídos por este cuadro. Pero ese temor se va diluyendo, porque el propio José Luis de Nó sabe, y de alguna manera nos lo traslada, que tanto estudio sobre cada componente no enturbiará el aprecio. Al fin y al cabo, lo creado por nosotros, como el mismo hecho de ser humanos con cada episodio que nos compone, es mucho más que la suma de las partes.

Uno puede afrontar este tipo de ensayos convencido de estar revelando verdades o, como prefiere hacer el autor, dignificar el estudio a través de la humanización en carne propia. Resultan gratificantes, en grado de empatía, las confesiones personales que introduce, sin apabullar, acerca de su propia biografía y su aprendizaje —en las aulas de la facultad, en sus visitas al museo, en su experiencia laboral—, pues aportan un factor de cercanía: quien nos habla es uno de nosotros, alguien de nuestro entorno. Sobre lo que nos habla, eso sí, no deja de ser un misterio, un misterio acogedor, eso sí. La mayor muestra de admiración, que es también el mayor reconocimiento de nuestras limitaciones, es la intriga por el reflejo de los reyes en el espejo. Uno puede analizar en profundidad su posibilidad cartesiana, valorar la intriga incluso haciendo desaparecer esa parte de la imagen, y hasta reproducir la composición a tamaño real, pero seguirá siendo lo inexplicable lo que nos atraiga. Es muy posible que todo sea licencia de Velázquez, es muy posible que todo lo que aquí esté apuntado estuviera en la cabeza del pintor, pero también es muy posible que, sencillamente, el inmenso talento de quien puede haber sido el mejor pintor de la historia fuera tomando decisiones por motivos que tenían que ver más con la intuición que con la matemática. Esta obra, como todo gran ensayo, lo que consigue es aportar más belleza a lo estudiado, a un cuadro que no podremos evitar volver a ver tras encontrarnos con todo el amor que aquí transmite José Luis de Nó.


Fuente: Zenda

miércoles, 10 de diciembre de 2025

LOS ÁRABES DEL MAR

 

Los árabes del mar

Jordi Esteva

Galaxia Gutenberg

Barcelona, 2025

547 páginas


 


En ocasiones la literatura de viajes puede construir mucha nostalgia, tanta que haría empalidecer al tipo que se comía una magdalena que le llevaba a recordar toda la infancia. Porque aquí hay un lamento por los mundos perdidos, un espíritu melancólico que el autor comparte con el lector: es posible que el viaje parezca aventura, pero la esencia es que lo que hemos visto será el agua del río que va a parar al mar que, dijo el poeta, es el morir. En algún momento de este maravilloso libro de viajes, Los árabes del mar, Jordi Esteva (Barcelona, 1951) lo enuncia, lamentando que cada día resulte más difícil la experiencia del viaje como conocimiento, porque antes «cada paisaje, cada rostro, cada personaje nuevo suponía un hallazgo», mientras que el mundo se vuelve cada vez más homogéneo: «Desaparecieron aquellos periodos en los que uno se hallaba maravillosamente incomunicado». Ya no resulta tan fácil regresar enriquecido, cambiado. Esta confesión nostálgica es, a la vez, una confesión de su anhelo, un porqué de la razón para sus viajes. La necesidad de aprendizaje late en cada párrafo de la obra, que nos recompensa, una y otra vez, con la amistad, que tal vez sea la mejor razón para seguir viviendo.

Los árabes del mar se publicó por primera vez hace casi veinte años y el rescate se estaba haciendo imprescindible para los amantes de la literatura de viajes. Esteva entra de lleno a recordarnos que todavía existen costas ignoradas y que descubrirnos que no todo el territorio de los viajes es terreno millones de veces pisado. Su inquietud le llevó a un Egipto nada turístico a finales de los años ochenta y a retomar esa misma esencia veinticinco años más tarde, acercándose a Omán y Zanzíbar. Estábamos convencidos de que el territorio de los árabes tenía más que ver con desiertos, cuando llega Esteva a hablarnos de su labor como pioneros de la navegación. Y para ello emprende este viaje a lugares que no habíamos sospechado que pudieran ser tan dignos de conocerse, aunque siga existiendo magia en el nombre de Zanzíbar. El plan del autor es de conocimiento y no encuentra otro sentido para el viaje que no sea el de vivir cada momento con los sentidos abiertos, dispuesto a reconocer qué puede aportarnos, qué es eso que no era nuestro y que estamos llevando a nuestro interior, la que será en el futuro una nueva magdalena de Proust.

Sorprende, gratamente, reconocer que hay alguien capaz de viajar sin arrastrar ningún prejuicio con él, si bolas de preso que le impidan compartir la vida que le va saliendo al paso. De ahí que el grueso del libro sea la descripción del viaje, que es diletante con lo que está sucediendo. De hecho, las digresiones las integra en el texto apuntándolas dentro de diálogos, de manera que los momentos estáticos también se convierten en aprendizaje. Esteva camina llevado por la curiosidad, pero consigue transmitir, con su buen hacer escribiendo, la impresión de que no aparenta ser curioso, de que los encuentros, con personas o paisajes, se imponen como una necesidad, la misma que lleva a destacar su debilidad por la literatura oral, por los relatos que en otro tiempo compartíamos junto al fuego y heredábamos con calma y entusiasmo. Una energía juvenil late en cada página, pero no nos desborda, sino que nos provoca cierta nostalgia, la que da pensar que si fuéramos hasta allí ya no podríamos encontrar la vida tan natural que él reconoce. Esa memoria que implica a lo que no hemos conocido, y que consigue que echemos de menos a medida que compartimos lo que él va viviendo, es uno de los mejores elogios que se pueden hacer a un libro de viajes. Este es una joya escrita por un tipo que ha sabido encontrar el equilibrio perfecto entre ser poeta y pirata, en el sentido legendario y romántico que podemos darle a ambos términos.


Fuente: Zenda

miércoles, 3 de diciembre de 2025

LA LUNA NÓMADA

 

La luna nómada

Leonardo Valencia

La Huerta Grande

Madrid, 2025

242 páginas


 


Hace mucho tiempo que se escribió el cuento perfecto, tal vez algún relato de Maupassant, por ejemplo, o la mayoría de los de Chejov. Pero aun así, cientos de escritores han seguido tratando de escribir otro relato con otro tipo de perfección: la ingeniería verbal e imaginativa de Borges, la sorprendente inquietud de Kafka, el extrañamiento ambiguo de otras geografías en Paul Bowles, la potencia de James Joyce, la acción deshuesada de Carver o cualquier experimento posmoderno, nos hablan de la inquietud permanente por este género. Se trata, eso sí, de mantener sus valores, a cualquier precio, con cualquier recurso: el galope hacia el final sorprendente, la intensidad de sugestión y la concentración narrativa, prescindiendo de digresiones. Leonardo Valencia (Guayaquil, Ecuador, 1969) sabe muy bien todo esto, como sabe que no debe abandonar la energía concisa o la evocación de los espacios que nos remiten a la realidad. Su compromiso será con la literatura, con toda la historia de la literatura y las estrategias narrativas que se han ideado, y así nos lo hace saber a través de este proyecto, La luna nómada, que está abierto, que está en marcha.

Escribir un cuento perfecto no es una meta, sino una ruta. Así pues, lo que debemos emprender es un camino de aprendizaje, nos sugiere el autor, a través del descubrimiento. Cada generación ha tenido sus innovaciones, y todo lo aportado le sirve para idear. Al fin y al cabo, sabe que por mucho que cambien las estrategias, las palabras serán las mismas. Esta versatilidad se verá reflejada a través de cada uno de los relatos, de manera que se nos entrega un libro en el que lo que se imponen son las lecturas del autor. Al lector inquieto no le será complicado rastrear la influencia en cada una de las propuestas, un juego al que se entregará con deleite, porque las sorpresas brotan una y otra vez, porque Valencia es dueño de la varita mágica de lo imprevisible. El interés surge en la primera línea, bien porque estemos frente a una factura clásica o frente a un cuento con forma de diálogo o dietario, y se gradúa a lo largo de cada párrafo. Pero hay una conocida teoría sobre la narración que aquí apunta con maestría, nos referimos a la del iceberg. Es cierto que lo que asoma es muy poco, porque el resto está bajo el agua, pero el reto será inquietar al lector lo bastante como para que tenga ganas de sumergirse y explorar lo que se esconde en un mundo frío y en el que impera el silencio. Para facilitar la empatía con cualquier lector, Valencia nos va trasladando por distintos lugares geográficos, por escenarios, a la vez que por momentos vitales en los que nuestro paso por la tierra no está resultando nada cómodo. No aturde, pero sí nos pone sobre ascuas, lo bastante como para querer conocer el resto del iceberg.

Estamos frente a un autor culto, que se dio a conocer con la primera versión de esta obra, en 1995, a la que se han ido añadiendo otros cuentos y se han ido revisando los ya existentes. Conservar sea paciencia y ese amor por lo creado nos habla de alguien que adora leer y escribir, alguien cuyo empeño es literario. Pero la realidad se alimenta de la ficción y la ficción se alimenta de la realidad. De ahí que nos afecten estas invenciones, esta creación en marcha, escrita poniendo todo el cuidado posible en cada una de las narraciones. Y editada, no podemos dejar de decirlo, con un gusto exquisito por La Huerta Grande, que vuelve a acertar en esta apuesta literaria, en este conjunto de relatos que merecía la pena rescatar, devolver a la vida.


Fuente: Zenda

viernes, 28 de noviembre de 2025

MISTICISMO

 

Misticismo

Simon Cricthley

Traducción de Julio Hermoso

Sexto Piso

Madrid, 2025

315 páginas

 



Una disciplina que podríamos no comprender bien es la del estudio de la poesía. Uno puede enfrascarse todo lo que quiera en hallar palabras para definir recursos, en tratar de revelar cómo consigue afectarnos, que ese empeño no terminará de cuajar, porque lo más secreto es un territorio que conviene conservar en el misterio. Lo que nos puede llevar a un trance próximo al desmayo por sufrir el síndrome de Stendhal no conviene que sea revelado. Magia es, nos dicen, todo aquello que la ciencia no consigue explicar. ¿Y para qué empeñarse uno en explicar lo que nos emociona?: «No hay, de todos modos, necesidad ninguna de comprender esto», es una coda a los pensamientos que el maestro Eckhart escribe al final de uno de sus discursos. Así nos lo dicta Simon Critchley (Hertfordshire, 1960) en algún momento de este estudio, Misticismo, en el que intenta resolver, precisamente, lo que es complejo de entender, lo que se conoce con otras células del cuerpo que no están en la materia gris.

El texto revelador, a juicio de Critchley, será el poema El Cantar de los Cantares. A él regresaremos constantemente durante la lectura de este ensayo que apunta a cómo intentar congraciar lo que él llama, en algún momento, como júbilo idiota con lo que también es característico del misticismo, que es el amor persistente. La intención es la de comprender la tradición religiosa contemplativa, a veces visionaria, con un espíritu expansivo al que no es ajena la razón. «En esos momentos, nos vemos liberados del dolor, de repente. Estos momentos se pueden y se deben repetir de forma continua, renovarse y reinterpretarse en el escenario de nuestra vida. Así es como experimentamos el éxtasis, esa libertad de la melancolía, de nosotros mismos, una experiencia de desprendimiento, de desapego, disfrute, paz y descanso». De este calado es el misticismo y de ahí el imperativo de estudiarlo. Una serie de místicos cristianos, la mayoría de ellos medievales, servirá de eje vertebrador de la obra. Todos ellos dejaron obra escrita, algo fundamental, dado que, a juicio del autor, la escritura crea mundo, crea verdad, genera experiencia.

La teología y la filosofía serán las ciencias de las que se valga Critchley, y esas herramientas nos irán dictando una serie de muy atractivas paradojas y aporías que han ido saliendo al camino de los místicos y de quienes estudiaron el misticismo. El afán es encontrar, a través de ejemplos vitales, cómo es posible que se apodere de uno un amor que supera al yo, que elimina los males que pueden acompañar al ego. Y aquí es donde podemos volver a decir que de nuevo aparece el ego, maldita sea, peleándose con o contra el amor, y debemos resolver el problema sin recurrir a la psicología, consiguiendo, como hacen estos autores, que el yo desaparezca en el arte de la escritura: «yo también, lo único que deseo es desaparecer por completo, aniquilarme, hallar el descanso, pero el yo continúa interponiéndose, como la sombra de la tierra que oculta la luna».

Estamos ante un libro elaborado a conciencia, sin fallos, casi nos atreveríamos a decir que incontestable. El estudio de un ateo sobre el misticismo, la espiritualidad, contra la obsesión que tenemos por nosotros mismos. Todos andamos solos y perdidos, y necesitamos alivios contra la melancolía y la desesperación. El magma del misticismo es esa abstracción a la que llamamos amor, que podemos conocer a través de la vida de los místicos. Este es el planteamiento de Critchley, y en tiempos en que la violencia no se transforma en fuerza, resulta imprescindible entregarse a él. Bienvenido sea este magnífico ensayo.

jueves, 27 de noviembre de 2025

EDURNE

 

Edurne Pasabán

Olasagasati, Llaguno, Navarro y Villarejo

Súa

Bilbao, 2025

127 páginas

 



Lo lógico sería que aquel bípedo que acababa de bajar de los árboles se quedara tumbado a la bartola, viendo pasar las nubes. Pero un día decidió echar a correr, tal vez para huir de un depredador o para cazar una presa. Y con el tiempo, comenzó a protagonizar largos desplazamientos que deberían tener algún sentido. Caminaba docenas de kilómetros al día para buscar mejores territorios, para acomodarse al clima, para encontrar comida de temporada. Hasta que un día correr se convirtió en deporte y los desplazamientos en una necesidad que tiene un puñado de gente a la que le pican los pies. Ese picor es el que nos está ayudando, a los demás, a descubrir que hay otros registros de belleza al margen de tumbarse a observar pasar las nubes o contemplar un campo de amapolas. En cualquier caso, los atrevimientos a los que nos llevaban estos buceadores, alpinistas o caminantes inquietos nos permitían reconocer belleza en lugares diferentes. El mundo se iba haciendo más y más grande gracias a ellos.

Como homenaje a todos ellos se elabora este cómic sobre una de las personas más representativas de esta gente: Edurne Pasabán. Se trata de recordarnos que cuando la oscuridad nos aterra, siempre habrá alguien capaz de encender una cerilla y transformar el entorno en un precioso cuadro de Georges de La Tour. Y para ello se valen de una estrategia muy diferente a la del pintor francés: aquí lo que cuenta es la ingenuidad. Lo primero que reconocemos es ese estilo gráfico tan naif, que nos remite a la inocencia. ¿Qué valor artístico tiene la inocencia? No creo que sea imprescindible el explicarlo, cuando en la historia está la obra de Antoine de Saint-Exupéry o de Henri Rousseau. Este estilo nos remite a la esencia de lo mejor que podemos ser, a una humanidad sin aristas, sin malos rollos.

Lo segundo que llamará la atención son las elipsis temporales. Los autores eligen ir saltando de momento a momento, interrumpiendo la continuidad biográfica. En realidad, ni siquiera entran de lleno en lo más deportivo de la vida de Edurne Pasabán, sino en lo más significativo. Sí aparecen algunas de las grandes cumbres, pero más presencia tienen algunos de los más grandes compañeros que ha tenido en la montaña. Lo que se impone será la educación sentimental, que no cesa por mucho que uno lleve siendo adulto un porrón de años. Lo que importa, y se mantiene así tiempo tras tiempo, es respetarse a uno mismo, conocerse, aprender a pesar de mantenerse en la vía propia, esa tan personal que marca la búsqueda de la felicidad. La felicidad es una abstracción, una quimera, pero será su búsqueda lo que dé sentido a este tránsito, si es que uno se empeña en darle sentido. En realidad, como nos demuestra el mensaje de esta obra, no se trata de empeñarnos en esa indagación, sino de enamorarnos del hecho de estar vivos.

miércoles, 26 de noviembre de 2025

INÚTIL ÉMULO

 

Inútil émulo

José de María Romero Barea

Alfar

Sevilla, 2025

142 páginas

 



La literatura es como el mar, que tiene memoria y dentro caben todas las almas. Por encima de ellas, las olas son las personas divinas sobre las que navegamos o naufragamos tratando de pescar algo bueno entre la memoria de los que allí aguardan, tranquilos en sus cementerios marinos. Si esa tranquilidad también está en la superficie, podremos ver horizontes lejanos, pero en caso de tormenta nos agarraremos a cualquier asa mientras tratamos de recoger las redes de pesca. Si uno escribe en calma, de ese mar saldrán las obras de Stevenson, pero cuando uno agita voluntariamente esos encuentros con las palabras y las ideas, podremos toparnos con Larva, de Julián Ríos, o algunas de las obras más complejas de Juan Goytisolo. Sin alcanzar una temperatura tan críptica, Inútil émulo responde a esta forma de sentir la literatura, que en ocasiones se nos presenta como una fiebre. José María de Romero Barea (Córdoba, 1972) entiende que en el mar literario uno puede pescar con total libertad, y así es como aquí ejerce esta tarea, en un libro que se anuncia de relatos, pero difícilmente podremos identificar como tal: que nadie espere un cuento redondo, con su final sorprendente. De lo que se trata es de recuperar el espíritu de compromiso con la literatura, con las palabras.

Uno se siente tentado a utilizar la palabra posmoderno a la hora de referirse a esta obra. Parece imponerse el relativismo, cuestionarse la objetividad y, sobre todo, un aparente caos sin esperanza, así nos lo indican. Pero estamos frente a un homenaje a la literatura por encima de todas las cosas. A partir de la forma, que sí responde a los principios posmodernos antes enunciados, de lo que se trata es de transmitir un desasosiego de aspecto gratuito, pero con el que nos iremos familiarizando hasta poder disfrutar de él, de las asociaciones libérrimas y la metaliteratura. Romero Barea parece enfrascado en demostrar que se puede narrar algo tan complejo de narrar como son los fundamentos literarios. Hay, pues, una tentación de literatura narcisista, esa que se mira a sí misma obviando el exterior, pero lo que sucede es que sigue estando permitido que cada uno elabore su propio mundo interior, que no hay reglas para ese crecimiento, y al darse cuenta de que el que lee no es únicamente lector, se preguntará hasta dónde podemos encontrar en las palabras, en ese mar literario, consuelo. En realidad, esta obra es un reclamo, una llamada de atención que nos indica dónde mirar cuando uno se cansa de mirar la realidad. Ese es el plan previo. Luego viene el desarrollo, en el que no existen los absolutos, en el que se nos indica que todo es interpretable.

El valor de esta estrategia es darnos cuenta de todo lo que nos podemos permitir. Y, además, concluir que podemos sentir amor por las artes, como el autor lo siente por la literatura, y que ese amor nos rescata de morir ahogados. Poco a poco, Romero Barea va extendiendo una cartografía muy personal en la que se imponen las situaciones, no las acciones. No hay actuación de ninguna clase, hay palabras que van formando un retrato de intenciones holísticas: es posible que seamos mucho más que la suma de todas las partes, pero, para empezar, debemos dar buena cuenta de las partes que nos conforman. El riesgo que corre el autor es el de provocar lo que teme, que es encontrarse con algo demasiado pretencioso, tanto que puede llegar a ser aburrido. Romero Barea sortea este peligro con un trasfondo de denuncia, pues poco a poco va apuntando a vicios, también vicios literarios, que empañan demasiado nuestros días. Si la literatura es un baúl lleno de palabras, bienvenida sea esta confesión de amor por ella.


Fuente: Zenda

lunes, 24 de noviembre de 2025

UNA MADRE TRABAJADORA

 

Una madre trabajadora

Agnes Owens

Traducción de Blanca Gago

Muñeca infinita

Madrid, 2025

173 páginas

 



Una persona puede considerarse amortizada cuando ya nada le afecta como debería: la justicia es cosa de otra época, las utopías unos conceptos absolutamente desconocidos, sorprenderse con la belleza no existe ni existe la posibilidad de que se asome nada parecido a su vida. ¿Es esto nihilismo? Es muy probable. La vida se reduce a la nada y la única expresión de la nada es vivir por inercia. Eso no es vida. Seguramente, la vida no tiene sentido, pero eso no quiere decir que la opción sensata sea no enamorarse de vivir. Aunque a muchas personas las bolas de preso que llevan en los tobillos les empujan a seguir la alternativa nihilista. Esas bolas de preso pueden ser heredadas, congénitas o estar en relación con la clase social, con la pobreza. El peor humus es el que puede haberse configurado a partir de un conglomerado de todos estos factores. Ese es el que, da la sensación, ha gestado a la protagonista y narradora de esta novela, de la que decir que es existencialista es quedarse corto. Estamos frente a uno relato muy potente en el que nos adentramos en el alma de una persona a la que seremos incapaces de comprender, y que nos llevará, inevitablemente, a la locura.

La chica se enamora de un veterano de guerra nada más terminar la misma, pero nos lleva, sin dilación, a un matrimonio que en diez años ha envejecido de manera que parecen haber saldado todo lo que pudo haber sido afecto. La protagonista indica un poco que quiere salir corriendo, pero lo que hace es buscarse un amante con el que la pareja comparte borracheras, y un trabajo que es otra ruta hacia la infelicidad. Todo esto conforma un nido de sentimientos que cualquier persona con la sensibilidad a tono entendería como un nudo en la garganta y un montón de víboras en el vientre. Pero nuestra narradora parece vivirlo con cierta naturalidad, sin desahogo, lo cual terminará por provocar ese desahogo en el lector. Como muestra más descarnada de tal planteamiento, asistiremos hacia una indiferencia casi total por dos hijos, a los que no llega a vivir ni siquiera como una molestia. Todo da bastante igual mientras podamos ir por la tarde a beber o comprar una botella de vino en el supermercado.

La acción transcurrirá entre la casa (no nos atrevemos a llamar hogar), el pub y el trabajo. No hay espacio para ningún otro paisaje. El mundo se ha encogido y cualquier otro lugar no existe, es un país extranjero al que no se nos ocurre visitar. Pero todo esto se nos cuenta en primera persona, por una protagonista que detalla buena parte de los sucesos a través de diálogos y unos apuntes de acción que funcionan de manera frenética, sin ningún tipo de alarde. En realidad, se trata de un estilo depuradísimo que nos lleva, cuesta abajo, hacia la pérdida total de la cordura. La obra es muy intrigante y nos dejará con las peores dudas sobre en qué consiste la existencia, lo cual basta para asegurar que nadie debería perdérsela. Que aparezca ahora en nuestras librerías es un gran acierto.

miércoles, 19 de noviembre de 2025

AMO A RUSIA

 

Amo a Rusia

Elena Kostyuchenko

Traducción de Mildred Nicoltera

Capitán Swing

Madrid, 2025

397 páginas

 



A la hora de la verdad, una crónica no es una revolución. La palabra es imprescindible, pero no detiene guerras, no salva a un país, como confiesa al final de este libro Elena Kostyuchenko (Yaroslavl, Rusia, 1987). Pero querer cambiar la realidad es síntoma de cordura, algo que este libro destila, y en grandes cantidades, tantas como para impactar. Estamos frente a una de las obras que más van a aturdir este año, una demostración magistral de periodismo, en la que las palabras se relacionan con la resistencia mostrándonos un camino de salida: hay injusticia, a raudales, pero también deseo de cambio. Y será ese deseo, esa contribución al cambio que surge de la palabra, de la expresión, de la divulgación, lo que nos salve, lo que salve al individuo. Sin gente como Kostyuchenko, ¿a qué nos veríamos reducidos los demás? Robot es una palabra checa que significa esclavo o servidumbre, y que creó Karel Čapek para una obra de teatro que se estrenó en 1920. Tal vez no seríamos mucho más que eso, un robot, si no viniera alguien a removernos por dentro.

Amo a Rusia es un compendio de crónicas sobre un país que parece ser una distopía a la vez que una ucronía, en el sentido de que el pasado del país no ha terminado de ser, no ha terminado de construirse. El mosaico no puede ser más demoledor, y Kostyuchenko consigue que funcione de una manera que el lector no puede si no agradecer: la tensión literaria es de tal calado que nos empuja a estar con ella, a vivir con ella aquello de lo que es testigo. El libro desborda más intensidad que muchos documentales que se apoyan, además, en la imagen y el sonido. No hay un solo instante de descanso, un solo párrafo barato. Estamos frente a una autora que no despliega recursos, que no adjetiva, pero no es necesario: el registro directo es un estilo literario y ella lo sabe y lo domina. Lo que necesita para llevar a cabo su cometido es valor. Y lo tiene. Como tiene una energía que es la que nos ayuda a mantenernos concentrados en la lectura: esa energía significa ganas de vivir, de no ser un mero zombi poseído por la voluntad de otro y, al fin y al cabo, ese es nuestro mayor deseo en esta vida, sabernos autónomos, sabernos personas.

La empatía debe funcionar para identificarnos con los perdedores, con quienes no tienen destino porque se les acabó el futuro, pero también alguien se encargó de liquidarles el pasado. Gente que habita entre las ruinas, pobladores de centros de internamiento psiquiátrico, los habitantes de territorios en los que suceden las guerras, derrotados, vencidos, aquellos a los que uno debe saber interrogar con la mirada para encontrar que no todas las células se han rendido y todavía les asoma la dignidad en la respiración. A este mundo hemos venido a ser inconformistas, nos grita Kostyuchenko en cada línea, porque el mundo puede ser mejor. Y la demostración de ello es toda la humanidad que es capaz de rescatar de cada episodio, de cada ilustración del naufragio. Hay violencia, pero hay sentimientos, en este retrato de un país que es, a la vez, el retrato de su autora, de una persona que ha vivido para afuera, para los demás. La guerra atraviesa su biografía como atraviesa la del país, Rusia, al que no puede dejar de amar. Porque está saturada de seres que se merecen esa mano que rescata al que se está ahogando. Y este libro es una demostración, tan feroz como precisa, tan bien hilada como emocionante, de que alguien tiene que utilizar la palabra para que comencemos con esa salvación. Una obra maestra.


Fuente: Zenda