miércoles, 26 de marzo de 2025

MUJER Y NEGRA

 

Mujer y negra

Tsitsi Dangarembga

Traducción de Cristina Lizarbe Ruiz

Plankton Press

Málaga, 2025

134 páginas


 


El primero de los tres ensayos que componen Mujer y negra comienza con estas palabras: «La primera herida para todos los que estamos clasificados como “negros” es el imperio». Desde el título sabemos que se nos va a hablar acerca de la multiplicación discriminatoria que supone haber nacido con la condición desigual de género y de raza, además de en el lugar y el tiempo equivocado, ese lugar que no termina de encoger y ese tiempo que no termina de cerrarse. Tsitsi Dangarembga (Zimbabue, 1959) es hija de la primera mujer negra que estudió en la universidad de su país, vivió varios años de la infancia acogida por una familia inglesa, estudió medicina en Cambridge, psicología en Harare y cine en Berlín. En nuestro país pudimos leer hace unos años alguna obra que pasó desapercibida, y que hubiera merecido mejor suerte. Ahora nos llegan esas páginas que no son solo una reivindicación, sino una muestra de una extraordinaria capacidad expresiva, de un solvente manejo de recursos y un talento extraordinario para mantener la atención del lector. Para ello, Dangarembga entreteje sus argumentos con su experiencia personal, con la historia de su país, con la trayectoria de su familia, con todo lo aprendido en la academia, con el estudio sociológico y con el análisis político. Está claro que esa intención, que ella expresa, de servirse de la escritura como herramienta para aprender a estar en el mundo, como apoyo a la convivencia con uno mismo, ha sido un logro de alto vuelo en su caso. Aunque, no debemos olvidar, el asunto que fluye a través de los textos sigue representando alguna de las peores facetas de la especie humana, cosa que se encarga bien claro de irnos recordando en cada una de las páginas.

Estamos frente a un libro contra la invisibilización, estamos con la voz de alguien que ha decidido hablar, y que tiene algo importante sobre lo que hablar: la interconexión entre la historia personal y la de su país en la que el proceso de escritura es una forma de elaborar el pensamiento; la colonización y la poscolonización, y cómo cada característica de estos periodos ha podido afectar a las mujeres en los ámbitos públicos y privados no solo por su condición femenina, sino también por su condición humana; los riesgos de la descolonización mal llevada, mal gestada y en riesgo de seguir favoreciendo a un imperio por la imposición de un discurso, evitando así una implementación sana, que facilite la inclusión y la distribución equitativa de bienes. Son dos los males intrínsecos al hombre que no cesan de asomar a lo largo de las páginas, la codicia y la violencia, a los que responsabiliza de las heridas que se han ido generando a lo largo de la historia y a lo largo de su biografía. Lo que Dangarembga intenta, con un temple digno de elogio, es tomar conciencia y estimular al lector a tomar conciencia, sincerándose, para reconocer las necesidades, para saber que debemos enderezar el junco torcido de la justicia. En buena medida, y sugiriendo hacer de ella nuestra mejor baza y la más serena, por lo que se aboga es por la rebeldía. En una sociedad enferma, lo sano es tratar de modificarla, comenzando por modificarnos a nosotros mismos.

Dangarembga empareja patriarcado y miedo, y nos advierte que esta condición ha ido creando un camino hacia la independencia, personal y de los países, lleno de trampas. Su combate parte de una idea esencial, la de poner a la mujer negra en el centro, y no olvidar ese eje sea cual sea la faceta de mejora en la que estemos inmersos. Estas facetas deberían afectar a la opresión, independientemente del grado, que es consecuencia de la colonización, el racismo o la posición social, tres males que con frecuencia son el mismo y que provocan que haya gente que con frecuencia llega a considerar que no son personas. Aprendiendo en su propia carne y trasladando este aprendizaje a los demás, incluso a los desconocidos, Dangarembga escribe un ensayo muy estimulante contra cualquier forma de opresión.


Fuente: Zenda

lunes, 24 de marzo de 2025

EL FINO ARTE DE CREAR MONSTRUOS

 

El fino arte de crear monstruos

Silvana Vogt

Hurtado y Ortega

Barcelona, 2025

133 páginas


 


Lo que queda atrás son las ruinas, lo cual quiere decir tanto como el vacío. Entre aquellas piedras un día resonaron voces, por aquellas calles corrían los niños detrás de las lagartijas y en aquella iglesia un cura celebraba la eucaristía con vino peleón antes de que todo el mundo se fuera a comer arroz a la zamorana. De todo eso, lo único que está vivo es lo que sigue habitando nuestra memoria, que es la auténtica fuente de la que mana todo aquello que nos impide sentir que la vida está vacía. En realidad, somos nosotros los que la rellenamos. Esta novela, El fino arte de crear monstruos, no es la primera ocasión en la que un autor trata de acercarse a estos temas, que son muy afectivos, y cabe destacar, antes que nada el acierto de Silvana Vogt (Morteros, 1969) a la hora de resolver la que tal vez sea la tarea más complicada en este tipo de obras: crear una voz que concilie infancia y memoria, y conseguir que esa voz no desfallezca en ningún momento a lo largo del relato.

El pasado puede ser magia, la memoria puede ser magia, pero lo que es magia, seguro, es la infancia. Si la revisitamos, nos daremos cuenta de lo que suponía descubrir cuando uno todavía no estaba colmado de prejuicios. Ni siquiera una niña que nace con un extraño rostro, que es fea, y que eso le generará, en algún momento a lo largo de su vida, impulsos autodestructivos. Su registro no ha sido objetivo, no pretende ser objetivo, sino el de dar testimonio de que una vez conoció uno de esos lugares en los que los habitantes crean, involuntariamente y gracias a cierto aislamiento, sus propias leyes: leyes de convivencia, sí, pero también leyes de crecimiento personal. Cabe destacar que nuestra narradora nos da muestras, aquí y allá, de ser consciente de que uno no aprende si no se equivoca. Pero debería haber un aprendizaje colectivo porque «Morteros estaba rodeado y nosotros estábamos dentro. Éramos náufragos de un pueblo que, a veces, daba toda la impresión de ser culpable».

En algunos de los episodios más significativos que va reseñando la narradora, lo que destaca es el agua: tormentas, pero, sobre todo, inundaciones. El agua debería ayudar a limpiar esa culpa sin objeto, una culpa sin concretar, algo que no debería ser ajeno a cualquier otro lugar, pues aunque Morteros tenga su punto de encanto, también lo tiene de posible. La narradora pasará su personal Bildugsroman en un momento, cuando se ve a merced de una tormenta, y creerá que el pueblo tiene ocasión de limpiarse, como en un bautismo, el día que se inunda sin que caiga agua, como si esta viniera filtrada desde el subsuelo. En Morteros ocurrirán desapariciones, lo cual supone tanto como decir que asistiremos al nacimiento de fantasmas, lo cual implica, a su vez, la aparición del miedo a lo que nos resulta imposible explicar.

Vogt nos lleva por esta geografía sin muchas descripciones del espacio, encadenando personajes, encadenando historias, cuadros, momentos que podrían ser cada uno de ellos un relato independiente, pero que quedan unidos por la voz de la narradora. Esa voz que nos habla de un autor que está escribiendo por impulsos, por necesidad, porque se le imponen las palabras y las imágenes. Una voz que nos recuerda, por ejemplo, a la de Alfanhuí. Hablamos del tipo de voces que nos recuerda que todos deseamos, en muchos momentos, habernos quedado en la inocencia, pero el miedo, la culpa, o el momento en que perdemos la virginidad, nos obligan a ir creciendo.


Fuente: Zenda

domingo, 23 de marzo de 2025

NARCOTOPÍA

 

Narcotopía

Patrick Winn

Traducción de Cristina Mimiaga

Amok

Madrid, 2025

473 páginas

 



Estábamos convencidos de no haber dejado ningún rincón del planeta sin explorar, porque todos habían sido pisados y, lo que es más significativo, no había un metro cuadrado, al margen de las bases militares, perfectamente definido por el ojo de los satélites que dibujan los mapas de Google. Pero el territorio no viene marcado solo por ese aspecto, que es textura, dado que contiene también una historia, un registro y hasta ha sido, y sigue siendo, una olla donde se cuecen almas humanas. Cualquier lugar que queda fuera de nuestro confort se convierte en frontera, en un sitio ideal para lo que conocemos como relatos de frontera: aquellos territorios donde lo que no se nos había ocurrido que pudiera suceder, sucede, o ha sucedido. Allí no rigen las mismas leyes que en nuestras calles, donde los semáforos pasan del verde al rojo y cualquiera te puede llamar la atención por no recoger las heces de tu perro. Hablamos de lugares desconocidos, que al saber de ellos no podemos dejar de elevar las cejas, y por instantes hasta de levantar la vista del libro para preguntarnos ¿pero qué diablos…? Merece mucho la pena enfrentarse a ellos, porque nos amplían la mirada y nos sacuden las ganas de seguir adelante: tengo que vivir más tiempo, se dice uno mientras tiene noticias de estas últimas fronteras, al menos hasta que consiga llegar allí.

Ese efecto mágico sucede durante la lectura de este Narcotopía, que es una obra descomunal, tal vez el mejor libro que vayamos a leer este año. Patrcik Winn viaja hasta la región del Triángulo Dorado, sobre todo en la zona de Myanmar, nombre de la actual Birmania, donde ha sobrevivido un cartel de la droga a los intentos de acabar con él de la CIA y la DEA estadounidenses. Winn nos traslada a ese lugar no como si se tratara de un sitio peligroso, sino de un Estado sin país, poblado por la etnia wa, que posee su propio ejército y tiene una extensión lo bastante significativa como para poder constituirse en nación. El viaje de Winn tiene la intención de recrear la historia de este lugar desde los años sesenta hasta nuestros días, una historia en la que intervienen los departamentos americanos antes mencionados, pero también los regímenes militares del país o la influencia de China desde el otro lado de la frontera. Pero una historia en la que los protagonistas son ellos, los habitantes de la región, cuyas biografías se reproducen con la intensidad de los grandes relatos de aventuras. Entre los personajes destaca «el valiente e implacable» Saw Lu, «creador de la historia de la nación wa», a juicio del autor, que comienza por intentar abolir la práctica de cazar cabezas entre los habitantes del lugar, para más tarde iniciar un movimiento contra el cultivo del opio. Saw Lu hila buena parte del relato que tenemos delante, va siendo quien cose los distintos tapetes del patchwork, terminando por convertirse en un héroe trágico, pues nos encontramos antes la narración de algo que evoluciona, no ante una novela o una película con su correspondiente final.

Patrick Winn ha ejecutado una extraordinaria labor de investigación y entrevistas, un trabajo del cual da fe en pocas ocasiones a lo largo del texto, momentos en que nos lleva a recordar qué es lo que tenemos delante: una crónica periodística perfecta, un relato histórico revelador, una narración fronteriza cautivadora y sorprendente, además de un juego de detectives y poder que en ocasiones nos recuerda a autores como John Le Carré. Estos libros son necesarios porque nos ayudan a ampliar el mundo, nos llevan a los lugares que nos gustaría conocer, en el mismo sentido en que nos gustaría ser  más valiente; es un libro que contiene todos los polos magnéticos, escrito con el pulso de los grandes escritores, de los grandes divulgadores y de los grandes periodistas.

miércoles, 19 de marzo de 2025

LOS SEDUCTORES

 

Los seductores

James Ellroy

Traducción de Carlos Milla

Random House

Barcelona, 2025

535 páginas


 


Cerca de ochenta personajes. Al final de la novela se incluye un índice Dramatis Personae, subtitulado ¿Quiénes son los seductores? Las docenas de personajes, enunciadas en dos o tres renglones, están organizados por el peso de su importancia en la obra, comenzando por el protagonista, Freddy Otash, y la persona alrededor de la cual pivotan todas las tormentas que iremos leyendo: Marilyn Monroe. Pero Los seductores no es sólo una secuencia de nombres, una cascada que resulta compleja de seguir incluso con la ayuda de este índice: la textura de Los seductores está llena de cifras, muchas de ellas fechas, direcciones, datos, cartografía… Y entre secuencia y secuencia, la voz del narrador se expresa con frases cortas, como si al tipo le costara sumar más de cuatro palabras con sentido antes de colocar un punto. Lo que sucede es que el narrador es el tal Freddy Otash, un drogadicto, un borracho, un desastre, un canalla, alguien que fue policía corrupto y tan nefasto para la profesión de detective que tuvieron que expulsarle de la misma. Es un personaje muy violento, una farsa simulando al tipo duro, un ser afásico, arrítmico, sincopado, que posee una imagen de sí mismo muy distorsionada. Y a este individuo Jame Ellroy (Los Ángeles, 1948) le califica de héroe en el índice de personajes. A lo largo de las páginas, no demuestra ninguna condición moral que sostenga este adjetivo, a no ser que consideremos la tozudez como una virtud ética.

Tal vez ahí esté el asunto principal de esta novela: ¿es posible crear una novela moral a partir de un mundo que comulga no ya con lo inmoral, sino con la caricatura de lo inmoral? Estamos en los años sesenta, en pleno rodaje de la película Cleopatra, a la que el narrador se refiere constantemente como el futuro gran fracaso comercial de la Fox. Todo lo que se muestra es peor que decadente. De hecho, el pecado más suave que comenten los personajes será mentir. Pero mienten para salvar la vida, que es algo que podría entenderse como un valor humano en un mundo sin escrúpulos. No hay personaje que no entre de lleno en las actitudes de lo que consideraríamos baja estofa, mafiosas, ni los políticos, como los Kennedy, ni los actores, ni los policías, ni los sindicalistas. Todos metidos en un nido de tramas y subtramas en las que hay quien asesina, quien extorsiona, quien contrabandea drogas, quien fotografía cadáveres, quien muerde. Y hay mucho sexo metido de por medio. Y lo que sucede, sucede a toda pastilla. La novela, con esa textura de nombres y cifras, es todo movimiento. De hecho, en buena medida parece ser el cuaderno de apuntes de los casos, que guarda a modo de diario, del narrador, que galopa sobre Los Ángeles documentando todo lo que se le atraviesa en una investigación que lleva a cabo con métodos horribles.

Ese Hollywood dorado se transforma en una alcantarilla con sus ratas, sus cucarachas, sus lagartos. Nadie parece estar bien de la cabeza y sólo nos queda confiar en que esta impresión tiene que deberse a que conocemos lo que sucede a través de la mirada de Freddy Otash. En cualquier caso, lo que sí consigue Ellroy es convencernos de que la maldad, el criterio que guía cada secuencia de acontecimientos, es una patología. Lo que ocurre es que se trata de una patología muy grave, que requiere algo más que terapias individuales y medicación personalizada para curarse. Es una patología social. De eso trata, en definitiva, esta novela. Tal vez a eso se deba esa afirmación de Joyce Carol Oates que preside esta edición de Los seductores: «James Ellroy es el Dostoievsky americano».

miércoles, 12 de marzo de 2025

DESPEJADO

 

Despejado

Carys Davies

Traducción de Gabriel Insausti

Libros del Asteroide

Barcelona, 2025

200 páginas


 


Nos encontramos en una isla imaginada, entre las Shetland y Noruega, pero en un momento muy preciso: el año 1843, cuando una tercera parte de los ministros de la iglesia escocesa se rebelan contra el poder de los terratenientes, con capacidad para decidir sobre la ubicación y los desplazamientos tanto de ellos como de sus subordinados. Esto incluyó desalojos de comunidades enteras, siempre las más pobres, para facilitar tierra libre para ganado. Una buena parte de la población ya no era necesaria, era prescindible según el criterio de los terratenientes, cuyo poder era absoluto. Conocer un poco mejor este momento da realce a la novela que tenemos entre manos, este Despejado que Carys Davies construye para reivindicar la amistad por encima de cualquier dolor social o personal.

Un presbítero, John Ferguson, se veo coaccionado para llegar hasta ese lugar, esa esquina del mundo, en el que un único habitante, Ivar, mantiene la colonia de un terrateniente, que ya apenas se ha reducido a unas pocas gallinas y una vaca ciega. Cada año, Ivar debe entregar su diezmo, en el que destacan los kilos de plumas recogidos en los acantilados y la playa. John Ferguson tiene familia, Ivar está solo. A John Ferguson se refiere constantemente la autora incluyendo el apellido, de Ivar apenas conocemos nada que no sean las cuatro letras del nombre. El encuentro tiene lugar tras un accidente marino, en el que Ivar rescata a John Ferguson. Y el entendimiento posterior apunta a ser complicado, pues no hablan el mismo idioma. De hecho, el idioma de Ivar está prácticamente desaparecido y Carys Davies hace un trabajo casi de antropología filológica para rescatar unas cuantas palabras del mismo. Las bases sobre las que asienta Davies la novela son similares a las de la aventura: una isla, lo inhóspito, el viaje, las diferencias culturales, el fulgor del encuentro, la adaptación, las exigencias físicas.

Pero todo fluye. A los dos personajes les resulta sencillo entenderse a pesar de los escollos del idioma. Saben, tanto el presbítero como el campesino, que no hay convivencia sobrevenida, porque la convivencia es un aprendizaje. Y así aceptan embarcarse en el mismo. Eso sí, dado que John Ferguson es la punta de lanza del desahucio de Ivar, un sentimiento de culpa le acompaña constantemente: ¿cómo será capaz de confesar su propósito? ¿Cuándo podrá decirle que debe abandonar la única vida que ha conocido para emprender ruta hacia una tierra que estará muy lejos de ser su lugar en el mundo? El conflicto moral de Ferguson tiene como contrapeso el más físico de Ivar: convencido de que el hombre que ha llegado con la tormenta viene a recaudar, se preocupa porque debido a la edad que tiene, ya no se encuentra en condiciones de recopilar los bienes que completan el tributo anual, ni siquiera las plumas de patos eider.

En realidad, la naturaleza, el hecho de vivir en la naturaleza aislada, facilita el brote de amistad que surge, dado que nada hay social que pueda interrumpir la relación. Están fraguando la relación como si acabara de inventarse el mundo, a pesar del sentimiento de culpa de uno y de traición del otro. Pero lo más importante es la conciencia de ser hombre del otro, lo que nos iguala. Para evitar cualquier confusión que supondría un apunte de flujo de conciencia, y así permitir al lector centrarse en lo que le interesa a la autora, la forja de la amistad contra los temporales, planifica un libro en capítulos cortos, dinámicos, sencillos, centrados en los sucesos. Despejado es una novela que vuelve sobre la trascendencia de mostrar nuestro lado humano en tiempos de crisis, porque saber vivir no consiste en otra cosa.


Fuente: Zenda

lunes, 10 de marzo de 2025

¡MÁRTIR!

 

¡Mártir!

Kaveh Akbar

Traducción de Carles Andreu

Blackie Books

Barcelona, 2025

405 páginas

 



La narrativa también puede ser bipolar. Lo menciona nuestro autor, Kaveh Akbar (Teherán, 1989) a través de una cita de Clarice Lispector con la que se cierra esta novela: recordar que morimos no es incompatible con tener presente que estamos en plena época de fresas. Akbar crea un personaje, el principal protagonista, que es normativo a la par que no normativo, con todo lo que ello implica. ¿Qué es lo que nos hace especiales y qué es lo que nos convierte en los seres que pueden pasear con normalidad por el planeta? Este individuo es insomne, pero cuando está dormido presenta sueños que nos llevan a pensar si existe algún significado que podamos extraer de las imágenes, algo relacionado con la vida y la muerte, ese gran asunto, o a la hora de la verdad no quieren decir nada. Está a punto de cumplir treinta años y ya debería saber qué pretende o al menos haber marcado con alguna señal el camino. Pero lo único que tiene claro es el proyecto de un libro sobre mártires, un libro híbrido, en el que, eso sí, destacan algunos poemas, que en los Estados Unidos, donde vive, resultan especiales, pero parecen beber de la fuente de la poesía persa, pues, a fin de cuentas, él, como nuestro autor, nación en Irán. Su padre le ha criado solo, y está sobrenadando en un mundo pop, donde las referencias se entrecruzan como se mezclaban en los cuadros del Equipo Crónica: Scheherezade, Spiderman o Rimbaud, es una de las enumeraciones que sirven de ejemplo a lo que comentamos; en una de las obras más populares del Equipo Crónica, el Guerrero del Antifaz irrumpía en El Guernica de Picasso.

La trama es bastante tenue, y el viaje que supone la novela nos lleva a dos tiempos y dos voces, una retrocediendo al Teherán de 1987, en primera persona, y otra actual, en varios lugares de Estados Unidos, con un narrados omnisciente. Lo que mueve a los personajes es el teatro de la vida, es decir, esa bipolaridad que supone el preguntarse si uno vive o finge que vive. Lo que mueve al narrador es la cuestión de si uno construye la realidad o se limita a recibirla. Y parte de esa realidad es el pasado, que tiene una consistencia onírica, que también es ilusión, que también es mito. Tal vez ahí esté el origen del pensamiento mítico que tanto nos ha movido en el arte. Y también esté ahí el origen de recursos de supervivencia como el alcoholismo, en el que cayó nuestro personaje, o las dudas del amor, como el que siente por su mejor amigo, su compañero de cuarto, tal vez su novio. Para encontrar sentido a algo, y está en una etapa en la que es necesario encontrárselo, no queda más remedio que dejar volar la fantasía. «Comprendió que no estaba hecho para el mundo en el que vivía», reza por él el narrador cuando considera que es el momento de cobrar lucidez.

Pero previamente ha pasado por el trance revelador, tan concluyente como debería ser la visita a un oráculo: una artista moribunda se expone a sí misma en un museo de Brooklyn, concediendo tiempo de diálogo al visitante. El protagonista mantiene con ella varios minutos de conversación que guardan un fino misterio que no querríamos desvelar, pero del que diremos que nos llevará a hacer dudar si toda la novela no está encaminada a convertir a esta mujer en la verdadera protagonista, en ese personaje que es más levadura que harina, que tiene poca presencia, pero hace crecer la consistencia de la obra. La sabiduría final está más en las cuestiones que en las certezas, de las cuales solo cabe señalar las heridas y las raíces, que con tanta frecuencia coinciden. ¿Qué nos va a salvar en una existencia que nos lleva constantemente a actuar pretendiendo dar sentido a la vida? Akbar ha sido capaz de escribir una novela sobre este tema, y para ello nos sorprende con un alarde increíble de imaginación. Una obra para recordar.

 

 

VIAJE AL ORIENTE

 

Viaje al Oriente

Hermann Hesse

Traducción de Nuria Molines Galarza

WunderKammer

Girona, 2025

114 páginas

 



Que Oriente ha sido y será un lugar mágico, el sitio desde el que llegaron mil noches y una noche o la espiritualidad del budismo, no lo pone nadie en duda, y mucho menos Herman Hesse (Calw, 1877 – Montagnola, 1962). Ahí está su Siddhartha, por ejemplo, para demostrarlo, aunque las intenciones de explorar cómo mejorar en alma humana, con influencia de la cultura oriental, se pueden buscar en otros títulos, como El lobo estepario o El juego de los abalorios. El título de este relato, escrito en 1932, en el oscuro periodo de entreguerras, es una confesión en ese sentido: hay que intentar llegar a los lugares donde se encuentra la sabiduría, porque en la región en la que vivimos sólo hay tintes negros. Pero Hesse era muy consciente de que el alma, como el viaje, es interior. De ahí la ingenuidad que caracteriza a los miembros del grupo que emprende este viaje, esta búsqueda, en la que cada loco carga con su tema: «la cuestión era que nuestro Oriente no solo era una tierra, un punto geográfico, sino que era el hogar y juventud del alma, estaba por todas partes y en ninguna, era la unión de todos los tiempos».

El grupo emprende un itinerario que «tal vez sea triste a la par que hermoso», durante el cual cada uno de ellos, y muy especialmente el protagonista que lleva por nombre H.H., espera crecer. Pero existe un riesgo patente en cualquier itinerario, que es que algo ajeno a uno mismo le obligue a abandonar. En la ruta que va desde la civilización a la pureza no cesarán de surgir escollos. Y estos pueden llegar al límite cuando suponen la desaparición de uno de nosotros, que puede ser el más querido, algo así como el hermano pequeño cuya inocencia nos gustaría ser capaces de reproducir. Hay situaciones en las que nos enfrentamos con lo que somos, cuando estamos llevando a cabo un proyecto en el que la bandera es lo que deberíamos ser. H.H. regresa a casa con la duda de si su acto puede considerarse una traición, y para resolverlo pone en marcha la memoria y así comienza a relatar. Pero el relato no es tan sencillo: «Y esa duda no solo formula la siguiente pregunta: “¿Tu historia se puede contar?”. Sino también la de “¿Era vivible?”».

Del viaje, la compañía, la pérdida, la comunidad o el aprendizaje que nos muestra Hesse podría extraerse una lectura metafórica, que se carga de sentido cuando apunta que «En ningún sitio hay una unidad, un centro, un eje sobre el que la rueda pueda girar». Pero Hesse no se limitará a un relato de corte espiritual, pues siendo, como es, un gran narrador, necesita que la rueda de la imaginación gire y recurre a algo con cierto corte gótico: un encuentro sorprendente con el desaparecido, una suerte de secta con sus jueces y jurados, la posibilidad de la condena del alma, el juicio. Y el narrador involucrado en ello con cierto fanatismo: «Y lo haré, mientras siga siendo posible, teniendo presente el primer fundamento de nuestra gran época: nunca confiar, nunca dejarme engañar por los principios de mi razón, siempre creer con más fervor en la fe que en la supuesta realidad». Supuesta realidad, es decir, posible ficción. Y es que uno de los temas que subyacen al relato es la vida que hay en los personajes de ficción, que en ocasiones es más voluminosa que la que poseen los creadores. En cualquier caso, como nos viene a recordar Hesse, durante la lectura estos son reales. De ahí que nos intrigue su suerte, que nos importen las sorpresas que les va deparando el destino, aunque detrás de este esté un autor. Como siempre, Hesse nos invita a reflexionar.


Fuente: Zenda

miércoles, 5 de marzo de 2025

CÓMO SUSPENDER LITERATURA

 

Cómo suspender literatura

Celia Corral Cañas

La Consentida

Valencia, 2025

205 páginas


 


Dos amigos, compañeros en la facultad de filología, crean un personaje de ficción, un escritor de éxito, pero no en esos lugares donde es frecuente la creación, sino en la propia realidad. Logran que ese tipo exista, será un escritor maldito, y a su alrededor se creará un fenómeno propio del fanatismo, es decir, del torrente emocional que define a los fans. A partir de esa idea, Celia Corral Cañas (Santander, 1987) escribe esta novela, Cómo suspender literatura, sobre un caso de mitomanía social, que pretende ser una llamada de atención sobre la farsa que es, o puede ser, la educación universitaria y cierto ambiente cultural. Se atribuye a Montesquieu la sentencia que dicta que la solemnidad es el escudo de la estupidez. Ese es el espíritu que atraviesa esta obra, que comienza con un experimento más bien gamberro y que, como el lector puede suponer, está texturizada con fino humor, de ese que nos retrata mejor que cualquier fotografía, y que llega al síncope con el análisis de un texto que escribe uno de los protagonistas a cuenta de un examen de literatura contemporánea.

Basta con acercarse a la propuesta del índice para entender a qué nos referimos: personajes, vida y obra del autor, puesta en escena, ritmo, figuras retóricas, argumento y trama, narrador, etc. Lo que vendrían a ser los epígrafes explícitos de un estudio literario, lo que viene a ser, en buena medida, el formalismo filológico. Celia Corral Cañas parece sugerirnos que apliquemos esta estrategia de estudio a su propia obra, a esta novela, para poner a prueba el texto y al lector. Lo cual no deja de ser un juego metaliterario. La obra está llevada con tal fluidez, que de seguir esta propuesta veríamos enturbiada la lectura, y la experiencia, creemos, no merecería la pena.

El grueso de la obra es algo parecido a una carta mental que uno de los muchachos dicta al otro, arreglando cuentas, tras un inicio en el que se nos describe una relación entre ambos casi simbiótica. Parte del desencadenante de la situación de enredo es un malentendido, de un volumen tan alto que podría suponer tragedia para alguno de los personajes, aunque está disfrazado de engaño. La figura de este escritor adquiere tal calado en el mundo intelectual que llegará un momento en que no tendrán más remedio que construirlo en carne y piel, y a partir de ahí se desencadenará el lío, que les superará con creces. No se puede dominar la estupidez, que es contagiosa y va creciendo como una bola de nieve rodando pendiente abajo.

Y durante el proceso asistiremos a una descripción de ambientes socioculturales en los que la autora demuestra que la enumeración, siguiendo el barrido que efectúa su activa mirada observando, puede ser un recurso literario que vaya un paso más allá del ingenio: nos está poniendo frente al público que es capaz de aplaudir la solemnidad, incluso de confundir mear en un escenario con un acto de rebeldía ceremoniosa. Lo que nos puede incomodar es sospechar que todos hemos respirado esos ambientes en alguna ocasión. Manteniéndonos dentro de la cabeza del narrador, de la que se sale en alguna ocasión para aclarar sucesos que él no llega a conocer, que le hubieran evitado la malinterpretación, Celia Corral Cañas atiende a esa parte de la inteligencia que es el ingenio, pero lo hace dentro del panorama de la ficción porque «Nosotros, los que estudiamos Filología Hispánica, lo sabemos. Sabemos que necesitamos la ficción para aceptar la realidad y por eso estamos aquí». Pero los estudiantes reclamados no son casta aparte ni necesitan la ficción con intensidad diferente a la de cualquier otra persona. Que esta novela suceda entre ellos bien puede deberse a la recreación del mundo vivido por la autora, que es doctora en Literatura Española. Lo que importa es lo que nos afecta, y eso supone una lectura límpida que nos dejará ese punto exacto de inquietud, el que nos advierte sobre la estupidez.


Fuente: Zenda

lunes, 3 de marzo de 2025

VITA LONGA

 

Vita longa

Mary Oliver

Traducción de Regina López Muñoz

Errata Naturae

Madrid, 2025

220 páginas

 



La soledad es una bendición cuando sucede en plena naturaleza. Al menos esa es la idea, tal vez el mito, que se nos ha transmitido: la soledad es una patología en la ciudad, pero reposo rodeado de cualquier entorno natural, del mar, del desierto, del bosque, de la montaña. La condición del solitario, para ser feliz, es estar en paz con todo, y eso supone alejarse de los codazos que propina la gente para respirar sin sentir que hay que contar las inhalaciones porque a uno no le da tiempo a hacer todo lo que tenía previsto a lo largo del día. Esta leyenda viene alimentada por el segundo Épodo de Horacio, ese que comienza con las palabras Beatus Ille, y ha tenído acérrimos defensores, como Thoreau, como Théodore Monod, como Fray Luis de León, como Mary Oliver (Ohio, 1935 – Florida, 2019), de quien ahora nos llega este libro, Vita longa, una colección de poemas y pensamientos.

Lo más destacable de la obra de Oliver es su disposición a vivir. Sabe que no es posible vivir por inercia, que si no pone en marcha las piernas no sirven de nada los caminos, y sabe que la vida merece la pena si es vivida poéticamente. Para ello nada mejor que tener siempre abiertos los cinco sentidos, a través de los que recibimos las buenas sensaciones y los malos presagios. Para evitar los malos presagios, nada mejor que alejarse del ruido. La conclusión resultante es que si merece la pena vivir en algún lugar, ese lugar tiene que ser, a la fuerza, naturaleza. Oliver sabe que el paisaje también nos construye, que contribuye a formar el espíritu y que el espíritu que todos deseamos tener se caracteriza por el reposo. Vivir agitado no es una buena idea. «Nuestras pautas nos delatan. Nuestros hábitos nos evalúan. Nuestras batallas con nuestros hábitos hablan de sueños aún por cumplirse», afirma, en lo que parece ser una advertencia contra la ansiedad anunciando que está muy en nuestra mano no elegirla.

El volumen adquiere el formato de un dietario, muy libre, en el que se alternan los versos, la prosa poética y los aforismos, también poéticos. Se estudia la obra de dos de sus autores de referencia, Emerson y Hawthorne, de los que considera que escribían con reverencia por el entorno y por las palabras que iban utilizando. La música, los ríos, la hierba son referencias constantes de bondad natural y todo el conocimiento que de ellos obtenemos nos ayuda a congraciarnos con la vida y a reconciliarnos con la muerte. «Pero lo que yo quiero ensalzar no es ni la dulzura ni la placidez del perro, sino el carácter salvaje del que no sabe desprenderse del todo, y del que los demás nos beneficiamos», sostiene, hablando de su compañero de cuatro patas. Y es que la moral que ella defiende se distingue por algo tan sencillo e ingenuo como es la bondad. ¿Y qué es la bondad? La bondad es todo aquello que ayuda a formar vida, sugiere. La justicia, la belleza, y la condición que es común a justicia y belleza, la armonía, no dejan de atravesar cada frase del libro: «La experiencia —con la lluvia, y con los árboles, y con toda su parentela— me ha proporcionado un consuelo y un pudor y una devoción a la inclusividad a los que no renunciaría ni por todo el oro de todas las montañas del mundo».

«Camino por el mundo para amarlo», resume así el sentido de la vida, esta mujer que identifica el tiempo con la brisa, algo complicado de conseguir si se vive entre edificios. Si uno quiere elegir maestros entre los escritores y poetas, Mary Oliver, lo decimos sin rubor, es una elección estupenda, un pequeño manantial de pequeña sabiduría, que es la que todos terminamos por necesitar.


Fuente: Zenda