viernes, 30 de mayo de 2025

LOS NIÑOS TONTOS

 

Los niños tontos

Ana María Matute

Destino

Barcelona, 2025

123 páginas



 

Antes de convertirnos en parte del espeso caldo humano, hemos sido niños y eso supone que hemos sido inocentes. Entonces no teníamos la necesidad de hacer algo para demostrar que estamos muertos por dentro, porque al ver unas flores no pensábamos en un ataúd rodeado de coronas, sino en la primavera. Pero no todos los niños han tenido esa suerte, y algunos nacieron ya perteneciendo a la estirpe de los perdedores. Una traba física, una desdicha familiar o la mala suerte económica, bastaba para construir una infancia de mierda. Lo que resultaba entonces más necesario que nunca era la mirada tierna de un adulto que los comprendiera. Eso es lo que hace Ana María Matute (Barcelona, 1925 – 2014) en este libro de relatos, que Destino recupera en una preciosa edición a la que añade algún ‘niño tonto’ inédito.

Lo primero que debemos señalar, es que nada más empezar la lectura uno se da cuenta de que está frente a una escritora con alma de poeta, de uno de lo poetas a los que merece la pena seguir: «La niña fea se comía su manzana mirándolas desde lejos, desde las acacias, junto a los rosales silvestres, las abejas de oro, las hormigas malignas y la tierra caliente de sol». El libro se publicó en 1956, con lo que hablamos de niños que, como ella, padecieron la posguerra, donde si no habías sido hijo de un gran ganador, era muy probable que pasaras hambre y frío. Pero también una época en la que los escritores cuidaban mucho el lenguaje, como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos o Carmen Laforet.

Pero ninguno de ellos se planteó escribir un libro con un formato de algo que no se conocía por entonces, como es el microrrelato. Aunque Los niños tontos no destaca, como suelen hacerlo los relatos tan pequeños, por el ingenio, sino por la ternura, por el tono de poemas en prosa, porque no pretende cerrar círculos, sino expresar retratos y expresarlos de manera que afecten a la emoción del lector. Estamos frente a unos textos que nos hacen recordar que fuimos niños, pero que para nada son infantiles. Cierta crueldad, sin que nadie tenga la culpa de ella, trasluce en los retratos, como trasluce en los cuentos de hadas clásicos, donde el lobo devora, el cazador decapita o el bosque es agresivo. Y como en los cuentos de hadas, lo que se impone es la magia, la imaginación, y muchas formas de no nombrar la muerte, que está siempre presente cuando la vida no nos va bien.

Sabemos qué fue de Ana María Matute, pero desconocemos a dónde fueron a parar estos niños tontos, de los que nos gustaría recibir información, porque tras unas pocas líneas su suerte nos importa. Y así nos quedamos con cierta intriga, la que parece reposar en buena parte de la literatura de Matute, esa que nos sugiere que los adultos tampoco entendemos nada.

miércoles, 28 de mayo de 2025

LOS PÁJAROS

 

Los pájaros

Tarjei Vesaas

Traducción de Juan Gutiérrez-Maupomé, Bente Teigen Gundersen y Mónica Sainz

Nórdica

Madrid, 2025

274 páginas

 



Seguimos soñando con el huerto de Horacio, con ese horizonte que queda a nuestra espalda, cuando nos damos cuenta de que hemos caminado toda la vida en dirección equivocada. Tras el empeño de llenar la cuenta del banco y estar convencido de que la mejor forma de pasar los fines de semana es dedicándose a cocinar una paella para la familia, pasamos a soñar, en los momentos lúcidos, con sacar agua del pozo, dar pienso a las gallinas, recoger espárragos silvestres o tumbarnos en la hierba a ver pasar las nubes. Todo es muy lírico en nuestra imaginación, que nos presenta unas estampas que dejan la tranquilidad propia del Mindfulness a la altura del betún. Pero mañana volveremos a nuestra clase de yoga, tras una jornada entre ruidos urbanos y neurosis de vida contemporánea. Sin embargo, el bosque también puede tener sus miserias y la cabaña soñada ser una trampa, un lugar donde se esconde algo que interrumpe la calma.

Dos hermanos de mediana edad, protagonistas de esta novela, viven en uno de esos lugares que dibujaría un niño si le pides que retrate el sitio donde le gustaría vivir: naturaleza, casita y un lago. Pero estos dos hermanos parecen ser la versión adulta de algunos de los protagonistas de los clásicos cuentos de hadas, esos huérfanos abandonados que, como Hansel y Gretel, se internan en el bosque. Y en los cuentos de hadas se esconde también la desdicha. Uno de ellos, el varón, Mattis, sufre algún retraso, hasta el punto de cargar con el seudónimo de El Simplón en la comarca. Su hermana, Hege, de cuarenta años, es la que sostiene el hogar, habiendo renunciado a otra forma de vida en la que Mattis no participaría tan simbióticamente. Mattis, a quien acompañaremos todo el rato como persigue una cámara al protagonista de la película, posee, eso sí, ciertas cualidades sensibles: el lenguaje le resuena en las paredes del cráneo y está convencido de entender el lenguaje de los pájaros en algunas ocasiones. El dibujo que hace de él Tarjei Vesaas (Vinje, Telemark, 1897 – 1970) nos lleva a pensar en alguien que en otras condiciones habría sido artista, un artista tal vez limitado, pero alguien con una expresividad sensible. Sin embargo, su limitación es tal que apenas puede ayudar en las tareas del campo y ni siquiera entiende que no tiene sentido ser barquero de un lago por el que no circula nadie.

La novela nos habla de la intención constante del protagonista por renovarse, por rehacer una rutina, y el constante tropezón que supone encontrarse una y otra vez con las inercias. Eso sí, está convencido de que el vuelo de los pájaros debe decirnos algo especial mientras intenta elaborar una integración social. Pero para integrarse uno debe tener cierta capacidad de actuación, y eso en Mattis es imposible: no es capaz de fingir, como no lo son los niños. Las ilusiones de Mattis, y sus miedos, son de una ingenuidad infantil. Así hasta que aparece en el bosque otra figura, un tercer actor, un leñador, otro tópico reciclado de los cuentos de hadas, del que se enamorará su hermana, y revolcará las poquitas certezas que Mattis tenía. ¿Qué somos sin nuestra ancla? Esa es la pregunta que debe responder al final de la obra, una obra que destaca por su compasión, esa cualidad humana que nos lleva a padecer lo que padecen nuestros congéneres, y que a medida que pasan los años, apreciamos más como el principal fundamento de calidad de una novela. Será la compasión la que haga de Los pájaros una obra que se quedará a vivir en la memoria.

EL VIAJE INÚTIL

 

El viaje inútil

Camila Sosa Villada

Tusquets

Barcelona, 2025

101 páginas


 


Los versos de los himnos nacionales suelen ser belicosos y bastante vacíos. Por eso uno debe encontrar las palabras que ayuden a definir cuál es su nación, su patria, su educación sentimental. La literatura se elabora con palabras, con lo cual todo puede quedarse en el origen: la literatura puede ser nuestro lugar favorito. Eso es lo que le sucede a Camila Sosa Villada (Córdoba, Argentina, 1982) y que viene a expresarnos, con potencia y buen sonido, en esta obra breve. Todo comienza con un reflejo autobiográfico en el que se otorga al padre, primero, y a la madre, a continuación, su lugar de privilegio en los cimientos de quien uno es. Nos enfrentamos a la memoria del amor, pero este no llegará sin sus miles de contradicciones. Y la más significativa es la que imbrica al amor con el dolor que, a su vez, está imbricado con el aprendizaje. Conviene no eludir el dolor, entender que este forma parte de nuestra construcción, que nos ayuda a construir un decente sentido de la justicia y es gasolina en el motor del pensamiento ético.

Crecer y descubrir, es decir, madurar, no concebir que se pueda separar felicidad de memoria: «navegamos en ese mar de aceite donde todos los recuerdos nadan, donde hemos precisado un nombre y una emoción para cada momento importante de nuestra vida». Sosa Villada consigue imponer cierto tono feliz al texto, a una conclusión de tiempos que no han sido nada sencillos: «mi tristeza en la niñez (…) el alcoholismo de mi papá, las carencias de mi mamá», hasta el reconocimiento de lo que uno debe superar con frecuencia en alguna forma de terapia: «Los únicos enemigos fuimos nosotros, nuestras herencias, nuestras tradiciones, nuestra vocación de servidumbre, nuestra rebeldía reprimida». Esa rebeldía que ella encuentra, con sosiego, en la escritura, mostrándonos una cierta idea romántica del acto de escribir, que en su caso se acerca a la oralidad y, en consecuencia, al teatro, pero también a la poesía.

El título de este libro testimonial, El viaje inútil, hace referencia a la poca efectividad que parece tener la literatura para transformar nada, ni el rumbo del mundo ni la evolución de las cicatrices internas. Y, sin embargo, esto que aparece como una mera explicación, se encuentra a lo largo de las páginas con una refutación constante: ¿para qué sirve lo precioso, para qué sirve lo que nos agrada?: «Buenos, de eso también está hecha la literatura. De querer ser amados». Lo que importa no son los actos, sino las emociones que son consecuencias de los actos o, por utilizar algunos términos más próximos a sus hipótesis, lo que importa son las emociones: y las emociones que uno padece frente a lo cotidiano, a lo que llamamos realidad, no son más intensas que las que sentimos durante la lectura de un libro y, por tanto, no son más reales.

Todo ello se encuentra en esta defensa de una vida que ha existido para configurar páginas de literatura, y eso responde a un espíritu autodidacta: «Hasta hoy, no sé si me sucedieron esas vidas para que las escriba o yo las sucedí para poder escribirlas». Y más adelante explica la potencia de las sensaciones que deben salir a flote de alguna manera: «Escribo así, tan alcohólicas son mis palabras como lo fue mi papá y tan desamparadas e insaciables como lo fue mi mamá». Nótese que recurre a la forma más afectiva de referirse a sus progenitores, nada de padre y madre: papá y mamá, como si el lector fuera su confidente desde hace décadas. De ahí, de esa necesidad de expresión afectiva, brota este libro en el que ella se ofrece como canal para que circule la literatura, al tiempo que nos confía que ella es el tema sobre el que necesita hablar. Estamos, casi seguro, frente a uno de los mejores libros testimoniales que hemos leído en mucho tiempo.


Fuente: Zenda

miércoles, 21 de mayo de 2025

MOVERSE CON EL AGUA

 

Moverse con el agua

Hannah Stowe

Traducción de Rosa Martí

Almayer

Barcelona, 2025

253 páginas

 



Para conocer en condiciones nuestra vida interior es conveniente añadir a cualquier forma de meditación una tomografía computerizada. Uno sabe que lo que entra por los hoyos de la nariz acaba rellenando los pulmones, y que eso puede ser silencio, pero lo que ignora es a qué se debe el maldito dolor que le atraviesa el eje y le impide dormir en condiciones.  Lo primer te invita al descanso, que es lo más parecido a la paz de lo que somos capaces, pero lo segundo te desvela qué te impide esa paz. Como padezcas una estenosis de canal en alguna vértebra, Dios mío, estás condenado. El dolor es muy agudo la lesión tiene soluciones pésimas. Es posible que una vez operado, ese registro de dolor no desaparezca jamás de tu sistema nervioso. Pero sabes que debes seguir aprendiendo a respirar con calma, atendiendo a ese mapa genético que si no te empuja a la aventura personal te empuja a alabar la de los demás, y que es algo más que un consuelo, pues significa que has encontrado a qué hemos venido a este perro mundo.

Hannah Stowe es una joven británica con la columna dañada gravemente, pero con el alma de una gaviota. De hecho, como comunicadora es una mezcla entre David Attenborough y Robert MacFarlane. Una combinación que en este libro que tenemos entre manos, nos atrapa contundentemente. Digámoslo de una vez: Moverse con el agua es una obra maravillosa. Stowe nos desvela o nos recuerda que deberíamos ser puro lirismo de vivir, que son las sensaciones las que nos construyen y no el maldito tiempo de los relojes y los calendarios. Hambrienta de esas sensaciones durante el periodo adolescente, se lanza al mundo exterior: «Quería sentirme intrépida, experimentar la inyección de adrenalina que supone superar tus propios límites, como Amelia Earhart sobrevolando el Atlántico. Quería una odisea propia. Quería explorar, llenas los confines de mi mente con los confines del mundo, volver con cien respuestas y mil preguntas más. Quería cabalgar el viento y nadar en otros mares. Quería especias, color, calor, frío, días largos, noches cortas, el cuerpo dolorido y una mente vertiginosa». Lo que Stowe pretendía, y va consiguiendo. Es escribir sobre el papel del planeta su propio Bildungsroman, aprender a vivir, ser maestra siendo joven, pero maestra para sí. Y nosotros aprendemos con ella a medida que avanzamos en la lectura.

Enamorada de la vida, acaba por descubrir que también el dolor es un maestro: un severo problema de columna vertebral comienza a condicionar su vida y se ve atrapada entre la medicación y las formas de rehabilitarse, siempre con la mirada puesta en el mar. Adaptación, aceptación, rebeldía: todo ello se sucede y va formando parte de la resiliencia de Stowe. Su amor por el mar es incondicional y ahí, ella sabe, está su salvación: «Creo que el mejor sonido que he oído en mi vida es el fuerte soplido de un rorcual común al salir a la superficie».

«—No dejes de aprender, chica. Nunca dejes de aprender. Eso es lo que te envejece. Eso es lo que al final acaba contigo.»

La frase es de un viejo marinero, un tipo que se niega a pisar tierra, porque sabe que toda la verdad está en el mar. Y, mientras nos enseña tanto de lo que va aprendiendo, presta atención a la fauna del mar. El libro se divide en capítulos en los que a la vez que dar testimonio, un testimonio a la vez lírico y épico, nos da lecciones de zoología y etología a partir de el cachalote, el albatros, la ballena jorobada, la pardela, el percebe o el cuervo de fuego. Y también del ser humano. Stowe es capaz de poner en marcha el sueño que todos tuvimos de jóvenes: vivir en una furgoneta camperizada, con tu perro, junto al mar, mientras estudias en la universidad. Y a partir de ahí, seguir navegando, emprender viajes. Estamos frente a un libro sincero y purísimo, una de esas demostraciones de que el entusiasmo sí obedece a su etimología: tener un dios dentro, como lo tenían, a juicio de los griegos, los enamorados o los poetas. Y Hannah Stowe es ambas cosas.

CEREMONIA

Ceremonia

Leslie Marmon Silko

Traducción de Noelia González Barrancos

Capitán Swing

Madrid, 2025

280 páginas

 

 


En realidad, solo cabe escribir sobre lo que significa estar viviendo. Para ello, Leslie Marmon Silko (Albukerke, 1948) recurre a lo más extremo: un soldado vuelve a casa tras la Segunda Guerra Mundial, pero resulta que al ser un nativo americano, la casa ya no existe. ¿Qué condena será, pues, la que suceda? Esa condena es seguir viviendo. No hay lugar de reposo, pero sabe que sí lo hubo. Y emprenderá una búsqueda casi sin darse cuenta, en la que los únicos consuelos son historias que van surgiendo aquí y allá, contrapuntos de la cultura de la que se supone que es heredero, en los que intentamos reconocer algo de sabiduría. Escrita a mediados de los años setenta, cuando ya se sabía que en literatura valían las formas experimentales tanto como las tradicionales, Ceremonia llega a nuestros oídos como el relato oral de un anciano que habla a la familia, en las que se permite incluso algún roce con mundos oníricos: «Los sueños ya no esperaba a que llegara la noche, se presentaban en cualquier momento». La estructura de la obra es sencilla y nos remite a la picaresca o a la aventura clásica: a medida que va desplazándose al protagonista le van sucediendo una serie de encuentros.

Pero el punto fuerte de la novela es la capacidad de mantener a lo largo de todas las páginas la sensación de que el relato está ahí desde el principio y será lo único que nos quede cuando todo se haya derrumbado: «porque ninguna palabra existe por sí sola, y la razón para escoger cada una debía ser explicada con una historia sobre el porqué de decirla de esa forma concreta». La etimología vital como recurso contra los miedos de quien padece un trastorno de estrés postraumático: «Era él, Tayo, quien había muerto, pero, no se sabe cómo, se habían equivocado con los cuerpos y, por alguna razón, él seguía sin enterrar». A la hora de la verdad, cuando uno se echa al camino para intentar encontrar su lugar en el mundo, los recuerdos pueden ser una molestia, un impedimento, pues difícilmente algo será tan grato, al instante, como lo mejor de lo vivido. Las condiciones que van saliendo al paso a nuestro protagonista permiten hasta volver a creer en la brujería que, según dicta entre su gente, creó a la gente blanca.

Frente a toda la tentación de derrumbe que transmite la evolución de la novela, incluida esa versión del mal extremo que es la colonización, se extienden unos paisajes que nos van construyendo. De hecho, contribuyeron a construir toda una cultura, la nativa de América del norte, que en la obra está arrojada a vivir en entornos diferentes, en los que tratan de reconocer los mismos lugares y detalles que ayudaron a ser quienes son. El problema es que ese contraste entre lo que uno busca y lo que uno encuentra, puede conducir a la neurosis. No se puede vivir igual cuando el lugar es diferente. Lo único que cabe es intentar guardar la compostura, que en las formas narrativas es la forma más fácil de identificar nuestra figura con la de alguien que conserva la dignidad. Estamos frente a un antihéroe que podría llegar a ser uno de los grandes clásicos de este tipo de personajes, alguien a quien la vida le domina. De ahí ese punto romántico, a la par que existencialista, que tiene esta novela, en la que las circunstancias sociales y políticas son extremas, tanto como para asfixiar. Y, a pesar de ello, hay que empeñarse en seguir respirando, confiando en que en algún momento vendrán tiempos mejores.


Fuente: Zenda


lunes, 19 de mayo de 2025

LOBO

 

Lobo

Luis Miguel Domínguez

Erasmus

2024

175 páginas

 



A Félix Rodríguez de la Fuente le queremos mucho. Al menos los que pertenecemos a esa generación a la que le salieron los dientes y los granos de la pubertad viendo sus documentales sobre el lirón careto y el quebrantahuesos. Si alguien quiere fomentar el conservacionismo, lo más importante será transmitir mucho amor por la naturaleza, un amor contagioso, un deseo de compartir con ella el viaje que supone esta aventura de vivir. Luis Miguel Domínguez (Madrid, 1963) está atravesado por esta suerte de amor, por la naturaleza y por quien califica como maestro de vida, porque Félix Rodríguez de la Fuente «nos había enseñado que la cuestión más importante a la hora de defender nuestra fauna era su libertad». Y a continuación añade una pregunta para explicar el impulso del que nace este libro: «¿Cómo, por tanto, íbamos a aceptar directrices para la existencia del lobo y no del urogallo o del oso pardo, pongamos por caso?».

Directrices para la existencia del lobo, dice. Sí, porque de todas las especies que recordamos que aparecían en El hombre y la tierra, el lobo es la única sobre la que se tiene que establecer reglas complejas. Para las demás, basta con la protección a través de derechos que nos resultan naturales. Existe un acoso falaz contra el lobo por parte de colectivos interesados, muchos de ellos crematísticamente, y eso hace imprescindible la exposición de motivos a su favor, de razones que le protejan y que consigan que todo el mundo se enamore de él, como nos enamoramos de la luna. Domínguez consigue, en esta obra, una cierta sacralización del lobo que obedece a una clara motivación que tiene que ver con el amor.

Lobo. Historia, ciencia y conciencia, es un tratado que reúne muchos saberes y múltiple erudición. Domínguez toma ideas de distintas ramas del conocimiento y nos las expone con sencillez, aunque con frases a veces demasiado largas. Atravesaremos la defensa del lobo desde perspectivas históricas, antropológicas, políticas, biológicas, ecológicas, psicológicas, etc. Se van refutando cualquier razón para ver en él a un enemigo, desde las que atañen a los infundios de asociaciones que pretenden conseguir subvenciones o de colectivos de caza que solo quieren disparar para ponerse medallas, hasta las que pasaron a considerarlo una especie peligrosa a través de los cuentos de hadas. En buena medida, esta obra es una revancha intelectual, pero escrita sin ningún tipo de animadversión, porque lo que se impone es el amor sincero por la naturaleza.

Y, mientras tanto, consigue aumentar nuestro respeto por el lobo, exponiéndonos cómo ha llegado a implantarse en nuestro imaginario colectivo como gran leyenda. Y las leyendas son literatura, cultura, son parte del pueblo y son, si las entendemos con cariño, sabiduría. La única pega que cabría ponerle a este libro es que es posible que solo lo lean quienes ya están convencidos. Pero ese desastre tal vez pertenezca a un ámbito más sociológico. Luis Miguel Domínguez y su editor han hecho, y muy bien, su parte del trabajo. Ahora nos queda a los demás la obligación de divulgarlo.

viernes, 16 de mayo de 2025

QUE ALGUIEN LOS MATE

 

Que alguien los mate

Patricia Evangelista

Traducción de Antonio Lozano y Francesc Pedrosa

Reservoir Books

Barcelona, 2025

411 páginas

 



«Este es un libro sobre los muertos y la gente que queda atrás. También es una historia personal, escrita con mi voz como ciudadana de un país que no puedo reconocer como propio. Los miles que murieron fueron asesinados con el permiso de mi gente. Escribo este libro porque me niego a dar el mío».

«Nací el año en que la democracia regresó a Filipinas. Estoy aquí para levantar acta de su defunción».

Estas citas, extraídas de las primeras páginas del libro, nos dan muestra de la intención de la autora: alzar un libro potente donde la denuncia sea el centro de interés, pero que el lector tome como algo personal, algo que le afecta. Y Patricia Evangelista (Manila, 1985) lo consigue con mucha solvencia. De hecho, estamos ante una de las mejores crónicas que se han escrito en mucho tiempo. Evangelista nos traslada a Filipinas y en una primera parte da cuenta de la historia reciente del país, mientras menciona un poco su biografía y, en consecuencia, los avatares de superar allí los días y las noches. Con un estilo directo, sin concesiones, sin adornos, a base de frases cortas que van funcionando como eslabones de una cadena, nos atrapa sin ambages. Vamos superando el texto como si estuviéramos recorriendo junto a ella el camino, y ante su relato sólo pudiéramos permanecer mudos.

La lección de periodismo, que lleva una muy alta tensión, crece cuando en lugar de su memoria y los registros históricos y periodísticos, las fuentes son directas y atañen a vidas humanas. Rodrigo Duterte alcanza la presidencia del país y comienza entonces un periodo sangriento. Miles de personas son asesinadas por escuadrones de la muerte, a los que parecen no ser ajenos la policía del país. Y Evangelista va entrevistándose con las familias, los abogados y los propios policías, para reconstruir los hechos en varios casos, en los que no hay indicios de culpabilidad. La intención del presidente Duterte es eliminar a todo aquel que tenga algún contacto con las drogas, sea traficante o consumidor. Muchos jóvenes caerán en unas redadas sin sentido. El tema es ya demoledor de por sí, pero además, Evangelista confiere a la redacción de sus textos un tono del que no podemos escapar. De hecho, la frase que acompaña a la promoción del libro, pronunciada por David Remnick, no es ninguna exageración: Una obra maestra del periodismo.

En una época en la que estamos comprobando hasta donde puede llegar la maldad de los déspotas que alcanzan el poder a través de las urnas, esta obra es un aviso. Lo cual da más valor a Evangelista, una periodista especializada en hablar sobre la muerte tras las catástrofes. Hace poco leíamos la portentosa Narcotopía, de Patrick Winn (Amok ediciones), que junto a esta obra forma un díptico de viajes que nos transporta a lugares donde no nos atreveríamos a ir. Y es que sin reporteros como Patricia Evangelista o Ptrick Winn, ¿a qué nos veríamos reducidos? Vivir es una aventura porque está permitido despegar sin levantar los pies del suelo. Que alguien los mate es una lectura que te obliga a despegar, incluso levantando los pies del suelo, sin tener que alejarte del sofá. Una de las grandes recomendaciones para este año.

sábado, 10 de mayo de 2025

EL COMANDANTE YANQUI

 

El comandante yanqui

David Grann

Traducción de Sandra Caula

Big Sur

Barcelona, 2025

117 páginas

 



Atrás quedaron los sueños de revolución, que ahora leemos como trazas de la historia cuando hablamos de Espartaco o la toma del Palacio de Invierno. Ahora lo más rebelde que a la mayoría de la gente se le ocurre hacer es retrasar la hora de acostarse para ver un capítulo más de alguna serie de moda. Llevar la contraria se reduce a ir a trabajar con sueño. Aunque también están los escaparates de las tiendas, donde de vez en cuando encontramos alguna ropa que nos recuerda a los movimientos antisistema de los años sesenta, setenta y ochenta, desde los hippies hasta el punk. Es posible que el último gran sueño frustrado de muchas generaciones fuera el que se fraguó en la sierra de Cuba, y que todavía, hoy en día, resulta controvertido, polémico, triste. Nadie ha sabido dar respuesta a cómo ha de venir la verdadera revolución. Pero en esos años, la euforia era una marejada que hacía latir fuerte los corazones de los insurgentes, convencidos de estar montando un mundo mejor. Entre ellos se encontraba William Alexander Morgan, un estadounidense con una increíble personalidad: mitómano, primario, inconsciente, tal vez algo loco, o al menos eso es lo que nos intenta hacer llegar David Grann (Nueva York, 1967) en esta deliciosa crónica en la que se resume la corta vida del revolucionario.

Morgan compartió campamentos y balas con los hermanos Castro y el Ché Guevara. Quiso ser leyenda y a juzgar por lo que nos comenta Grann, todavía estamos a tiempo de construir una leyenda sobre sus cenizas. Fue dirigente dentro del esquema militar, se casó con una mujer de allí y terminó sus días acusado de traición a la patria, en un final que se nos relata de manera concisa, lo cual le hace más aterrador. En realidad, estamos frente a un texto que nos habla de un tipo que supera lo humano, alguien que forma parte de un mito, pero que acabará padeciendo los miedos de lo que es demasiado humano, de la peor parte de lo que somos.

Grann nos va introduciendo, a través de Morgan y los personajes que le orbitan, en una parte esencial de la historia contemporánea, sin referirse a tal con ningún concepto geopolítico. Lo que él pretende, y consigue, es construir una crónica sobre cómo se crea y destruye una leyenda. Y esta crónica funciona a toda velocidad, sin permitirse ningún tipo de derivación que desvíe la atención sobre el personaje central, al que no perdemos la pista en ningún momento. Es como si consiguiera escribir una biografía siguiendo todos los atajos, algo propio de los libros de aventuras. Estamos frente a un libro estupendo sobre alguno de los asuntos que todavía tenemos que meditar: qué fue, qué pudo haber sido y quiénes son estos tipos, locos o líderes, que protagonizaron grandes amores y grandes naufragios.

 

miércoles, 7 de mayo de 2025

CARA DE FOTO

 

Cara de foto

Marina Saura

De Conatus

Madrid, 2025

175 páginas

 

 


Haber vivido una vida que merece la pena no significa que uno haya estado siempre llevando la contraria: en tiempo de abundancia, las únicas historias que merecen la pena ser contadas no son las de los anacoretas que se retiran al desierto para alimentarse de saltamontes y bayas de yerba. Lo que le hace especial a uno, a la hora de revisitar su pasado, es ese espíritu de ir encontrando los momentos en los que el sol salía más dulce, y si considera que hay que hablar de ello es porque piensa que algún día ese mismo sol volverá a lucir, pero no solo para el relator, porque ese sol hay que compartirlo. Es inevitable, a la hora de plantearse estos relatos, pensar en obras como Helena o el mar del verano, de Julián Ayesta, que tal vez sea la experiencia de autoficción más encantadora que se haya escrito en nuestra lengua. Pero el término sigue llevando a debate cada vez que leemos un texto considerado autoficticio, como este Cara de foto, que ha elaborado Marina Saura (Madrid, 1957) intentado caminar por su pasado y por las palabras con sumo cuidado.

La creación literaria siempre bebe de lo vivido. La poesía es un buen ejemplo de ello. Pero el asunto es que cuando uno se imbrica en la narración, se puede entremezclar lo autobiográfico. Para que la autoficción funcione, las dosis combinadas de lo vivido y lo autobiográfico deben estar bien compensadas. En buena medida, debe respirar algo poético, siempre y cuando consideremos que la memoria es poesía. Marina Saura se vale de viejas fotografías para poner en marcha los resortes de la memoria, con lo que este libro se centra en diversos momentos no hilados, salvo por la voz que nos habla. En realidad, nos va dictando lo que se le pasa por la cabeza en un ejercicio de memoria voluntaria. El afán no es únicamente el de recuperar ese tiempo que por momentos creímos perdido, sino también el de reconciliarse con él. «Y ahí sigo, aprendiendo a respirar de forma invisible», llegará a confesar. Tal vez sea esta invisibilidad la que ha presidido buena parte de su educación sentimental, en la que la familia, a juzgar por los retazos que se nos ofrecen, forma la esencia más potente. ¿Ha desaparecido la familia, aquella en la que habitó durante la infancia y juventud? No es posible que desaparezca, y no lo hará mientras ella pueda revivir los momentos que otros darían por desaparecidos. De hecho, en algún momento de la lectura al lector se le aparece la idea de que este tipo de libros es un diálogo entre dos momentos: el que aparece representado en la fotografía y aquel desde el que el narrador nos habla. Lo que resulta ensordecedor es el silencio que caracteriza todo el tiempo que media entre uno y otro, ese que lleva a pensar qué hemos cultivado de aquello que sembramos en los primeros años de vida.

Así pues, la vida se asemeja demasiado a una elipsis. Y eso puede dar vértigo o contribuir a trastornos de ansiedad. A no ser que encontremos en la memoria un fundamento por el que merezca la pena seguir respirando: ese que nos llena de optimismo, de una dosis suficiente de alegría, al considerar que no se trata solo de recobrar el tiempo, sino de hablar sobre la posibilidad de que esos momentos de luz vuelvan a producirse para uno y, además, se estén reproduciendo constantemente, ahora mismo, en las vidas de los demás. Ese anhelo, esa intención, es lo que impulsa a este libro para que pasemos a considerar que merece la pena su lectura.


Fuente: Zenda

martes, 6 de mayo de 2025

ROMPECABEZAS

 

Rompecabezas

Borja Goyenechea

Personaje Secundario

Lima, 2025

134 páginas



 

Escribir es un acto solitario, lo cual no deja de ser una rara elección, porque acostumbramos a considerar a la soledad como un destino maldito. Pero lo cierto es que los impulsos que llevan a escribir no podrían resolverse con ningún otro acto, con una reacción común, con algo más compartido. Puede que estemos intentando poner las ideas en orden, al igual que en el diálogo socrático, o puede que estemos tratando de cerrar heridas, como en el psicoanálisis, pero si en ambos casos precisamos de un interlocutor, que es un espejo, en el proceso de escritura no: ahí lo más conveniente es la soledad. Lo que sí supone compartir es el hecho de publicar. Pero escribir, lo que supone escribir, es un acto solitario que responde y trata de resolver algo de lo que hemos vivido. O tal vez todo lo que hemos vivido.

Ahora bien, ¿cómo selecciona uno lo que ha vivido, lo más significativo de lo que ha vivido, para transformarlo en algo así como memoria pública? Borja Goyenechea (Lima, 1999) es un joven talento de quien ya pudimos leer algún libro anterior —El francés y otros relatos, editorial Kalathos— que ahora afronta el reto de explicar, a través de varias narraciones, que vivir supone ir superando escollos, ir retirando barreras, ir barriendo cenizas. Vivir es un rompecabezas. De ahí que esta sucesión de narraciones, que tienen la forma de un conjunto de relatos, sea, en realidad, una novela. La misma voz nos va a contar varios episodios, de salto en salto, de la vida de un niño que se transforma en adolescente, desde su punto de vista. Cada episodio podría corresponderse a una etapa en el arte de madurar, porque de lo que nos habla es de la importancia de saber entender que lo que nos suceda no tiene otro fin que el de ir dando forma a lo que somos.

A lo que puede ayudarnos un texto como el de Goyenechea es a recuperar la certeza de que la vida es conflicto, es ambigüedad e incertidumbre. Debemos abandonar la enloquecedora idea de que todo tiene solución, cuando lo que nos parte el alma no tiene ninguna. En realidad, todos esos episodios tan complicados que nos va tocando vivir sirven para afilar el sentido de la justicia o las armas del arte. A ese fin parece estar consagrando nuestro autor su literatura.

MARIMONDA

 

Marimonda

Mario Escobar Velásquez

Muñeca infinita

Madrid, 2025

155 páginas

 



Penetrar en la selva supone brincar sin saber lo que uno va a encontrarse cuando regrese al suelo. Allí hay de todo, hay depredadores y depredados, y un suelo que no es el más firme que podemos encontrarnos. La mejor forma que podemos sugerir para recorrer la selva, al menos para recorrerla con afán de describirla, es el paseo del mono, por las ramas, huyendo y encontrándose constantemente con sus congéneres, con sus depredadores y con su sustento. Podría ser un juego, sí, pero también puede que se trate de supervivencia. Esa es la estrategia que elige Mario Escobar Velásquez (Támesis, 1928 – Medellín, 2007) en este Marimonda, cuyo título ya nos da indicios acerca del tono que va a tener la obra. Estamos hablando de marimondas, de monos araña, esos con brazos infinitos, esos con gestos que no dejan de remitirnos a los de los humanos.

Estamos en territorio hostil, ese en el que los humanos no pueden habitar en las condiciones en que se desarrolla la civilización. Tal vez cabrían pequeños grupos étnicos, pero civilizar es implantar un tipo de colonización que nada tiene que ver con la convivencia con la naturaleza. Y así sucederá que de todos los encuentros que sufrirá nuestro marimonda, el definitivo será con la condición humana. De hecho, la novela trazará un salto que nos remite a las teorías de la evolución, cambiando poco a poco el punto de vista, del marimonda al humano, en el tercio final de la obra. Se refleja, claramente, la reivindicación de la naturaleza y el deseo de otra manera de entenderla, que sea más antropomórfica, para que seamos, a nuestra vez, capaces de mayor respeto. Pero todo esto está reflejado en una escritura meditada, tanto como para dar la sensación, por momentos, de ser automática: como si el autor no supiera qué va a deparar la frase siguiente, como si las asociaciones volaran con libertad. Esa es la sensación que Escobar Velásquez pretende transmitir. Y es que en la selva no hay nada programado. Lo comenta Juan Cárdenas en el epílogo: «Escobar piensa narrando y, gracias a una técnica que combina el estilo libre indirecto con los saltos de perspectivas, consigue crear un relato magistralmente tensado». Esa tensión se basa en la creación intuitiva de paradojas, como la del divertimento que convive con la supervivencia, antes mencionada. Es un planteamiento atractivo, que en este mundo de discursos maniqueos recibimos como el aire que entra por una ventana recién abierta en un edificio que lleva años cerrado.