Los
niños tontos
Ana
María Matute
Destino
Barcelona,
2025
123
páginas
Antes
de convertirnos en parte del espeso caldo humano, hemos sido niños y eso supone
que hemos sido inocentes. Entonces no teníamos la necesidad de hacer algo para
demostrar que estamos muertos por dentro, porque al ver unas flores no pensábamos
en un ataúd rodeado de coronas, sino en la primavera. Pero no todos los niños han
tenido esa suerte, y algunos nacieron ya perteneciendo a la estirpe de los
perdedores. Una traba física, una desdicha familiar o la mala suerte económica,
bastaba para construir una infancia de mierda. Lo que resultaba entonces más
necesario que nunca era la mirada tierna de un adulto que los comprendiera. Eso
es lo que hace Ana María Matute (Barcelona, 1925 – 2014) en este libro de
relatos, que Destino recupera en una preciosa edición a la que añade algún ‘niño
tonto’ inédito.
Lo
primero que debemos señalar, es que nada más empezar la lectura uno se da
cuenta de que está frente a una escritora con alma de poeta, de uno de lo
poetas a los que merece la pena seguir: «La niña fea se comía su manzana
mirándolas desde lejos, desde las acacias, junto a los rosales silvestres, las
abejas de oro, las hormigas malignas y la tierra caliente de sol». El libro se
publicó en 1956, con lo que hablamos de niños que, como ella, padecieron la
posguerra, donde si no habías sido hijo de un gran ganador, era muy probable
que pasaras hambre y frío. Pero también una época en la que los escritores cuidaban
mucho el lenguaje, como Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández Santos o Carmen
Laforet.
Pero
ninguno de ellos se planteó escribir un libro con un formato de algo que no se
conocía por entonces, como es el microrrelato. Aunque Los niños tontos
no destaca, como suelen hacerlo los relatos tan pequeños, por el ingenio, sino
por la ternura, por el tono de poemas en prosa, porque no pretende cerrar círculos,
sino expresar retratos y expresarlos de manera que afecten a la emoción del
lector. Estamos frente a unos textos que nos hacen recordar que fuimos niños,
pero que para nada son infantiles. Cierta crueldad, sin que nadie tenga la
culpa de ella, trasluce en los retratos, como trasluce en los cuentos de hadas
clásicos, donde el lobo devora, el cazador decapita o el bosque es agresivo. Y
como en los cuentos de hadas, lo que se impone es la magia, la imaginación, y muchas
formas de no nombrar la muerte, que está siempre presente cuando la vida no nos
va bien.
Sabemos
qué fue de Ana María Matute, pero desconocemos a dónde fueron a parar estos
niños tontos, de los que nos gustaría recibir información, porque tras unas
pocas líneas su suerte nos importa. Y así nos quedamos con cierta intriga, la
que parece reposar en buena parte de la literatura de Matute, esa que nos sugiere
que los adultos tampoco entendemos nada.