Vita
longa
Mary
Oliver
Traducción
de Regina López Muñoz
Errata
Naturae
Madrid,
2025
220
páginas
La
soledad es una bendición cuando sucede en plena naturaleza. Al menos esa es la
idea, tal vez el mito, que se nos ha transmitido: la soledad es una patología
en la ciudad, pero reposo rodeado de cualquier entorno natural, del mar, del
desierto, del bosque, de la montaña. La condición del solitario, para ser feliz,
es estar en paz con todo, y eso supone alejarse de los codazos que propina la
gente para respirar sin sentir que hay que contar las inhalaciones porque a uno
no le da tiempo a hacer todo lo que tenía previsto a lo largo del día. Esta
leyenda viene alimentada por el segundo Épodo de Horacio, ese que comienza con
las palabras Beatus Ille, y ha tenído acérrimos defensores, como
Thoreau, como Théodore Monod, como Fray Luis de León, como Mary Oliver (Ohio, 1935
– Florida, 2019), de quien ahora nos llega este libro, Vita longa, una
colección de poemas y pensamientos.
Lo
más destacable de la obra de Oliver es su disposición a vivir. Sabe que no es
posible vivir por inercia, que si no pone en marcha las piernas no sirven de
nada los caminos, y sabe que la vida merece la pena si es vivida poéticamente.
Para ello nada mejor que tener siempre abiertos los cinco sentidos, a través de
los que recibimos las buenas sensaciones y los malos presagios. Para evitar los
malos presagios, nada mejor que alejarse del ruido. La conclusión resultante es
que si merece la pena vivir en algún lugar, ese lugar tiene que ser, a la
fuerza, naturaleza. Oliver sabe que el paisaje también nos construye, que
contribuye a formar el espíritu y que el espíritu que todos deseamos tener se
caracteriza por el reposo. Vivir agitado no es una buena idea. «Nuestras pautas
nos delatan. Nuestros hábitos nos evalúan. Nuestras batallas con nuestros
hábitos hablan de sueños aún por cumplirse», afirma, en lo que parece ser una
advertencia contra la ansiedad anunciando que está muy en nuestra mano no
elegirla.
El
volumen adquiere el formato de un dietario, muy libre, en el que se alternan
los versos, la prosa poética y los aforismos, también poéticos. Se estudia la
obra de dos de sus autores de referencia, Emerson y Hawthorne, de los que considera
que escribían con reverencia por el entorno y por las palabras que iban
utilizando. La música, los ríos, la hierba son referencias constantes de bondad
natural y todo el conocimiento que de ellos obtenemos nos ayuda a congraciarnos
con la vida y a reconciliarnos con la muerte. «Pero lo que yo quiero ensalzar
no es ni la dulzura ni la placidez del perro, sino el carácter salvaje del que
no sabe desprenderse del todo, y del que los demás nos beneficiamos», sostiene,
hablando de su compañero de cuatro patas. Y es que la moral que ella defiende
se distingue por algo tan sencillo e ingenuo como es la bondad. ¿Y qué es la
bondad? La bondad es todo aquello que ayuda a formar vida, sugiere. La
justicia, la belleza, y la condición que es común a justicia y belleza, la
armonía, no dejan de atravesar cada frase del libro: «La experiencia —con la
lluvia, y con los árboles, y con toda su parentela— me ha proporcionado un
consuelo y un pudor y una devoción a la inclusividad a los que no renunciaría
ni por todo el oro de todas las montañas del mundo».
«Camino
por el mundo para amarlo», resume así el sentido de la vida, esta mujer que
identifica el tiempo con la brisa, algo complicado de conseguir si se vive
entre edificios. Si uno quiere elegir maestros entre los escritores y poetas, Mary
Oliver, lo decimos sin rubor, es una elección estupenda, un pequeño manantial
de pequeña sabiduría, que es la que todos terminamos por necesitar.
Fuente: Zenda